UNA CIUDAD DE 500 MAFIAS (PAQUETE)






ADVERTENCIA


Esta es una obra de ficción, como tal los personajes y situaciones narradas son fruto de la imaginación del autor, lo cual no obsta para que, como sucede en multitud de ocasiones, algunas hechos ficticios parezcan reales y otros que son reales se tomen como ficticios, lo que por supuesto es más responsabilidad del lector, de su forma de entender el mundo y de su capacidad para observar los hechos que suceden a su alrededor, que del autor.

Asimismo el autor quiere tomar distancia de las opiniones vertidas por los personajes a titulo personal, ellos son soberanos, yo me limito a vehicular sus opiniones.

Ilustración Rosa Romaguera
Las notas de prensa que aparecen en el libro, son textuales en la mayoría de casos, en otros han sido resumidas sin que por ello cambie el sentido de lo publicado en su día por los medios de comunicación. El orden en que aparecen estas es conscientemente aleatorio y se extienden en un periodo de tiempo que no causa efecto en el desarrollo de la trama, más bien al contrario la complementa.





NOTA DE PRENSA



Todos los medios de comunicación 28/12/2011



En la ciudad de Barcelona, en el barrio del Ensanche, un lugar habitado por capas de población consideradas de un nivel medio alto, cuando no decididamente alto, ha sido detenido Carmelo Gallico, uno de los jefes del clan mafioso la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa, una de las más activas de Italia. El detenido tiene en la actualidad cuarenta y seis años. La orden de su detención está cursada por la Fiscalía

Italiana que le acusa entre otros delitos de homicidio, blanqueo de capitales, trafico de influencias con el propósito de delinquir, extorsión, trafico de drogas y personas etc.

Fue detenido mientras paseaba tranquilamente por el barrio, donde al parecer centraba su existencia sin que se conozcan relaciones entre el vecindario. Frecuentaba la biblioteca municipal, el gimnasio y algunos bares cercanos a su domicilio.

En el interior del domicilio de Carmelo Gallico se han encontrado cinco mil euros en efectivo y numeroso material informático que en estos momentos está siendo analizado por la policía especializada y no es descartable que a través de la información recogida se puedan iniciar nuevas investigaciones que afecten a diversas facciones mafiosas.

Al parecer su presencia en España se debe al hecho de que varios de los miembros de su clan familiar habían sido detenidos en Italia y necesitaba ausentarse y reorganizar sus actividades delictivas en un lugar donde la vida le resultara menos azarosa.


  1. PRIMERO




Alguien había aparcado un tractor encima de mi espalda. El tractor trataba de arrancar y largarse a roturar en algún lugar más despejado pero tropezaba una y otra vez con mis vértebras.

Dolía de cojones.

Y entonces escuché algo que me llenó de esperanza: el susurro de un chorro de whisky cayendo sobre cubitos de hielo. Traté de levantarme, si llegaba a tiempo podría aliviar al whisky de la contaminación del hielo y bebérmelo.

Para conseguirlo debería liberarme del peso que me oprimía, abrir los ojos y ubicar el vaso, también me vería obligado a darme la vuelta y levantarme.

Demasiadas cosas, decidí que un par de eternidades de sueño me vendrían bien.

El olor de whisky se acercó y un pie me dio un par de toques suaves en el culo.

No trataba de hacerme daño, probablemente quería ofrecerme el whisky.

No podía explicarme la razón por la que el cuerpo me dolía como si me hubiesen pegado una paliza con un bate de béisbol.

El aroma del whisky se acercaba y alejaba alternativamente.

Empecé a recordar.

Aquella tarde había estado siguiendo a un tipo con mala suerte: en dos años llevaba dos siniestros totales en sus automóviles, siempre coches de gama alta, y su compañía de seguros actual empezaba a preocuparse por sus balances. Si aquel fulano seguía con su gusto por los coches caros y su mala suerte con los accidentes la Compañía cerraría mal el año.

A pesar de que en aquellos momentos su coche, -un precioso Mercedes SLK de color rojo sin accidentes dignos de mención-, era uno de esos aparatos en los que apetece pasearse, el hombre parecía no sentir deseos de conducir y apenas le sacaba del parking. Tal vez su medico de cabecera le había recomendado andar, así que estuvimos paseando por el muelle olímpico, miramos el vaivén de las olas, el culo de las bañistas (yo, al menos, lo hice) y los top manta que a modo de parterres de flores cubrían las aceras del Puerto Olímpico. Él tomó una cerveza sentado en uno de los bares de la zona, mientras yo convenientemente camuflado, trataba de olvidar el calor que hacía y lo fresca que estaría la cerveza que se estaba tomando aquel cabrón. Para convencerme de que la vida no es tan triste como parecía en aquel preciso instante, miraba a las mujeres que pasaban y que aquella noche no estarían en mis brazos.

Ni se me ocurrió pensar que alguna de ellas pudiese acabar en los brazos del tipo al que seguía y que degustaba sin prisa la cerveza fresca.

Le habría matado.

Cuando acabó la cerveza fuimos al Casino, jugó al Black Jack y perdió moderadamente, jugó a la ruleta y de nuevo perdió moderadamente.

Perdía con elegancia, nada de sudores fríos, nada de movimientos espásticos, nada de tics, alteraciones súbitas, malos modos.

Nada de nada.

Daba la impresión de que podía conseguir dinero con suma facilidad.

Era lo mismo que pensaba la compañía de seguros.

Cuando salió del casino se sentó en un banco y tuvo una larga conversación telefónica a través del móvil. Yo me senté en un banco no demasiado alejado y me puse el teléfono en la oreja mirando al mar con un ojo y al tipo, que perdía moderadamente en el casino, con el otro.

La distancia era suficiente para no verme obligado a simular que hablaba. Solo tenía que mantener el teléfono pegado a la oreja y mirar con un ojo en cada dirección sin llegar al estrabismo, un truco que aprendí de un camaleón que me regaló una amante antes de largarse con un tipo que odiaba a los camaleones.

No es difícil, cualquier mujer lo hace con verdadera pericia cuando hay hombres alrededor. Si además, de mascota tienen un camaleón, lo bordan.

Lo hacen más que nada para comprobar quien las está admirando y si merece la pena dejarse admirar.

Yo lo hago para ganarme la vida.

Pero estar con un móvil pegado a tu oreja y no hablar con nadie te hace sentir tonto.

Una mujer joven se sentó en la mitad libre del banco que yo ocupaba, me miró con moderado interés y me sonrió educadamente. Le devolví la sonrisa.

Conforme el tiempo iba transcurriendo y yo seguía pegado a mi móvil en el más estricto de los silencios el interés de la mujer se fue desvaneciendo.

No tardó mucho en levantarse y largarse.

En realidad siempre fue un interés de baja intensidad.

Cuando el tipo acabó de hablar se levantó y caminamos un rato, luego paró un taxi, yo monté el número de parar a otro y decirle aquello que queda tan bien de “siga a ese taxi” esperando que el taxista respondiese “jo macho, como en las películas”.

Pero el taxista de aquella tarde era un veterano que me miró con la expresión del conductor varado en un embotellamiento mientras faltan cinco minutos para que su equipo favorito empiece a jugar la semifinal de la Liga Europea.

Resignación y fastidio.

Solo dijo:-vale.

Mi amigo de los coches caros vivía en una casa baja en el barrio de Horta. Los detectives amamos este tipo de vivienda, podemos ver cosas que si nuestra presa vive en un piso seria imposible. Estuve merodeando por sus ventanas hasta que vi que ponía la mesa y se disponía a cenar. Antes había prendido el televisor, donde un presentador con sonrisa de colutorio bucal trataba de convencer a una pareja joven de que hacer el ridículo ante medio millón de espectadores, en realidad no está tan mal.

Aquel era el momento para largarme a mi casa, no tenía ningún motivo para pensar que aquella noche mi amigo saldría. La gente que tiene en mente cometer algún tipo de acción que comporte consumo de adrenalina, no se prepara cena y se sienta tranquilamente a ver un concurso por televisión. Hacen otras cosas, pasean compulsivamente, se sientan en el sillón y permanecen inmóviles mirando una mancha en la pared, hablan por teléfono haciendo aspavientos, se muerden las uñas, cosas así.

Yo también pensaba prepararme algo de cena y ver una película, odio los concursos televisivos, la gente que sale en ellos siempre sabe más cosas que yo.

Tampoco tenía previsto hacer consumo de adrenalina así que vería una película.

Una película en la que los protagonistas hiciesen un gran consumo de adrenalina.

Ni tenía previsto, que alguien, aquella noche, habría decidido que mis pensamientos no tenían más valor que un entrada para el Liceo con la fecha caducada.

Y mucho menos que tenía el programa de mi noche decidido.

Pero todo eso aun no lo sabía.

Caminé hasta el metro. En los vagones, chinos y latinos dormitaban con el GPS puesto para no pasarse de parada. Preciosas adolescentes se amorraban al teléfono móvil y movían con incomprensible destreza sus manos sobre la pantalla para hacer saltar, disparar, o lo que demonios fuera, a enanos coloridos.

Bajé en Atarazanas y me dirigí a casa.

En la esquina de mi calle, con dos ruedas sobre la acera había estacionado un Lexus deportivo.

El Lexus, no sé si lo saben, es un coche cojonudo, solo lo adquieren los millonarios. El Lexus deportivo no tiene tamaño de deportivo, es grande como un barco.

Si no sienten deseos de comprarse un barco, y tienen dinero suficiente, cómprense un Lexus deportivo.

A mi me gusta especialmente ese modelo. No tengo ninguna duda: cuando sea millonario ni siquiera pensaré en comprarme otro coche.

Cuando sea millonario me pasearé en Lexus y seré yo quien se tome la cerveza cuando tenga sed.

El Lexus estaba en la acera.

El tipo grande al que no vi hasta que me soltó un mazazo en las costillas, me esperaba en la entrada de la escalera donde vivo. Bueno, concretamente cuatro escalones más arriba, una zona en sombras que conduce a la puerta del agujero donde tengo mi residencia.

El tipo era rápido y silencioso, apenas tuve tiempo de girarme cuando vi su sombra con el rabillo del ojo, y ya había recibido el primer golpe.

Se abalanzó sobre mí y empezó a atizarme, ni siquiera pude defenderme. Cuando una mole como él te da el primer golpe estás jodido.

Creo que usaba un bate de béisbol.

Hasta cierto punto lo prefería, ya que si aquellos golpes los daba con las manos, jamás podría devolverle el recibimiento.

Un bate de béisbol te lo puedes olvidar, las manos siempre las llevas puestas.

Creo que ese fue el último pensamiento coherente que tuve: la venganza.

A partir de ahí todo fueron golpes.

Quien fuese lo hacía con un ritmo sostenido, casi musical.

Era un virtuoso, el cabrón.

Pero a mi me dolía.

Creo que escuché una voz.

Luego oscuridad.

No sé cuanto tiempo pasé tendido en el suelo vengándome.

Cuando abrí los ojos, por primera vez para hacer un vergonzoso intento de regresar al mundo de la conciencia y los deseos insatisfechos, lo primero que vi fue el suelo de una vivienda en el mismo plano que mi nariz.

La vivienda era la mía, aquel linóleo gastado de color gris y yo éramos viejos conocidos.

Algo fallaba, yo cuando me tumbo a dormir lo hago en mi cama, ni siquiera cuando estoy borracho me tumbo en el suelo.

Levanté la cabeza para comprobar que el ruido que sonaba era el de las deposiciones de mis vecinos circulando por las cañerías que surcan el techo del antiguo cubículo de portero donde vivo.

Lo era.

Habían tenido el detalle de arrastrarme desde la escalera hasta el interior de la vivienda.

En cuanto pudiese se lo agradecería.

Pero tenía mucho sueño.

Los toques suaves de un zapato en mi culo vinieron cuando ya había decidido que dormiría un par de eternidades más.

La segunda sensación fue el aroma del whisky.

La tercera el dolor en cuanto traté de mover la cabeza para ver de donde venía el zapato.







NOTA DE PRENSA



El Mundo. Com

26/12/11.



La policía ha detenido a cuatro ciudadanos rumanos que delinquían en nuestro país de una forma imaginativa, y durante un tiempo, segura.

Una especialidad que podríamos llamar “robos express”.

Los cuatro ciudadanos rumanos residían habitualmente en su país de origen, desde allí viajaban con frecuencia a España donde permanecían durante diez días. A lo largo de estos días robaban en supermercados, siempre en la misma cadena, donde ya habían encontrado la manera de neutralizar los dispositivos de seguridad y alarma.

Una vez cometidas sus fechorías y convertido en dinero el productos de sus robos regresaban a Rumania donde permanecían unos días hasta el próximo viaje.

El botín nunca viajaba con ellos por lo que cualquier registro que pudieran sufrir en la frontera resultaría infructuoso. El dinero había sido transferido desde nuestro país al suyo a través de agencias de envíos de dinero o incluso entidades bancarias.



Noticia Emitida en TV3

Telenoticias mediodía del 02/02/2012


Once ciudadanos rumanos han sido detenidos en el Metro de Barcelona, eran carteristas multi reincidentes. Su modus operandi, consistía en rodear a la victima seleccionada y mientras unos le cerraban el paso, otros robaban todo lo que les era posible.





20 minutos.es

30/06/2006



Detenidos en varias ciudades españolas ochenta y tres personas de nacionalidad rumana que se dedicaban al robo de viviendas, falsificación de moneda y clonación de tarjetas de crédito. Se calcula que en quince días recolectaban más de cien mil euros.

El considerado líder de los numerosos grupos mafiosos rumanos que actúan en nuestro país se encuentra encarcelado en la prisión de Valdemoro, se llama Iorgulanescu, es conocido como Tolanu, tiene treinta y nueve años y dirige la organización desde su encierro. 


 
















Ilustración https://www.facebook.com/rosa.romaguerafontanals.3




SEGUNDO



Abrí los ojos, giré la cabeza y vi el zapato que me daba golpes en el culo.

Era de buena calidad.

La voz a la que pertenecía el zapato también tenía esa calidad que da la buena educación y el dinero.

-O es usted más flojo de lo que parece o Ayoub se ha pasado con el mini bate.

Levanté la cabeza siguiendo la estela del aroma que desprendía el whisky y vi al tipo.

Le conocía.

Al whisky también, era de la botella de “Oban” que me había regalado un cliente satisfecho. Era mi whisky o aquel fulano se ponía su propia botella en el bolsillo en cada ocasión que iba a crujir a palos a alguien.

Una posibilidad poco probable.

Que te ablanden a palos como a un pulpo es jodido, el cuerpo humano no está pensado para eso, pero si además se hacen cargo de tu mejor whisky la cosa empeora, la dignidad humana no está pensada para eso.

O sea que se me amontonaban las malas noticias.

Al tipo le conocía. Le había estado siguiendo cumpliendo ordenes de su esposa, ella quería pruebas de su infidelidad para lograr un divorcio ventajoso.

Era un hombre difícil de pillar, me había costado Dios y ayuda conseguir un juego de fotografías de su culo desnudo moviéndose sobre una de esas pelirrojas que fabrican en serie para que en Hollywood estén distraídos. La pelirroja estaba en plena sesión de suspiros cuando les cegó el flash.

La pelirroja que suspiraba mientras el dueño del zapato se la beneficiaba no estaba con él. Probablemente sería alérgica a los apaleamientos.

Traté de racionalizar la situación, para eso no necesitaba moverme del suelo, que era en realidad donde me encontraba más confortable.

Podía comprender que aquel mamón estuviese dolido conmigo y quisiera cambiarme un par de costillas de sitio, pero eso no le daba derecho a beberse mi mejor whisky.

Hay gente a quienes la vida les conduce por caminos que hacen poco probable que lleguen a ser amigos de determinadas personas.

Aquel tipo y yo éramos un ejemplo de lo que digo. Quedaba por determinar quien de nosotros había tomado el camino equivocado.

A juzgar por la situación en que nos encontrábamos su camino era el bueno.

-¿Quiere un whisky?,

Al menos parecía dispuesto a compartir mi whisky.

Si lo que pretendía era normalizar nuestras relaciones iba por buen camino.

Moví la cabeza afirmativamente. Hay momentos en la vida de un tipo como yo en que el orgullo no sirve para gran cosa.

El problema con esos momentos es la cantidad de veces que se presentan.

Otro problema es la facilidad que tengo para seguir manteniendo el orgullo. Da la impresión de gustarme que me muelan a palos.

Aquel día ya había recibido suficiente castigo, así que moví la cabeza afirmativamente restregando la barbilla contra el linóleo del suelo de mi casa.

Nada iba bien aquella noche.

Curioso que moviendo solo la cabeza te pueda doler todo el cuerpo.

-¿Cuántos cubitos?, -preguntó la voz educada.

-Demasiado bueno para cubitos, capullo, -logré articular.

-Cuente diez y levántese, lo tendré listo.

Pensé que si lograba levantarme antes de contar cinco le pillaría de espaldas y podría estamparle la cabeza contra la pared.

A la cuenta de cinco lo intenté y no llegué ni a ponerme de rodillas.

-Cuente diez más y vuelva a intentarlo, -dijo el tipo al tiempo que ponía un vaso con whisky a una distancia prudente.

Al segundo intento y tras un penoso paseo reptando por el linóleo logré llegar al vaso y sentarme en el suelo con él en la mano. Había poco, lo vacié en tres tragos.

-Más, -pedí.

El tipo de la voz educada obedeció, dejó su vaso sobre la mesa y se dirigió a la botella para servir mi ración, lo suyo no era sadismo.

El segundo vaso me lo tomé con más calma.

El hombre mantenía hacia mí persona una actitud loable, comprendía mi estado, no me daba prisa, me servía bebida si se lo pedía.

Un hijo de puta con principios.

-¿Y ahora qué?, -pregunté.

-Poca cosa de momento, solo quería que supiese que no me gusta que me fastidien.

-Me hago una idea, ¿cómo ha dado conmigo?.

-Mi esposa me ha dado la dirección de su agencia, el resto ha sido sencillo, ni siquiera he tenido que contratar a un detective.

Mi agencia es la última mesa de un locutorio en la calle Escudellers, sabiéndolo el resto era sencillo, el hombre tenía razón.

-¿Su esposa ha hecho eso?.

-¡Qué?.

-Darle mi dirección.

-Si, nos hemos reconciliado, aunque sería mejor decir que no nos hemos llegado a pelear, en realidad le contrató para ganar una apuesta. Yo tengo un par de fotos como las que usted me hizo, aunque en ese caso la adultera es ella. Le dije que era una estúpida por dejarse fotografiar de aquella manera, que yo era más cuidadoso con mis aventuras, que tomaba mis precauciones y que nunca conseguiría una foto como aquella conmigo de invitado. Apostamos y perdí.

-¿Ha perdido mucho?.

-No, no mucho, un viaje a las Islas Maldivas acompañando a mi esposa, algo así como una segunda luna de miel. Ni ella ni yo somos rencorosos, pero no me gusta perder las apuestas.

-No sabe como lo siento.

-Si, supongo que en este momento si, ¿le duele mucho?.

-Mucho, ¿satisfecho?.

-No especialmente, ya le he dicho que solo quería dejar un par de cosas claras, por lo demas, a mí su dolor no me causa satisfacción.

-¿Usted me ha dado esta paliza?.

-No, por Dios, soy un hombre que odia la violencia. Yo solo he ordenado que se la dieran.

-Podía haber venido solo, nos hubiésemos entendido mejor.

-Pago a Ayoub para cosas así.

-Ya.

-Cuando se encuentre mejor venga a verme, -me tendió una tarjeta de visita que dejé caer al suelo sin hacer el menor gesto indicativo de querer cogerla.

-Tómeselo con calma, le conviene. Por cierto ¿usted es Atila, no?.

-Si.

-Gracias a Dios, no me hubiese perdonado que Ayoub castigase a un inocente.

-Claro, hubiese sido una lastima, y además volver a empezar, ¿verdad?.

-Tiene sentido del humor, me gusta. No olvide venir a verme, le doy una semana, si no viene usted buscaré a otro. Confío en usted, hay un buen dinero a ganar, nada de la tontería que le ha pagado mi esposa.

-Su esposa es una mala bestia.

-Si, pero tiene sus cosas buenas, no le guarde rencor.

-Entendido, ¿está Ayoub ahí fuera?.

-Si, claro.

-Llámele, por favor, me gustaría conocerle.

-Ayoub, -llamó sin elevar en exceso la voz.

Entró sin hacer el menor ruido.

Era un moro de dos metros de alto, ancho como una vagoneta y tenía una cara tan expresiva como la rosca de una bombilla. De la mano derecha le colgaba uno de esos bates de béisbol en miniatura que venden en las tiendas de recuerdos de Las Ramblas. En su mano, grande como una sartén, aun tenía más apariencia de juguete.

-Ayoub, el señor quería conocerte.

El moro me dirigió una mirada aburrida y con una voz monótona que recordaba el giro de una rueda de carro recitó: -No ha sido nada personal, espero no haberle hecho mucho daño.

-No te preocupes, chico, solo quería decirte que te mataré y lo mío si que será personal.

Ayoub miró al tipo que pagaba la fiesta, al ver que no habían ordenes se encogió de hombros, me miró y dijo: -De acuerdo, paisa.

-Bueno, pues ahora que ya nos conocemos todos, será mejor que dejemos descansar al señor Atila, ¿no te parece Ayoub?.

A Ayoub le debía parecer ya que no puso la menor objeción.

El tipo de la voz educada al que no le gustaba que le jodieran, al salir me tendió la mano para que se la estrechara.

La acepté. Con seguridad no sé porqué lo hice, podría achacarlo a que aun estaba atontado por los golpes recibidos, aunque supongo que fue una reacción automática: aguantar impertinencias es algo que la gente de mi profesión hacemos con verdadera pericia cuando estamos delante de alguien que puede proporcionarnos un caso y nos promete mucho dinero. Me había dicho que mi paga no tendría nada que ver con la tontería que me había pagado su esposa, y en realidad su esposa me había pagado el doble de lo que acostumbro a cobrar. Lo confieso, mis tarifas son flexibles y aquella mujer parecía poco dispuesta a regatear cuando vino a verme. Además, cuando alguien con clase viene a mi mesa del locutorio y me pide que trabaje para él, algún motivo tiene para no acudir a una agencia importante. Y el motivo no es el dinero, pueden jurarlo. En estos casos lo normal es doblar la tarifa ¿no creen?.

Así que le estreché la mano al fulano que había ordenado que me apaleasen.

Al fin y al cabo, estrecharle la mano a alguien o besar a un niño en la mejilla no compromete a nada. Pregúntenle a cualquier político.

Cuando se largaron, a gatas recogí la tarjeta que antes había dejado caer al suelo para cargarme de dignidad, me levanté escuchando crujir mis huesos, la puse encima de la mesa y fui a lavarme la cara.

Me miré en el espejo, tenía la expresión de alguien que ha dejado su coche en un parking subterráneo de cinco plantas y no recuerda el número de plaza.

Me duché y me sentó bien, excepto que al levantar el pie para salir de la bañera me dolió. Me pareció curioso que al entrar no doliera en la misma medida. Probablemente mi atención en aquel momento estaba prendida de otro dolor, tenía muchos para escoger a lo largo y ancho de mi cuerpo.

Al salir del baño, la tarjeta que me había dado aquel fulano estaba en el suelo. O bien el aire que desplaza la puerta del baño la había arrastrado o bien la tarjeta tenía más dignidad que yo.

No me molesté en darle demasiadas vueltas.

La dejé en el suelo.

En ocasiones me cuesta dormir, sin embargo aquella noche dormí rápida y profundamente.

Cuando no pudiese dormir llamaría a Ayoub.

Al despertar todo mi cuerpo latía como el corazón de una teenager delante del último cantante de moda. Cada latido era una excelente oportunidad para comprobar que el dolor no le hace ningún bien al ser humano.

Me quedé todo el día en la cama. De vez en cuando mantenía una breve y sentida conversación con la botella de Oban. Afortunadamente el dueño de Ayoub no era de los que se aprovechan de la situación para gorrear la bebida del vecino y solo se había servido un trago. Digamos que lo justo para darle un aspecto más social a la reunión.

De cualquier manera la botella se agotó antes que mi sed.

La tarjeta de visita que me había dado el hombre, y yo había dejado caer al suelo sin recogerla, seguía allí como demostración de mi orgullo. Traté de ignorarla pero era difícil hacerlo, era una de esas tarjetas de diseño, estaba matizada con suaves colores que indicaban que te están presentando a alguien de merito. A alguien capaz de contratar a Ayoub para que te muela a palos, por ejemplo.

Me costaba olvidar al moro.

En una ocasión alargué la mano para coger la tarjeta y no llegué. Me encogí de hombros y me dolió como si me hubiesen clavado un puñal.

¿Les parece melodramática la frase?.

A lo del puñal me refiero.

Ya les presentaré a mi amigo Ayoub y su bate de juguete.

Le diré que se suenan con la imagen de Mahoma, luego hablaremos.

A última hora de la tarde me llamó Lena. Se preocupa por mí y tiene una rara intuición para saber cuando me han dado una tunda de palos y puedo necesitar ayuda. Ella es mi “casera”, o sea la propietaria, -por matrimonio con Samuel, el verdadero propietario-, del locutorio de la calle Escudellers, donde en la última mesa tengo mi oficina.

Lena antes de casarse con Samuel era su amante. Yo pasaba por su primo de Salta, -ella es argentina-, para que Samuel no sospechase que follaba más conmigo que con él. Creo que era una precaución innecesaria, Samuel es un chaval tranquilo que sabe que los disgustos acortan la vida del ser humano sin darle nada a cambio. Sin embargo ahora que están casados y Lena ya no se encierra conmigo en alguna de las cabinas después del cierre del local, la excusa resulta no solo conveniente si no indispensable para la tranquilidad de Samuel y la conservación de mi mesa, como puesto de trabajo, en el fondo del local.

Lena, como ya habrán podido comprobar, es una tía legal. Desde que se casó con Samuel y me comunicó que lo de follar se había acabado pero que deseaba seguir siendo mi amiga si yo me comportaba como debía, nos limitamos a bromear acerca de lo mucho que nos deseamos.

Yo creo que nos queremos más ahora que antes.

Claro que antes nos divertíamos más, pero…

No se si la explicación les resulta un tanto enrevesada pero la situación tampoco era de hoja parroquial, ahora los tres cumplimos nuestra parte del papel y la cosa funciona.

Estábamos en que Lena me llamó cuando ya habían apagado el poco sol que se pasea por El Raval y me preguntó si aun estaba vivo.

Le dije que apenas.

Al cabo de media hora estaba sentada al lado de mi cama consolándome.

-Che, boludo, ¿te comiste el poco entendimiento que te regaló tu mamá el día que naciste?.

-Lena…

-¿En que quilombo te metiste ahora, loco?.

-No me metí, me metieron.

-¡Oh! Mirá que lindo, lo metieron al pibe.

-Lena si me levanto te daré una zurra en esa manzanita tan bonita que tienes al final de la espalda.

-No podés levantarte, mi amor, y dejá mi manzanita en paz, ¿ya comiste hoy?.

-Si, whisky, pero se ha terminado.

-No me cargués, ¿qué tenés en la nevera?.

Me encogí de hombros.

Aun dolía.

Lena abrió la nevera, me miró mal y se largó dando un portazo. Al cabo de un rato había regresado, traía medio super del paki de la esquina en tres bolsas grandes.

Esa costumbre de las mujeres de dar de comer a quien necesita mimos...

Un sicólogo diría que es la consecuencia inevitable del acto del amamantamiento en el recuerdo.

Yo prefiero que me amamanten.

-¿Has traído algo de beber?.

-Si, leche.

-Nooo.

-Pero si, cuando dejés de ser chico y no tenga que cuidarte mamá, bebés lo que te hinche las pelotas.

Lo primero que sacó de las bolsas fue un paquete de la farmacia y una botella de agua. De un frasco, con aspecto de no contener nada de interés, extrajo dos pastillas y me las tendió acompañadas de un vaso de agua con el que podría haberme duchado.

No recordaba que tuviese en casa un vaso tan grande.

-Tragá esto y si esta noche no podés aguantar el dolor tomás dos más.

Luego sacó de la bolsa una bandeja de comida preparada: coliflor rebozada y una pechuga de pollo con unos trozos de champiñones flotando en una salsa poco atractiva. Prácticamente me lo dio en la boca, cucharada a cucharada.

Es una sensación extraña que una mujer con la que has hecho el amor en alguna ocasión te vea en un estado de invalidez semejante. Para tu maldito orgullo masculino casi es preferible que te abandone a tu suerte.

Pero mientras me cuidaba pensé que a mi maldito orgullo masculino le podían dar por culo.

Se marchó cerca de las once, antes me hizo beber un vaso grande de leche. Era verdad que no había comprado whisky.

Aquella noche no me visitaron escarabajos de color carmesí ni arañas dentudas a causa de la abstinencia, aun estoy lejos del delirium tremens.

Lena, antes de marchar se percató de la presencia de la tarjeta en el suelo, la recogió y me la tendió. Tuve la tentación de decirle que la tirase en el contenedor de basura de la esquina, pero la guardé sin mirarla en el cajón de la mesilla de noche estilo Regencia que tengo al lado de la cama. Cualquier tipo de información sirve.

En ocasiones para salvarte la vida, en otras para que te muelan a palos.

Y seamos sinceros: nadie, nunca, alguien que se había molestado en romperme la crisma me había ofrecido trabajo.

Podía ser una experiencia interesante.

Y en el peor de los casos sabría donde y como encontrar a Ayoub.

Seguía pensando que matarle era una idea excelente.

Por cierto, no me pregunten que demonios significa el estilo Regencia en una mesilla de noche. Me lo dijo una diseñadora de muebles que una noche tuvo interés en averiguar como se las maneja en la cama un detective privado marginal.

Yo la recogí, estaba al lado del contenedor de basuras un día que llovía.

A la mesilla me refiero.

La diseñadora acostumbraba a tomar mojitos en un bar cercano al contenedor de basura. Fue ella quien me ayudó a repararla, estaba hecha una mierda.

De nuevo me refiero a la mesilla.

Más tarde quiso comprármela, pero ya le había cogido cariño.

A ambas me refiero.

En el cajón de mi preciosa mesilla tengo un paquete de tabaco, lo guardo como recuerdo. Hace años fumaba como un condenado, lo dejé y me guardé el paquete a medio consumir como un recordatorio doble. Me recuerda que antes fumaba y que soy un tipo tan admirable como para dejar de fumar y no volver a hacerlo si así lo deseo.

Saqué un cigarrillo del paquete, lo miré con desprecio, me lo puse entre los labios y le di un par de caladas. Pensé que poniéndome a prueba me sentiría mejor.

Las caladas me provocaron un acceso de tos y me obligaron a recordar a Ayoub y su mini bate de béisbol.

Si quieren dejar de fumar les puedo presentar al jodido moro.

Apagué el cigarrillo contra el suelo, al lado de mi cama, con todas las fuerzas que me quedaban.

No muchas si hemos de ser sinceros, pero para ganar por la mano a un cigarrillo bastaban.

Cerré los ojos.

Me dormí. En cada ocasión que me daba la vuelta el dolor me despertaba y luego me volvía a dormir. Decir que fue una buena noche sería exagerar, pero reconozco que comparado con el rato que me hizo pasar el moro casi resultó como un fin de semana en el Paraíso.

Por la mañana, al despertar, la botella de agua estaba casi vacía lo que me hizo pensar que había tomado pastillas en más de una ocasión. El mareo que sentí cuando me levanté para vaciar la vejiga podía ser efecto de las pastillas o del meneo del bate de béisbol del moro.

Lena vino a mediodía y me dio de comer.

En esta ocasión mi estúpido orgullo masculino casi no protestó.

Pensé que podría acostumbrarme con cierta facilidad. Tal vez el asilo no fuese tan mala opción en unos cuantos años si no me mataban antes de una paliza.

Era viernes.

Llegaba el fin de semana, malos días para que alguna mujer te venga a hacer compañía, están todas con la familia.

Pero Lena vino, se trajo a Samuel con ella. Es lo que se llama compatibilizar amistad, caridad cristiana y prevención de riesgos en el hogar.

Lena me trajo una novela, Samuel me dijo que pensaba traerme una botella de whisky, que incluso la había comprado, una botella de Lagavulin dieciséis años pero que ella la había requisado y la guardaba para dármela cuando estuviese en mejores condiciones. Se encogió de hombros y me tendió un CD con una recopilación de éxitos de The Suitcase Brothers, un par de chavales de Barcelona que le dan al blues de maravilla. Una música ideal para escucharla con un vaso de Lagavulin en la mano.

Lena me puso el reproductor de música a mano.

Le sonreí con todo el odio que pude.

Poco en realidad.

En conjunto todo bastante penoso.

Cuando se marcharon Lena y Samuel me dejaron la televisión prendida y el mando a distancia cerca de mi mano. Al cabo de media hora de pasearme por las distintas emisoras, había recopilado tanta información acerca de los conocimientos necesarios para moverse en esta sociedad, que podía presentarme con garantías a uno de esos concursos casposos de televisión en los que siempre se está a un paso de hacerse rico y acabas siendo poseedor de un juego de parchís y poniendo cara de tonto. También sabía el lugar donde debía comprar mi mansión cuando me tocase una de las muchas oportunidades, que Loterías y Apuestas del Estado pone a disposición de los españoles. Por supuesto no me quedó ninguna duda de mi imbecilidad por no tener contratados los servicios de diversas compañías de telefonía, era un experto en compresas, lavavajillas, leche pasteurizada, ligeras perdidas de orina y sus consecuencias en los planes matrimoniales de bellezas otoñales. Y lo verdaderamente importante: sabía que colonia comprarme para que cualquier mujer no oligofrénica cayese rendida a mis pies.

Me dormí leyendo la soporífera novela policiaca de un autor sueco que Lena me había regalado.

Mi cuerpo dolía, pero menos que el día anterior.

Tampoco, esa noche, me visitaron escarabajos de color carmesí ni arañas dentudas.

Pensé que tal vez fuese el momento de dejar la bebida ya que llevaba dos días sin probarla y ningún enfermero se había visto forzado a embutirme en una camisa de fuerza.

Era una excelente idea.

La deseché.









NOTA DE PRENSA



El País 30/3/2009



Golpe a la mafia china en Barcelona.

La policía está desarrollando desde primeras horas de la mañana una operación contra una organización conformada por ciudadanos chinos acusada de dedicarse al trafico de “sin papeles” así como de inmigración ilegal y falsedad documental. La operación hasta el momento se ha saldado con cincuenta y cuatro detenidos y siguen las investigaciones.

Los agentes han registrados al menos nueve pisos en las localidades de Santa Coloma de Gramenet y Badalona. Ambas poblaciones pueden considerarse parte de la urbe de Barcelona capital donde también se están practicando diligencias en relación con este caso. Ya que el operativo sigue abierto no se descartan más detenciones.

Según fuentes de la Jefatura Superior de la Policía de Barcelona uno de los registros se ha producido en la calle Saturno de Badalona, mientras que no se ha confirmado la ubicación de los registros practicados en los pisos de Barcelona y Santa Coloma de Gremenet.

Un vecino de Badalona, Emilio, ha comentado a Europa Press que, “toda la zona parecía Chinatown, porque cada día entraban y salían ciudadanos de origen chino, con mujeres de la misma nacionalidad muy guapas en cochazos y que usaban tacones muy altos”.

Para otros vecinos “la situación era muy visible porque cada vez que aparecía la policía salían todos corriendo”. Estas últimas manifestaciones las ha hecho un vecino en la misma puerta del inmueble donde la policía estaba practicando el registro.
 


TERCERO



Era lunes, un día estupendo para dar por finalizado mi fin de semana de forzoso descanso.

Me levanté sin necesidad de arrastrarme.

Aquello iba bien.

Atila seguía cabalgando.

Me duché, y el agua golpeándome el cuerpo me despertó las ansias de venganza. Mientras soportaba el dolor me juré, una vez más, que mataría al zarrapastroso de Ayoub.

Respecto al dueño del zarrapastroso tenía sensaciones encontradas. Ninguna buena por supuesto, pero en el peor de los casos no me quedaba más remedio que admitir que aquel fulano si tenía un motivo para desear dañarme. Yo le había perjudicado previamente. En mi trabajo perjudico en tantas ocasiones a uno o al otro que de vez en cuando no es extraño que alguien, -esposas, maridos, empleados, posibles beneficiarios de herencias, corporaciones, sociedades benéficas y vayan a saber cuantas cosas más-, quiera premiarme por ello. Hago daño a cambio de dinero, me consuelo pensando que mi intención no es hacer daño, que no es nada personal, me recubro de una matizada capa de amoralidad.

Las pruebas que aporto a una empresa para que puedan despedir a un empleado que no se ciñe estrictamente a su deber no me causan satisfacción, ni deseo que al pobre Lázaro le despidan, simplemente no es mi problema, yo solo cumplo con lo que me han encomendado. Cuando le fotografío el culo desnudo a una dama retozona, dándole caña a la verga de su amante, y le entrego las fotografías al marido, a mi no me resulta más simpático el marido que la esposa o el fulano que se la beneficia, y que con toda probabilidad también recibirá su parte de palos.

Lo mismo que me dijo Ayoub después de apalearme: “lo siento paisa, no es nada personal”.

Claro, cada uno tiene el trabajo que tiene.

Pero aquel día, en la ducha, el cuerpo me dolía lo suficiente para impedirme no desear enviarle al seno de Mahoma con un tiro en la frente.

Me miré en el espejo, tenía varios moretones repartidos artísticamente por mi cuerpo.

En la cara solo tenía la expresión de mala leche de las ocasiones en que me zurran.

Cuando no me han zurrado más o menos es lo mismo por lo que hace a mi expresión de mala leche.

La mala vida ya había formado en mi cintura un todavía modesto cinturón de grasa que haría bien en eliminar.

Pero no lo hacía. Al fin y al cabo vestido aun doy la apariencia de fulano atlético y bien cuidado. Cuando me desnudo ya es tarde para que la dama salga huyendo.

No acostumbran a hacerlo. Al fin y al cabo mis amantes no son Miss Universo. Y un poco de grasa en la cintura hace juego con unas tetas caidas.

Tal vez la cara de mala leche sea por eso.

Me toqué con las yemas de los dedos las bolsas hinchadas bajo los ojos.

Al menos no dolían.

Sentado en la cama con la tarjeta en la mano acabé de tomar una decisión que ya hacía horas había tomado. La información de la tarjeta era escueta, solo había un nombre y una dirección, el nombre ya lo sabía: Fausto Baliarda. El resto colores suaves de diseño, nada de Asesor Financiero ni “se reparan lavadoras” etc., solo el nombre y la dirección.

Una tarjeta con clase.

Me vestí y salí a la calle cojeando con elegancia.

Más que nada por no hacerle un feo a la tarjeta que llevaba en el bolsillo.

Entré en el bar donde cada día me guardan uno de esos periódicos gratuitos que me gusta repasar aunque solo sea para enterarme de lo que está de moda. Los periodistas se aferran a ello con el objetivo de ganarse el pan sin meterse en aguas profundas, así que información de banalidades no faltan.

Aquel día era la final del campeonato mundial de clubes de futbol y un buen puñado de tarados sufrían prendidos de las declaraciones de unos y otros. La sección seria se adentraba en los vericuetos de las conversaciones entre distintos sectores de un partido político con el objetivo de repartirse el poder y estar unos cuantos meses sin robar descaradamente al ciudadano.

O al menos que se notase poco.

Ellos, sin embargo, lo llamaban refundar el partido.

Unos salían y los otros entraban.

Quedaba de puta madre.

El partido siempre queda.

Y si es necesario se refunda con bulldozer.

Entonces lo que queda es la idea, el ideal.

Y si es necesario se cambia. Los ideales también se refundan.

No acababan de ponerse de acuerdo.

Dejar de robar cuando puedes hacerlo es difícil.

Y ellos pueden, tienen el ideal.

Refundado o no, tienen el ideal.

En la cuestión del futbol la cosa ya era más sencilla. Todos deseaban que el equipo patrio ganase el campeonato mundial de clubes.

Yo también, era mi equipo.

Y al fin y al cabo el futbol toca menos los cojones que la política.

Y al ciudadano le sale más barato.





El palacete de estilo modernista estaba en una calle en pendiente por los alrededores del Parque Güell. En la puerta una pequeña placa de latón proclamaba que allí, si tenías el correspondiente permiso, podías encontrar a Fausto Baliarda.

Lo del correspondiente permiso me lo dictaba la experiencia reciente.

La placa de latón seguía sin aclarar si el tipo reparaba lavadoras o traficaba con órganos.

Llamé al timbre y me saludó una versión electrónica del Cant dels Ocells.

Una casa con clase, un timbre con clase, una tarjeta con clase, una placa de latón con clase.

Empezaba a estar harto de tanta clase.

Me abrió la puerta una morena casi tan alta como yo. Mido metro ochenta y tres, así que no estaba nada mal. Le miré los zapatos, calzaba tacones muy altos, la imaginé con dieciséis centímetros menos y eso me consoló un tanto. Ella siguió mi mirada y sonrió.

Su sonrisa decía: “descalza soy igual de peligrosa”.

Yo no tenía la menor duda.

-¿Puedo ayudarle?.

Podía, pero no se lo dije.

-El señor Baliarda me espera.

Me miró con atenta curiosidad y preguntó: -¿su nombre, por favor?.

-Atila.

-¿Atila?.

-Si, Atila. Y por favor no diga “Uy que miedo” hoy ya sería la tercera vez.

-No se me había ocurrido. Por favor ¿quiere pasar?, -dio un paso lateral para dejarme pasar. Cuando estuve dentro me precedió hasta una salita de espera.

Movía el culo con verdadera elegancia. Nada de esos balanceos exagerados que dicen: -mira lo que te pierdes por no ser lo suficientemente guapo, rico y sobradamente inteligente para rendirte a mis pies y rogarme que te conceda permiso para adorarme.

No, nada de eso.

El recatado balanceo de sus caderas solo decía: -tranquilo chaval, ya encontraras algo acorde con tus tristes expectativas.

Lo menos que se puede esperar de una chica con clase.

Miré a mí alrededor por si en la salita había uno de esos jarrones con clase. Lo habría estrellado contra el suelo y luego me hubiese revolcado sobre sus restos.

No vi ningún jarrón. En una mesilla baja reposaba la prensa del día, toda ella, y frente al sillón donde la morena me había dicho que me sentara una pantalla de televisión de cincuenta pulgadas mostraba unos fondos marinos de belleza reposada.

No voy a repetir lo que he dicho antes acerca de la clase y mi estado de ánimo, empezaba a contagiarme y no quería dar la nota.

-Si me permite voy a avisar al señor Baliarda, -se alejó con el mismo cadencioso contoneo sin esperar respuesta.

La chica no me conocía, mi aspecto, especialmente después de la paliza, no encajaba con el entorno. Con seguridad Fausto Baliarda no la había avisado de que yo iría a verle, ya que no lo sabía, sin embargo me había dejado entrar y me había acomodado con absoluta tranquilidad. Lo hizo sin mostrar la menor desconfianza.

Se me ocurrían dos posibilidades: o aquella criatura angelical era cinturón negro de karate séptimo dan o mi amigo Ayoub andaba cerca.

La tercera posibilidad era la frecuencia con la que tipos de mal aspecto frecuentase la casa.

Di un vistazo, no había cámaras de seguridad enfocándome, si lo hacían eran tremendamente discretas.

El taconeo de la mujer morena la precedió. En la pantalla de televisión un paisaje de gorgonias de colores cambiantes se mecía al compás de una corriente amable, una miriada de pececillos iridiscentes entrecruzaban sus caminos cambiando de dirección sin aparente sentido, era un paseo pacífico, casi filosófico, puro solaz.

Le señalé a la morena el televisor: -¿Dónde está el rape hijo de puta que se come a los pececillos?.

-Señor Atila, por Dios, en esta casa no dejamos entrar a según que clase de individuos, -me miraba con lo que parecía genuino escándalo.

-Nada de rapes malos ¿eh?.

-Nada de eso, sígame por favor, el señor Baliarda le espera.

Al final de un pasillo de paredes pintadas con los mismos tonos que la tarjeta de visita e iluminado por una luz potente de claridad cruda me esperaba Fausto Baliarda. Sonreía y me tendía la mano como si fuéramos amigos de toda la vida. Sin embargo no llegó a estrechármela, su brazo cambió de dirección, se dirigió hacia mis hombros, pero tampoco me los estrechó, simplemente formó con ellos una especie de pasillo por el que yo debía pasar.

Era un hombre de decisiones cambiantes.

Sin embargo he de reconocer que sin Ayoub el fulano mejoraba, elegante, acogedor, buena gente, me sentí bien al escuchar su voz.

¡La madre que lo parió!

-Estaba seguro de que vendría, acostumbro a calibrar correctamente a las personas, -mostraba su satisfacción por mi renuncia a la dignidad como lo hacen los verdaderos gentleman: sin aspavientos.

“Yo no, siempre caigo en los brazos de algún hijo de puta”. Lo pensé bajito para que no estropear el intento de sonrisa que me esforzaba en dirigirle en correspondencia a la suya, aunque solo fuera para no decepcionar a la morena, quien parada detrás de nosotros esperaba por si recibía nuevas ordenes. Y parecía mirarme con un nuevo interés.

Tal vez mi reflexión acerca del triste destino de los pececillos la había enternecido. Ya nunca más vería aquella apacible escena sin pensar que en el mar hay rapes. Y era yo, Atilano Sanjosé quien la había iluminado.

Ya me dirán si no era para sentirse feliz.

Fausto Baliarda me empujó levemente por el hombro y entramos en lo que imaginé sería su despacho. En la pared lucía un televisor que a juzgar por su tamaño debía ser el padre del de la salita. En la pantalla congelada brillaba con el lujo de la alta definición una escena de videojuego: un coche de aspecto futurista trataba de colarse entre un camión de gran tonelaje y dos motocicletas de apariencia paranoica.

-Estaba jugando, ¿conoce este juego?, -me dijo en tono casual, como si jugar a aquellas horas fuera lo más natural del mundo.

-No, no acostumbro a jugar, demasiado trabajo.

-Bueno, si quiere luego puede probar: excepto el conductor del coche deportivo todos los demás son los malos, cuantos más derribe, incendie o provoque su destrucción más puntos recibe.

Encantador.

-Pero siéntese, estará más cómodo,-me indicó una silla de aspecto confortable.

Al sentarme comprobé como el sol, que entraba a raudales por la ventana, bailoteaba directamente sobre mis ojos haciéndome sentir como en una sala de interrogatorios.

-¿Esta otra silla está rota?, -le señalé la hermana gemela de la que yo usaba y que estaba situada en una cómoda zona de sombra.

El hombre sonrió, -no, claro que no, puede sentarse si lo prefiere.

Me cambié de silla, al levantarme de la primera no pude evitar un ligero suspiro.

-Aun le duele por lo que veo.

-Aun me duele, si.

-Me gustan los hombres sinceros y honestos.

-A mi no acostumbran a gustarme de ninguna manera, he conocido demasiados. Y puesto a soportar a un ser humano prefiero una mujer.

-Ese es un problema que compartimos.

-Si, aun somos mayoría.

-¿Es usted honesto señor Atila?.

-Si quiere puedo serlo.

-Esa no es una respuesta muy honesta.

-Bien, deje que lo pruebe otra vez, -me miró con un brillo entre socarrón y severo en sus ojos, -soy el más honesto de los detectives privados de esta parte de la ciudad.

-Tal vez sea suficiente.

-Suficiente ¿para qué?.

-Siéntese, se lo contaré: represento a un grupo de empresarios con intereses en diversos ramos, tenemos problemas y temores comunes, y yo he sido comisionado para tratar de hallar una solución a nuestros problemas.

Saber que aquel tipo tenía problemas y especialmente temores me lleno de satisfacción. Si sus problemas eran graves accedería a jugar una partida al videojuego con él. Me pediría el tanque, seguro que había uno.

Dejé de pensar en mi tanque destruyendo coches deportivos ya que Baliarda seguía hablando.

-Como usted sabrá, señor Atila, en el Raval y desde hace tiempo, actúan diversas facciones mafiosas: norteafricanos, chinos, gente venida del este de Europa, latinos. Todos ellos tratan de hacer suyo el territorio y aunque sus discrepancias no nos preocupan, acaban por afectarnos. Al principio cada uno tenía una parcela de negocio que los otros respetaban, lo cual quiere decir que la incidencia en nuestros negocios era no solo cuantificable si no incluso soportable. Sin embargo en estos momentos esta situación está cambiando, cada uno de estos grupos tiene la pretensión de, por decirlo de una manera clásica, ampliar su negocio. La situación en si misma ya es bastante grave, como puede suponer, sin embargo no es la que más nos preocupa. Lo realmente preocupante es que conforme se van haciendo poderosos se van atreviendo a ocupar otras zonas de Barcelona, ya no se conforman con el Raval, el territorio que por tradición les pertenece. Si se lo permitimos acabaran controlando toda la ciudad convirtiéndola en una sucursal de aquellas ciudades estadounidenses de los años veinte.

-¿Quiere decir que no está exagerando?.

-No, no exagero, alguno de nosotros ya estamos pagando protección en los alrededores del Mercado del Borne y en los últimos días hemos constatado su presencia en el Paseo de San Juan. Y no solo se trata de la obligación de pagar un canon de protección. La prostitución al aire libre y en zonas cada vez más amplias está ejerciendo un efecto de degradación que no nos conviene ni a mí ni a mis socios.

-Sinceramente, no veo la gravedad del asunto.

-Bien, se lo contaré de otra manera: el Raval se está convirtiendo en algo distinto de lo que ha sido hasta ahora, o sea, el estercolero de la sociedad barcelonesa. Está sufriendo la metamorfosis que en su momento sufrió la costanera, ¿recuerda los almacenes y fabricas de la Vía Icaria y las barracas del Camp de la Bota?. Han desaparecido, ahora allí hay pisos de lujo, zonas de grandes hoteles, locales donde la gente de bien se siente a gusto. Y si es así, lo es porque alguien como yo y mis socios invertimos mucho dinero en convertir la zona en un espacio habitable.

-Ya, pero…

-Déjeme continuar. La gente que invierte dinero lo hace con la pretensión de recuperar el dinero invertido y mucho más, cuanto más mejor. ¿Qué cree que pasaría si la gente que les llena los bolsillos a cambio de las facilidades que les ofrecen se encontrara con suciedad, prostitución del más bajo nivel, drogadictos tirados por las aceras, carteristas al acecho y toda clase de personas cargadas de aviesas intenciones?. No hace falta que me conteste, yo se lo diré: se largarían a gastar su dinero a otro lado. Un poco de marginalidad y vicio está bien, le da color a la salida nocturna, pero una puta mamándole la polla a un tipo recostado en la pared, en medio de una calle por la que forzosamente tienen que pasar es, lo mire como lo mire, un exceso de marginalidad. Ver a un marroquí tentándole la cartera con la mirada es un exceso de marginalidad, empieza a perder la gracia. Ver a un chulo de aspecto peligroso diciéndole a su puta que se espabile o la forrará a hostias es un exceso de marginalidad. Pensar que aquella puta tal vez nunca pensó en ejercer de puta hasta que la trajeron a escondidas desde Rumania o Senegal, es sin la menor duda un exceso de marginalidad. Ver a un tipo de aspecto granujiento merodeando por las terrazas de Las Ramblas para agarrar el importe de la consumición, que el cliente acaba de dejar en el platillo, antes de la llegada del camarero y salir corriendo es un exceso de marginalidad, especialmente porque al echar a correr te puede empujar y tirarte al suelo.

Acababa de comprobar que Fausto Baliarda era capaz de manejar el lenguaje sucio con verdadera pericia, lo que me infundió confianza, pero seguía sin saber cual era el juego.

-¿Y eso que tiene que ver…?.

-¿No lo ve?.

-No.

-Amigo usted me preocupa, no se ha dado cuenta de que por los alrededores de su casa se establecen hoteles de cuatro estrellas, -que serían de cinco de estar en otro lugar-, que hace cuatro días no existían. Se levantan edificios modernos y lujosos que aun conviven con los semi derruidos tugurios tradicionales. En cualquier calle, donde aun reside la miseria de la inmigración, abren locales de ocio cargados de lujo, locales de diseño, que tal vez le cueste imaginar la razón por la que se han abierto allí en lugar de en una calle más convencional. Yo se la diré, se abren allí porque el Raval es la próxima costanera, el lugar que se debe cambiar para que produzca dinero. Gracia se ha explotado y aburguesado, ya no es negocio, la Barceloneta ya está a unos precios que no interesan al inversor, aparte de que allí el lumpen ya ha sido expulsado hace mucho tiempo. Hay que buscar nuevos escenarios y, dejando de lado el Raval, Barcelona no ofrece tantos lugares miserables para cambiarles la faz. Si está pensando en La Mina olvídelo, por el momento no interesa, en algún lugar hay que amontonar los desechos. ¿Piensa en San Cosme, quizás?. No es negocio, está mal situado, no tiene historia, no tiene carisma ciudadano. El lugar a cambiar es El Raval. El cambio es el negocio.

-Ya veo.

-Y esos cambios ¿quien cree que los lidera?.

-Seguro que usted me lo dirá.

-Por supuesto que se lo diré: Yo, querido, yo, mis socios y otros como yo. Y tenemos todo el derecho a defendernos de quienes pueden estropearnos el negocio. Y usted puede ayudarnos.

-¿Y la policía?.

-La policía, amigo mío, no está para prevenir delitos. Ellos intervienen cuando el delito ya ha sido cometido, supongo que eso usted ya lo sabe. Y el delito probado por el que pueden intervenir en este caso es de relativa importancia: amenazas, uso indebido de la vía pública en el caso de la prostitución, alguna agresión sin resultado de muerte, poca cosa según el código penal. Así que cuando atrapan al delincuente lo hacen sabiendo que en el mejor de los casos aquel individuo pasará unos pocos días en la cárcel mientras la mafia a la que pertenece seguirá tranquilamente con sus actividades. Además en este caso estamos hablando de delitos cometidos mayoritariamente por ciudadanos extranjeros. Y si nuestro sistema judicial protege en tantas ocasiones al delincuente, cuando este es extranjero le protege mucho más. Así que la policía no solo se enfrenta a las limitaciones propias de la prevención del delito y a nuestro sistema judicial, también a la desidia que provoca la desmoralización.

-Y a ustedes les preocupa la injusticia.

-A nosotros nos preocupa perder dinero, como usted puede imaginar. No me muestre su cara moralista, no creo que sea la persona más adecuada para hacerlo.

-Bromeaba.

-¿Bromea con su dinero, señor Atila?.

-Yo no tengo dinero ni para bromear.

-Ayúdenos con este caso y tendrá dinero para bromear y para no sentir el menor deseo de hacerlo.

-¿Quiere que me cargue a todos y cada uno de los tipos que actúan para las mafias?.

-Claro que no, vendrían otros, hemos importado suficiente miseria para que en la ciudad sobren candidatos.

-Entonces, aun a riesgo de defraudarle, debo confesarle que me he perdido.

-Averigüe los centros de poder de esa gente, dénos nombres, situelos en el mapa, luego veremos.

-¿Veremos quien se los carga?.

-Luego veremos, usted situelos.

-Situarlos también podría hacerlo la policía, supongo que no le faltaran contactos.

-No queremos a la policía metida en esto, usted nos parece mejor socio.

-¿Por qué yo y no otro?.

-El otro día le dije que a mi es difícil cazarme y usted lo hizo de forma rápida y limpia, eso estuvo bien.

-Y bien que me lo agradeció.

-Ese es otro motivo por el cual creo interesante su colaboración: usted, ahora, sabe que conmigo no se puede jugar, y siempre es bueno que quien trabaja para ti sepa cuales son las reglas del juego. Otro motivo sería que usted vive en la zona por donde se mueven las mafias que queremos controlar, partiendo de su vecindario se puede llegar a los lugares que necesitamos conocer. Usted conoce gente que conoce a otra gente, la clase de gente que solo habla con quien considera un igual a no ser que sean confidentes de la policía, pero ya le he dicho que no queremos a la policía como socios.

-Esa gente con quien mejor habla es con una billetera por la que asoman billetes de cien euros y si asoman los de quinientos hasta cantan y bailan.

-Tendrá esa billetera, no se preocupe.

-Es usted bueno dando razones.

-Y por si fuera poco, antes me ha dicho que usted era el más honesto de los detectives privados de esa parte de la ciudad.

-Lo soy.

- Bien, ¿cuántos detectives privados hay en esta parte de la ciudad?

-Yo.

-¿Se da cuenta?, usted es nuestro hombre.

-¿Y que pasará si le digo que a su hombre el trabajo no le interesa.

-Pues que usted saldrá de esta casa y se olvidará de que hemos tenido esta reunión. No sea melodramático, ¿qué otra cosa podría ser?.

-He visto muchas películas y allí los malos les hacen cosas terribles a los pobres detectives privados que no siguen sus órdenes.





-Y yo soy el malo, según usted.

-Claro, yo soy el detective, ¿recuerda?

-¿Por qué tendría que preocuparme por usted, qué podría hacer con lo que le he dicho?. Le he ofrecido un trabajo que consiste en proteger una actividad legal, eso es todo. Y por cierto, yo y mis socios no somos los malos, simplemente hacemos negocios.

- Se explica usted muy bien, digamos que acepto el trabajo.

-En este caso vaya a ver a Ámbar…

-¿Ámbar?.

-La mujer que le ha abierto la puerta, tiene dos sobres para usted. En el blanco encontrará dinero para gastos, para comprar información, lo que desee hacer con él, en el sobre de color crema tiene usted un pequeño adelanto de sus emolumentos. También le dará un teléfono móvil con el máximo de recarga, no lo deje nunca sin carga, recárguelo tantas veces como sea necesario, no le llamaré en vano, pero si le llamo quiero encontrarle.

-De acuerdo.

-Otra cosa, si necesita usted la colaboración de Ayoub, para convencer a alguien, llámeme y se lo arreglaré, es muy bueno en su trabajo. Y por cierto ya que hablamos de él: el otro día le amenazó con matarle.

Permanecí en silencio, Baliarda esperó durante unos segundos, luego retomó la conversación.

-Usted verá, pero yo no le aconsejo que lo intente, creo que en eso él es mejor que usted.

No se me ocurrió alguna respuesta adecuada así que permanecí callado, pero al parecer él seguía interesado en hablar de Ayoub.

-Verá, el bueno de Ayoub tiene una cabeza que ha actuado tantas veces de parachoques que en ocasiones no es capaz de enderezar sus pensamientos, así que necesita que alguien le guíe para que salgan de su cabeza con la estabilidad precisa. Yo soy quien le guía. Me resulta útil, es prescindible, cierto, pero no me gustaría tener que mediar entre ustedes dos o decidir prescindir de uno o del otro. Es mejor que sean amigos, o al menos que se ignoren mientras no sea necesario que trabajen juntos.

Claro como un amanecer primaveral, nada de ambigüedades: “Si me haces enfadar le ordeno a Ayoub que te machaque”. Eres útil pero prescindible. No os pago para que me toquéis las pelotas. Si eres capaz de cumplir lo que prometiste y te cargas a Ayoub me creas un problema, solucionable, pero problema”.

Seguía sin tener nada que decir al respecto, así que me limité a asentir con la cabeza.

La entrevista había terminado y en esta ocasión me tendió la mano sin arrepentirse en el último momento. Me la estrechó de una manera que me hizo suponer que al soltarme correría a lavársela.

No lo hizo.

No se puede ser tan desconfiado, como me sucede en ocasiones.

Debe ser cosa de las malas compañías que frecuenté de niño.

Ámbar me esperaba al final del pasillo cuando salí del despacho de Fausto Baliarda, en su blusa se habían desabotonado un par de botones.

Probablemente un golpe de viento.

Me pidió que la acompañara. Antes de llegar a la puerta de salida giramos a la derecha y entramos en un pequeño despacho amueblado con una enorme mesa de diseño, un ordenador y la inevitable pantalla de televisión que en aquella casa parecía el elemento de decoración más usual.

Pensé que tal vez a ella también le gustaban los juegos de ordenador.

-Tengo algo para usted. -Al decirlo se acercó tanto a mí que olí su perfume y pensé que tal vez ella formaba parte de mis emolumentos.

Se agachó, para coger algo de un cajón de la mesa, ofreciéndome de paso una visión en technicolor de unos pechos que me hubiese gustado besar. Al levantarse, por casualidad, su pecho rozó mi mano. Mi cerebro tuvo una potente erección que me llenó de orgullo.

Yo no pude, aun estaba demasiado dolorido.

Ámbar me tendió los dos sobres y una cajita conteniendo un teléfono móvil de gama alta.

-En uno de los sobres hay una relación de teléfonos y direcciones de email que en algún momento puede necesitar, también está mi email. Úselos en cualquier circunstancia, siempre que los necesite, para eso se los da el señor Baliarda.

La última frase me desanimó un poco, pero nunca se sabe con esas chicas con clase, tienen la forma de expresarse que en mi barrio se considera una falta de respeto.

Ámbar me acompañó a la puerta sin mostrar el menor deseo de alargar la conversación. Algo acerca de los rapes que se comen a inocentes pececillos hubiese estado bien para romper el hielo. Antes de pisar la calle me paré para mirar el efecto de los botones desabrochados de aquella blusa con tanta clase.

Me sonrió al tiempo que me cerraba la puerta en las narices.

Ámbar acababa de perder la oportunidad de comprobar lo tierno que puede llegar a ser un detective suburbial.

En la calle tomé un taxi, ahora que era rico podía permitírmelo.

Abrí el sobre blanco, Baliarda consideraba que cinco mil euros era un buen adelanto para gastos.

Yo también.

En el sobre de color crema conté siete mil euros.

Demasiado dinero por tan poco trabajo.

Una voz me aconsejaba volver y devolverlo. Pero en el colegio me enseñaron que no debía quejarme el día que había ración doble de recreo.

No me quejé, tampoco repartí mi fortuna con el taxista, un marroquí algo bizco.

En cuanto llegué al barrio pasé por una licorería de buenas costumbres y me compré una botella de Oban, considerando que era una manera decente de celebrar la reconciliación con Baliarda. Algo después en la tienda del pakistaní de la esquina compré un par de botellas de Vat 69 de las que siempre tiene en oferta.

No hay que perder las malas costumbres de golpe.

La suerte dura lo que dura en casa del pobre.

Mi teléfono móvil zumbó en el bolsillo, la voz de Lena, llena de ternura, se preocupó por mí.

-Ya estás por la calle, sos un otario del carajo, sentá la cabeza que ya no sos un chico, Atila.

-Estoy bien, amor.

-Recién te rompieron el alma y ya estás haciendo el machito por la calle. Y no soy tu amor, a mi me gustan los tipos con el sentido común necesario para conservar todos los huesos en su sitio.

-Claro, y los niños y los ramos de flores.

-Andá a la reputa, querido.

Lena es filóloga, domina toda clase de léxicos.

Traté de suavizarla, pero ya había colgado.

Más tarde me pasaría por el locutorio y haríamos las paces.

Miré el reloj, si me apresuraba aun podría llegar a tiempo de invitarla a almorzar.

Un agudo dolor en las costillas me obligó a recostarme en la pared.

Estaba cerca de casa, de mi cama. Afortunadamente yo no vivo en uno de esos edificios antiguos tan habituales en el Raval que se caen de maltratados y ni siquiera tienen ascensor, eso hubiese sido fatal en mi estado físico. Yo vivo en un piso de fácil acceso, en realidad es la antigua cabina del portero, en los bajos del edificio, cuando el edificio tenía portero. Mi casa es una de esas cajas cuadradas por cuyo techo pasan todos los desagües de la comunidad, llenándola de ruidos escatológicos. Y ya que estoy haciendo un ejercicio de sinceridad les aclaro que el edificio es ruinoso y no tiene ascensor, ni siquiera una escalera con los peldaños en un estado de conservación decente, pero mi vivienda una vez arreglada da para una cama, una cocina adosada a la cama por si en alguna ocasión se me ocurre cocinar tumbado y un baño de aspecto funcional (nunca nadie se ha confundido con la funcionalidad de cada uno de los componentes) que cubre todas mis necesidades. También tiene una pequeña ventana que se asoma a la calle paralela a la mía que si bien no puede presumir de vista sirve para cambiar el aire viciado y pringoso del interior por el aire contaminado y pringoso de la calle.

Me acosté en cuanto llegué, llamé a Lena y le pedí que me surtiese de analgésicos, los que tenía se habían acabado y no confiaba en mis fuerzas.

Le dije que podía escoger entre traerme los analgésicos o verme en el Telenoticias del mediodía arrastrándome en dirección a la farmacia.

Me colgó sin decir una sola palabra.

Dejé la puerta abierta.

A la media hora Lena entró en casa.

Me miró mal y estuvo una hora cuidándome.

En un par de ocasiones apartó la cortinilla, que debajo de la cocina da cobijo al almacén de productos de limpieza y al cubo de la basura, por si veía escondido el alijo de whisky.

Yo ya había escondido las botellas debajo de la cama, el único lugar donde alcanzaba sin tener que aullar de dolor.

Por este lado no tuvimos ningún problema.

Me hizo prometer que al día siguiente también descansaría.

Le di mi palabra.

No pensaba cumplirla.

Aquella noche un coctel de analgésicos y Vat 69 me ayudó a dormir sin apenas sentir dolor.















NOTA DE PRENSA.



El Pais.com 15/03/2010



Detenidas veinticuatro personas pertenecientes a la mafia rusa georgiana y armenia (grupo Malyshevskaya). La operación ha sido llevada a cabo en Barcelona, Guadalajara y Valencia. Entre los detenidos en Barcelona ha sido apresado Kakhaber Shuskanas, supuesto responsable del grupo.

A través de las escuchas telefónicas llevadas a cabo durante el operativo se sabe que el grupo estaba a la espera de la cercana puesta en libertad de Zakhas Kalashov, de quien hablaban con gran respeto por su jerarquía dentro de la organización.

Kalashov, permanecía preso en España desde hacía cuatro años y salió en libertad el pasado dos de Marzo pese a la oposición de la Fiscalía que ha valorado muy negativamente la decisión del juez. Asimismo han mostrado su estupor los cuerpos policiales. Junto a Kalashov han salido en libertad los llamados Petrov, Malishev e Izguilov.

La secuencia de las liberaciones tiene su miga, arranca desde el momento en el que finaliza el juicio oral a Kalashov celebrado en la Audiencia Nacional en Noviembre de 2009. La detención se produjo en Los Emiratos Árabes en mayo de 2005, una vez en España se tomaron medidas de máxima seguridad ya que se habían detectado actividades destinadas a sobornar a funcionarios penitenciarios. El juicio para Kalashov quedó visto para sentencia a primeros de diciembre y se esperaba la emisión de una sentencia condenatoria en el plazo de un mes. Sentencia que aun no se ha producido a mediados de marzo.

Petrov y Malishev salían en libertad provisional el 27/01/2010 con fianzas de 600.000 y 500.000 Euros respectivamente. Por su parte Izguilov fue puesto en libertad en febrero, justo unas semanas después. Finalmente Kalashov con una fianza de 300.000 Euros.

La sala que juzgó a Petrov atribuyó al acusado arraigo personal y familiar en España basándose en el hecho de que mujer y su hija residían en nuestro país y la hija acudía a un colegio español.

Un caso curioso es el de Vitali Izguilov que en una investigación llevada a cabo después de su puesta en libertad se llegó a la conclusión de que seguía manteniendo las actividades delictivas por las que había sido juzgado. Hay numerosas intervenciones telefónicas que demuestran incluso que ordenó que se agrediera a una persona ingresada en un hospital. 


 

CUARTO



Durante la noche, mi ángel de la guarda, en lugar de emborracharse y meterse en líos como es su costumbre, había hecho un milagro a consecuencia del cual mi cuerpo parecía haber recobrado la capacidad para dejar de joderme. Me preparé para empezar a ganar el dinero que Fausto Baliarda tan liberalmente me pagaba. Estaba eufórico. Lograr la felicidad, cuando sientes dolor, es algo muy sencillo. Dejas de sentir dolor y ya eres feliz.

En cuanto, al salir de la cama, hice un movimiento brusco comprobé que el milagro solo funcionaba a medias. Pero no me queje, todo el mundo tiene derecho a tomarse una copa de vez en cuando, mi ángel de la guarda no es una excepción. Había hecho un trabajo excelente aunque incompleto. Probablemente a mitad de trabajo algún amigote suyo le había llamado para citarle en un tugurio de los muchos que acostumbra frecuentar. Y no es cuestión de abandonar a un amigo, con lo peligrosas que están las noches del cielo.

Ducharse era un problema que solventé dejando resbalar el agua por mi cuerpo sin hacer contorsiones en busca de lugares necesitados de jabón.

Mientras desayunaba las cañerías que bajan desde todos los pisos arrastrando los residuos de mis vecinos retumbaban escandalosamente. Es el problema que tienes a la hora del desayuno si vives en las tripas de un edificio que ya tendría que estar jubilado.

Salí a la calle pensando en el lío en que me había metido cegado por el olor del dinero. Un olor que me seguía excitando, y decidí seguir adelante.

El problema era que no sabía como.

Un problema que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida: siempre sé lo que quiero, nunca como conseguirlo.

En el barrio conozco a mucha gente, lo había dicho Baliarda y es cierto. Pero no se trataba de conocer gente, lo que necesitaba era gente con conexiones mafiosas o al menos que conociese a alguien que las tuviese. Di un repaso rápido: Carrito, Maruchi “La Desdentá” y Abdoulayé Bassara Bassara tenían altas probabilidades de contactos exitosos con alguna mafia. También es posible que las tuviese Mohamed, el tendero pakistaní de la esquina, si es que se llama así. Yo le llamo Mojarra y el tipo sonríe, así que muy lejos no debemos andar. Y no cabe descartar a todas y cada una de las putas, traficantes en telefonía sin un puto cliente y que no sabes como sobreviven, tenderos, peluqueros, chulos, camareros, carniceros, rateros al descuido, sastres, confidentes de la policía, responsables de lavanderías, almaceneros de electrodomésticos de segunda mano y gente que simplemente deambula por el barrio con cara de yo no he sido, soy buena gente.

Afirmación que en muchos de ellos habría que poner en revisión.

Baliarda pensaba que si tenías contactos con mafiosos de bajo o muy bajo nivel ibas bien encaminado, solo era cuestión de a partir de un desgraciado ir trepando hasta llegar a alguien importante. El problema es que cuando llegas al fulano importante este le dice al de abajo que te pegue un tiro o te machaque un par de vértebras.

Claro que conozco a gente con aspecto de escalera, ya he nombrado a unos cuantos, creo que será mejor que les cuente quien es cada uno de ellos, no nos va a llevar demasiado tiempo.

Carrito es el camarero colombiano que llegó a España rebotado de la guerrilla colombiana, harto de aquella vida y después de perder a mujer e hijo en un ataque del ejercito. Llegó cargado de desconcierto y una bolsa de cocaína como todo capital. Con estos antecedentes sería un milagro no conocer la puerta de entrada a alguna mafia, por mucho que no la use. Valentina, lo más parecido a la mujer de mi vida que hay en mi vida y dueña de un bar que no cierra en toda la noche, le dio cobijo y empleo a Carrito, ella tiene ojo para detectar a la buena gente, auque en ocasiones le falle. Si sigo vivo es gracias a él, es un tipo mucho mejor preparado que yo para la supervivencia en condiciones difíciles. Y al parecer la selva colombina deja a mi barrio como el patio de un colegio de enseñanza primaria en horas de clase.

Desde que Carrito está trabajando para Valentina no se mete en líos si yo no se lo pido, -rectifico: si ella no le pide que me ayude- pero de drogas y de la gente que trata con ellas sabe un mundo, así que no sería descabellado hablar con él, cualquier mafia que se precie anda metida en el trafico de drogas.

Los banqueros no, ellos solo las consumen.

Por cierto, Valentina dejó de ser la mujer de mi vida cuando comprobó que no soy capaz de dejar la clase de existencia que llevo. Entre mis incapacidades figura la de formar una familia más o menos convencional o hacerme cargo de un negocio de los que mantienen relaciones con Hacienda.

Para no hacerlo largo: Valentina me acusa de no ser capaz de convertirme en un tipo distinto del que ella se ha enamorado. Sé que le debo mucho a esa mujer, ella ha sido, que yo sepa, la única capaz de ver mis virtudes entre la enorme maraña de mis defectos, aunque es posible que simplemente sea un error suyo y yo solo tenga defectos. También le debo que se haya esforzado en mejorarme. Sin las reconvenciones de Valentina a estas horas yo sería una piltrafa alcoholizada en lugar de un ex alcohólico que sigue bebiendo y que ha llegado a un cierto consenso con su hígado y su dignidad. Hubo un momento en que caer inconsciente por culpa del alcohol se había convertido en un suceso poco digno de resaltar, ahora si en algún momento sucede me avergüenzo y procuro que pase tiempo antes de que suceda de nuevo. Por todas esas cosas me gusta pensar que ella está siempre ahí y que es la parte más soleada de mi vida. También pienso que si un día la voy a buscar la encontraré tomando la mano a un tipo convencional y consolando a un niño llorón.

Si sucede la culpa será solo mía.

Da igual, yo lo que quería era hablarles de Carrito y ya lo he hecho.

Maruchi “La Desdentá” es puta. Lo del apodo le viene porque en la adolescencia su chulo le voló los dientes de una patada y luego la abandonó, convencido de que una puta sin dientes es un mal negocio. Pero Maruchi es una chica lista, pronto descubrió que una mamada a encia desnuda es una delicatessen apreciada por los clientes con clase. E hizo fortuna y fama. Una fama quizás no muy apreciada en según que foros, pero fama al fin y al cabo.

Ahora tiene su propio club de Topless, se llama El Reposo del Guerrero, las chicas trabajan y ella controla la caja y la buena praxis de las pupilas. Solo mete la dentadura postiza en el vaso cuando hay un trabajo de compromiso: Inspectores de Sanidad, gente de Hacienda, policías, políticos, cosas así de delicadas.

El club solo aporta una parte de los ingresos de Maruchi, la otra parte proviene de su habilidad para enterarse de toda clase de sucesos y venderlos al mejor postor. Tiene a “las niñas” educadas para que aprovechen la flojera, que le coge a cualquier macho a quien le acaban de hacer un trabajo de cadera, y especialmente la valoración que hace de si mismo mientras negocia el precio del trabajo. Cualquier información debe ser traspasada a Maruchi, que la valora, sopesa posibilidades de certeza y engalana con un envoltorio adecuado para ser vendida cuando alguien la requiere.

Gana un buen dinero con ello.

Ella lo niega pero en ocasiones se ha enterado de la comisión de un homicidio antes que la victima.

Mi relación con ella es buena, regular o mala. Todo depende de si pago bien, regular o mal.

Abdulayé Bassara Bassara es un nigeriano al que apenas conozco, ronda por los alrededores del locutorio donde tengo mi oficina profesional, va muy bien vestido, -siempre que aceptemos que un traje de seda de color naranja y una camisa de color negro combinan bien-. No se le conoce trabajo ni conocimientos específicos. Si detectan a un inmigrante que vive como un obispo búsquenle el truco, seguro que lo tiene, nuestra ciudad, nuestra sociedad no está estructurada de forma que un inmigrante sin oficio ni beneficio viva como un obispo. Si le buscan el truco se lo encontraran.

Además lo tengo muy cerca, no pierdo nada hablando con él en los términos adecuados, que no sé cuales son, pero los averiguaré.

Y Mohamed, el tendero de la esquina, mi proveedor de whisky de precio moderado, quien en principio no tendría porqué conocer a mafiosos, aunque con seguridad le resulta más barato pagar a una mafia que encontrarse la tienda asolada. Como en el caso anterior no me costaba nada preguntar.

Entré en la tienda y Mohamed me recibió con la sonrisa obsequiosa con que recibe a todo el mundo que no entre a atracarle.

-Mojarra, tu pagas canon de protección ¿cierto?.

Mohamed palideció agradablemente, quiero decir que su cara tomo un color ceniciento al que no se podía negar cierta elegancia, algo así como un traje de diplomático pero sin corbata. A continuación se olvidó de hablar en castellano o catalán, en realidad lo hace bastante bien en ambos idiomas. Cuando repetí la pregunta me soltó un chorro de frases en su idioma que me recordaron a un preadolescente haciendo sus primeras gárgaras con la ayuda de mamá. Luego se puso a buscar a Ghanesa, el dios elefante, por debajo del mostrador.

Tardó en encontrarlo, yo ya estaba caminando hacia el locutorio.

No dejaba de ser lógico: buscar a un dios Hindú si practicas la religión musulmana no acostumbra a dar buen resultado.

Ghanesa se estaría escoñando de risa.

Mientras caminaba me di cuenta de que en realidad el asunto no era tan complicado: se trataba de buscar a alguien que conociese a alguien quien en su niñez hubiese compartido patio de colegio con un par de elementos que con el tiempo se habrían lanzado a la mala vida y en este momento estaban al frente de una organización mafiosa.

Algo de ese estilo.

Así estaba la cosa.

¿Sencillo, no?

El locutorio estaba tranquilo, cuando llegué. Quiero decir que aun no lo había tomado el grueso de las Adoradoras del Vallenato, el grupo de ecuatorianas que usan el local como club social y donde coordinan toda la información acerca de bodas reales, separaciones entre famosos, traiciones sentimentales ocurridas o a punto de ocurrir en las telenovelas que devoran con voracidad. También comparan cacas de bebés, textura, color, olor y tengo dudas si sabor. Aunque de ser cierto que lo comentan no sería en alguno de esos momentos en que sus cabezas se aproximan unas a otras, y su voz se convierte en un murmullo apenas perceptible, y que yo imagino que hablan de los hombres y sus maldades. Las cacas de los niños tienen su propio foro.

Lena me miró con cara de madre harta de soportar las chiquilladas de su bebe de cuarenta y dos años. Antes, cuando a la hora de cierre clausurábamos una de las cabinas y hacíamos dulces guarradas allí o cuando venía a pasar alguna noche en mi leonera, no era así. Ahora si.

Tiene ventajas e inconvenientes.

Lo último que se me ocurriría es hacerle algún reproche a Lena.

Además Samuel me había comprado una botella de mi whisky favorito y Lena me la daría en cualquier momento.

Siempre que no la hiciese cabrear. Lena me trata con severidad pero no es injusta.

Samuel, en realidad, no me trata de ninguna manera, pero es generoso.

Mi pantalla en la última mesa estaba apagada. La fotografía de una señora preciosa y un niño con cara de comer cada día presidía la mesa, y confería un aire de respetabilidad al presunto papá. O sea yo, aunque en realidad la fotografía se la había comprado a precio de saldo a un moro en los Encantes de la Plaza de las Glorias. Si no recuerdo mal estaba entre unas gafas de sol de aspecto raído, dos monederos vacíos que con toda seguridad habían sido robados el día anterior, tres tomos de Vidas Ejemplares, un par de zapatos que habían perdido su aspecto respetable y varias chucherías más de las que se encuentran en los contenedores de la basura.

Encendí la pantalla, miré mi correo electrónico, me ofrecían Viagra a precios de estafa. Con seguridad lo era. El resto de gente que quería contactar conmigo se reducía a una amiga que recibe todos los chistes argentinos que corren por la red y me los re envía. A ella no la conozco, un día apareció por mi correo de esa manera mágica con que suceden las cosas en Internet y desde entonces voy recibiendo correos suyos, siempre chistes o esas fotografías trucadas con PhotoShop, tigres abrazando amorosamente a cervatillos, un oficial de las S.S. celebrando el mitz shabar con un adolescente judío, cosas así. Todo ello acompañadas de música suave para demostrar que no hay truco y la vida es maravillosa.

Tal vez un día me anime y haga algo para conocerla, no debería ser difícil, al fin y al cabo soy detective.

Sea como sea los chistes acostumbran a ser buenos.

Me conecté a Internet, concretamente a la página de la Casa del Espía. No sirve para nada pero da tono, el cliente queda atónito ante tanta tecnología como aparece en la pantalla.

-¿Qué sabes de Abdoulayé, Lena?.

-¿El cafisho?.

-¿Es chulo?, no lo sabía.

-No, yo tampoco, se me ocurrió recién, al preguntar.

-Quizás tengas razón, la pinta al menos la tiene, pero no le hemos visto nunca controlando a alguna de las putillas que conocemos, ¿no?.

-Tenés razón.

-Bueno, ya averiguaremos algo.

-¿Te interesa?.

-Me interesan las mafias y algo de mafioso si tiene el hombre. ¿Tú sabes algo de mafias?.

-No, desde que Maradona se retiró lo he dejado.

-Estás graciosa hoy. Y perdona por no haberte dado aun las gracias, estoy tan acostumbrado a que me eches una mano cuando lo necesito que…

- Ya sé que me lo agradecés, también sé que tu eres como el del tango.

-¿Qué tango?

-“Mano a mano”, él le dice a la mina traidora: “si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo, acordate de este amigo, que ha de jugarse el pellejo pa´ ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión”.

-Gardel.

-Claro, Gardel, pero solo la música, la letra es de Celedonio Esteban Flores.

-¿Pero hay alguien que se pueda llamar Celedonio?.

-Viste, por ahí no todo el mundo tiene la suerte de poderse llamar Atilano.

-Víbora.

Oye, me acordé recién, algo sé de Abdoulayé. En una ocasión vino un técnico de la empresa que nos hace el mantenimiento de las computadoras y me dijo que tenía que pasar por lo de Abdoulayé, comentó algo así como “menuda la que tiene montada el negro en su casa”.

-Gracias cielo, eso puede ser interesante, me voy a dar una vuelta, saluda a Samuel.

-Lo haré.

Seguro que no se olvidaría de saludar a Samuel, pero no me había dicho nada de mi whisky. Jugar a las astucias con una mujer casi nunca resulta.

En la puerta de la calle me asaltó una idea: alguien me había hablado extensamente de negros y ordenadores, en su momento no me había parecido interesante y lo había olvidado. Tampoco recordaba quien me había hablado de ello. O sea que con aquella información, un librillo de papel de fumar y un puñado de marihuana, podía liar un porro y fumármela.

Yo no fumo marihuana, así que le pedí a mi cerebro que archivase aquella información y la dejara a disposición de alguna sinapsis espabilada, a ver si a ella se le ocurría algo decente.

Mi sentido del deber me dijo que si no tenía nada mejor podía llamar a Maruchi. Di media vuelta y entré de nuevo en el locutorio tropezando con el carrito de la compra de alguna de las Adoradoras del Vallenato, el coro de risas mientras recogía un paquete de compresas del suelo me acompañó hasta que me dirigí a mi mesa.

Lena miraba con inusitado interés una revista que tenía sobre la mesa.

Llamé a La Desdentá.

-Buenos días Maruchi, soy Atila, necesito…

-Buenos días Atila, adiós Atila, -su voz recordaba a una amante tierna deseosa de tenerte en los brazos.

Colgó.

Repetí la llamada.

-Maruchi, tengo dinero suficiente para empapelar tu jodido dormitorio.

-Atila, muchacho, ¿donde te habías metido?, tendrías que dejarte ver más a menudo.

-Eres una mala puta, Maruchi.

-No, como puta soy excelente, mi amor, de esas que ya no se encuentran, ¿qué quieres?.

-Información.

-¿De verdad tienes dinero para pagarla?.

-Mi cliente tiene dinero, mucho dinero en realidad, y no le importa compartirlo conmigo siempre que le sea de utilidad.

-Siempre he dicho que llegarías, ven a verme al topless.

-No, al topless no, ya sabes como somos los hombres, nos ponen una teta en un ojo y empezamos a perder eficiencia.

-Vas aprendiendo, ¿dónde, pues?.

-¿Conoces el bar La Buena Vida en la calle del Carmen?.

-¿El del piano con el televisor encima?.

-Ese.

-Mañana a las cinco de la tarde.

-Si, hecho, hasta mañana.




El tipo que tenía mala suerte con los coches de gama alta acostumbraba a almorzar fuera de casa, normalmente lo hacía en un bar restaurante del Ensanche, uno de esos locales que se distinguen por no distinguirse en nada. Fui hasta allí, y en el chiringo vecino compré un bocadillo de jamón, una cerveza y me senté en un banco desde el cual controlaba la puerta del restaurante. Parecía un turista de perfil bajo esperando que se derrumbase la Sagrada Familia ante sus ojos para poder contar a la vuelta lo grave que era la crisis en España. Hasta tenía una cámara de fotos colgada del cuello.

Me faltaba la cara de japonés.

Fotografié el culo de una mulata que lo balanceaba como un maremoto a un velero, la pillé en las dos fases del meneo, en la primera su nalga apuntaba a oriente, en la segunda a occidente. Claro que en cada ocasión era una nalga distinta.

El tipo de la mala suerte con los coches de gama alta no tardó en aparecer. Yo estaba terminando el bocadillo. Salió del restaurante un buen rato después, cuando ya casi me había olvidado de las nalgas de la mulata y su balanceo. En la puerta del restaurante se paró, encendió un cigarrillo y echó a andar. Caminaba a ritmo lento, dándole un paseo a su digestión. Le seguí hasta un taller de reparación de automóviles situado en la calle Valencia. Estuvo dentro aproximadamente media hora, hubo un momento en que le vi hablar con un tipo alto y gordo que vestía traje y corbata.

Fotografíe la puerta del taller y su conversación con el tipo alto y gordo, las compañías de seguros se pirran por los documentos gráficos, especialmente cuando les sirven para dejar de pagar una póliza.

Cuando salió dudé entre seguirle de nuevo o pasar por el taller a informarme a cuanto estaba la hora de reparación, a ser posible sin I.V.A.

Si un día me compraba un coche, la información me sería útil.

Me decidí por lo último.

Me recibió un tipo que se secaba las manos llenas de grasa en un trapo hecho de hilachas de colores.

Un mecánico de la vieja escuela despreciando a los productos químicos.

Di un vistazo circular buscando el imprescindible calendario con un bikini pequeño rodeando a una señorita de tetas grandes

Estaba justo a mi espalda.

Más típico y convencional imposible.

El gordo asomaba la cabeza por una cabina encristalada comprobando que todo estuviese en orden, su mirada pasó sobre mi cabeza sin apenas rozarme. Me convenía.

Le conté al tipo de las manos sucias de grasa una historia llena de aspavientos acerca del aceite que mi venerable Skoda perdía. El tipo sonrió comprensivo cuando le dije que perdía más aceite que un tramoyista del Molino.

Su consejo, dado con un tono de voz que oscilaba entre lo paternal y lo doctoral, consistía en un repaso a fondo aderezado con un posible planchado de la junta de culata o en su lugar un viaje al desguace más próximo.

Mientras me contaba las pocas esperanzas de vida que tenía mi imaginario Skoda, yo observaba como tapaban con una lona a un Mercedes SLK rojo de apariencia vulnerable.

Me marché con un montón de ideas en la cabeza.

Ninguna de ellas hablaba de la honradez del tipo y su mala suerte con los coches de gama alta.

Al salir me dio la impresión de que la chica del calendario me guiñaba un ojo.

Naaaa.

Llamé a la oficina de seguros y les pedí que me avisaran cuando su cliente les pasara el parte del siniestro de su coche. Aposté por un par o tres de días.

Luego me largué a casa, el cuerpo aun me dolía, aunque me estaba recuperando con notable rapidez. Era probable que Fausto Baliarda le hubiese recomendado a Ayoub que la paliza no me tuviera demasiados días fuera de circulación.

Al fin y al cabo tenía intención de contratarme y un detective tullido es poco operativo.

Olvídense de Ironside.

Tumbado en la cama traté de recordar que era lo que ligaba a un nigeriano y a la industria de la alta tecnología informática.

Probablemente nada, en ocasiones se me ocurren asociaciones de ideas inútiles.

En muchas ocasiones si hemos de ser sinceros.

A las ocho de la noche me levanté de la cama y me dirigí al bar de la calle Hospital propiedad de Valentina y donde Carrito ejerce de camarero. Las ocho es la hora de apertura, luego el bar no cierra en toda la noche. Hacía bastantes días que no me acercaba por allí, no me seducía la idea de que Valentina pensará que rondaba por su bar para restablecer nuestra relación, por mucho que me muriese de deseos de conseguirlo. Mucho menos me apetecía intentarlo y que ella me rechazara. Probablemente no lo haría, pero soy consciente de que no soy una buena opción para ella. Y ella no lo es para mí, ha llegado demasiado tarde a mi vida.

Si iba a una hora temprana lo más probable era que no estuviese.

Carrito detrás de la barra transmitía la misma sensación de impasibilidad y fuerza de siempre.

Me saludó como si el día anterior hubiésemos estado charlando.

-Amigo, ¿lo de siempre?.

-Tú mandas, Carrito.

Me sirvió un vaso largo con Market Mark, un bourbon excelente.

-Como estás?, -la pregunta me sorprendió, Carrito nunca hace preguntas. Viniendo de él aquello era una muestra de amistad que casi me emocionó.

-Más o menos como siempre, ¿y tú? .

-Me alegro, yo estoy bien, desde que tú no me metes en líos mi vida es tranquila.

-Escucha Carrito, me encantará charlar contigo largo y tendido, pero no aquí, no quiero que Valentina se moleste.

-La señora no se molestará si te ve.

-No, no lo sé. Pero prefiero no arriesgarme a molestarla. Quería hacerte unas preguntas.

-Escucho.

-Mafias en el barrio, ¿qué me puedes contar?.

-De los míos, poca cosa, apenas tienen presencia en el barrio, todo se maneja desde Madrid.

-¿A qué se dedica?.

-Ya sabes, coca y sicarios. Y estos por trabajos relacionados con la coca, apenas nada más.

-Y de los demás, ¿sabes algo?.

-Lo que voy escuchando por ahí, nada demasiado fiable.

-¿Pagas protección?.

-La acabaremos pagando, la situación se está poniendo dura y la señora no quiere líos. Ya han venido en tres ocasiones, pero era gente de poco peso, cuando les enseñé la recortada que guardo debajo del mostrador dejaron de fanfarronear, pero vuelven y yo solo soy poco enemigo, tarde o temprano la señora acabará cediendo.

-¿A quien pagareis?.

-Estamos escogiendo proveedor.

-¿Y si pagas a uno los otros os dejaran tranquilos?.

-Por eso estamos escogiendo.

-Algún favorito.

-Rusos o gente del Este en cualquier caso.

-¿Que motivo tendrías para escogerles?.

-Son los más duros. Tratándose de pagar a alguien para que te proteja en lugar de machacarte el negocio lo mejor es ponerte bajo el amparo del más malo, alguien a quien todo el mundo tema.

-¿Chinos?.

-No, los chinos se manejan entre ellos.

-¿Norteafricanos?.

-Esos lo que mejor hacen es robar carteras. Si quieres que te diga la verdad creo que me lo podría manejar yo solo, pero la señora prefiere pagar si llega el caso.

-¿Nacionales?.

-Esos de dedican al negocio inmobiliario y van con corbata y maletín de ejecutivo, a los únicos que presionan es a los inquilinos de pisos antiguos que no se quieren marchar. Los pequeños van recogiendo migas o están a sueldo de las mafias importantes, vete a saber si asociados, aprovechan de ellos el conocimiento del terreno y los contactos.

-Podría ser.

-Al menos así lo veo yo, pero es una opinión, si lo pones en un informe para un cliente te arriesgas a que no te paguen por mentiroso. Lamento no poder serte de mayor utilidad.

-¿Te podrías enterar de algo sin necesidad de exponerte?.

-¿En que andas?.

-Me pagan mucho dinero por averiguar quien maneja los negocios ilegales del Raval.

-Nunca llegaras arriba.

-No creo que quien me paga confíe demasiado en ello. En realidad no sé lo que pretende, pero yo ando todo el día por ahí, de algo me enteraré y cuando ya no de más me despido y en paz, la paga habrá sido muy superior a la que acostumbro tener.

-Miraré si me entero de algo pero no confíes demasiado, ya sabes que lo mío es servir bebidas y escuchar.

-Puede ser suficiente.

-Hoy la señora vendrá pronto, así que si no quieres verla es mejor que te vayas, le diré que te has pasado por aquí, también le diré que andas en líos.

No me preguntaba si se lo podía contar a Valentina, me informaba de que se lo contaría. Para Carrito ella es Dios, los demás solo la corte celestial.

Me encogí de hombros y apuré el vaso.

-Quizás tú no quieras que lo sepa, pero a ella le gustará saberlo, -apostilló.

-Y tú harás siempre lo mejor para ella.

-Si, amigo, yo haré siempre lo mejor para ella.

-Cualquier día te puede pedir que me mates.

-No lo hará, no te preocupes.

-¿El precio del bourbon es el de siempre?.

-Si, no ha subido.

Me largué sin pagar, como siempre.

Ya en la calle recordé que Carrito había dicho que Valentina nunca le pediría que me matase, no dijo que él nunca me mataría.

¡Jodido colombiano!.

Un par de horas más tardes, Valentina me llamó al móvil, su voz sonaba triste.

-Carrito me ha dicho que te estás metiendo en un lío que te supera en mucho.

-Buenas noches, Valentina.

-Déjate estar de bobadas.

-Carrito es un bocazas.

-¿Qué vamos a hacer contigo, Atila?.

-¿Quiénes?.

-Nosotros, los pocos que te queremos.

No supe que contestar, aquella fue una conversación corta. Le dije que me perdonase, que tenía que colgar, que la llamaría, que no se preocupase que no había para tanto, ya le explicaría.

Cuando Valentina se despidió su voz aun sonaba más triste.

Hago gala de una eficiencia sublime para entristecer a la gente que me quiere.

Aquella noche soñé con Valentina.

Lo hago a menudo, en ocasiones hasta despierto.





El bar restaurante La Buena Vida, en la calle del Carmen, es un local que combina una decoración modernista con detalles actuales y mojitos apreciables a buen precio. Cuando llegué Maruchi estaba sentada en una de las mesas del interior del local. Se había vestido como una puta seria, quiero decir que no tenía una teta colgando y se había puesto bragas, pero se le notaba que era puta a pesar de la falda de vuelo amplio y la camiseta sin escote. A ella le gusta que se note y siempre lo consigue, le tiene mucho respeto al oficio.

Cuando entré su mirada trató de escanear mi cartera para ver si realmente tenía dinero. Nos sonreímos como dos viejos enemigos, aunque en realidad no lo seamos. Son gestos para recordar al personal que con nosotros no se juega.

Costumbres de gente de mala vida, no se lo tomen demasiado en serio.

-Estas preciosa, Maruchi.

-Me cuido, aun no he perdido la esperanza de que un periodista imbécil me descubra y me lleve a uno de esos programas de televisión para subnormales. ¿Y tú, como estás?.

-Demasiado viejo para la vida que llevo, demasiado cabreado, cansado, triste, desilusionado, apaleado por la vida…

-Vale, que no se te levanta.

-Te has levantado agresiva hoy.

-Las putas somos así, agresivas, es para que el mundo nos respete.

-¿Y cuando el mundo ya os respeta?.

-Entonces lo hacemos para que deje de respetarnos y poder ser agresivas con justificación. Anda no me jodas que suspendí en filosofía.

-¿Te va mal el negocio?.

-El topless no va demasiado bien, con tanta chiquilla de importación haciendo mamadas en las esquinas a cuatro perras, ya me dirás. Y no son solo mamadas, hacen servicios completos en medio de la calle, apoyadas en una columna, en los portales, cada vez hay más y cada vez cubren zonas más amplias. Y es inútil que intentes fichar a alguna de ellas, te metes la mafia dentro de casa. El mes pasado tuve que despedir a dos de mis niñas por falta de trabajo, lloramos las tres.

-¿De verdad?.

-No.

-O sea que exageras.

-No, los clientes siguen viniendo pero gastan menos. Y si la cosa sigue así, aparte de esas dos, alguna más caerá.

-De la mafia precisamente quería hablarte.

-¿Qué quieres saber?.

-Quien maneja a la gente que ofrece protección, especialmente, pero también los otros negocios: drogas, prostitución. Pero no me interesa el tipo que está en la esquina con tres papelinas en la mano, o una bolsita de maría en el bolsillo, me interesa la gente que mueve millones.

-Y a mi me interesa llegar a la Luna y encontrar esperando a George Clooney dispuesto a pagarme por una mamada. Eso no lo vas a saber nunca y si lo llegas a saber te encontraran en un callejón cosido a puñaladas, o en la cuneta de una carretera haciendo de mojón kilométrico. Además yo de mafias no sé más que tú, sé lo que sabemos todos, lo que vemos cada día. ¿hay protección?, pues claro que la hay, ¿se vende droga?, a toneladas, ¿trata de blancas?, están en la calle, blancas, negras, amarillas, las puedes ver con solo pasear por el barrio. Para eso no hace falta estudiar mucho, para confirmarlo no me necesitas, págame el desplazamiento y ahorra el resto.

Lo decía en serio, quería cobrar el desplazamiento.

-Muévete Maruchi, tu puedes conseguir información, si es buena puedo llegar a los dos mil euros, si es muy buena a los tres mil.

La mención de los tres mil euros hizo que la mirada de Maruchi se dulcificara. Forzó una sonrisa que me hizo temer que su maquillaje se hiciera añicos y puso su mano sobre la mía.

-¡Ay Atila, que no haría yo por ti!.

-Podemos casarnos.

-Claro amor, pero eso son seis mil euros.

-¿Y la información seguiría yendo aparte?.

-Por supuesto.

-Busca esa información, del resto ya hablaremos en otro momento.

-¿Quién te ha contratado, Atila?.

-Esa información vale tres mil euros.

-Vas aprendiendo, vete a saber si no me conviene pagártelos.

-No está en venta, más adelante si puedo te la regalaré.

-Mas adelante estarás muerto, capullo, y yo ni siquiera me molestaré en ir a tu entierro.

-Eso me ha dolido.

-Claro, claro. Mira, se me acaba de ocurrir algo para ganarme los tres mil euros, ya te llamaré. La consumición la pagas tú.

Maruchi se levantó, me pellizcó un pezón, me rozó el hombro con la cadera y se largó moviéndose al ritmo de un merengue que solo escuchaba ella.

Cuando aun estaba al alcance de mi voz le pregunte: ¿tú pagas protección?.

Maruchi se paró, se giró y regresó a la mesa.

¿Tú comes cada día?,-preguntó con una sonrisa carente de alegría.

Luego volvió a conectarse al merengue y se largó definitivamente.

La alegría de las putas.

No sé que haríamos sin ellas.

Salí a la puerta de la calle para ver alejarse a Maruchi en el momento en que una fuerte racha de viento levantaba papeles del suelo y faldas de vuelo ancho. De espaldas, con el pelo alborotado por el viento y la falda tratando de escalar sus muslos, tenía el aspecto de una bibliotecaria que hubiese decidido seguir el camino del mal.

Por las calles del Raval la multitud abigarrada habitual cruzaba y descruzaba sus caminos sin aparente sentido. En la esquina de Robadors dos tipos de apariencia asiática seguían con la mirada a tres mujeres negras que se situaban estratégicamente alrededor de uno de los portales, a la caza de presa. Desde una ventana una compatriota cambiaba comentarios jocosos con ellas, miraban a un tipo con aspecto de acabar de fugarse de Alcohólicos Anónimos y buscar algún camello que le vendiese la droga que necesitaba para no caer en la tentación de beber de nuevo.

Yo tenía por delante un día tranquilo, no se me ocurría nada de provecho para hacer. Había puesto en marcha los contactos que hasta aquel momento pensaba podían ser de utilidad. Ahora había llegado el momento de esperar.

En cuanto al tipo que tenía mala suerte con los coches de gama alta, si no me equivocaba pronto tendría noticias, en caso contrario sería cuestión de comenzar de nuevo a acompañarle en sus paseos.

Se me ocurrió que tal vez me llamase Ámbar aquella tarde para invitarme al cine o a merendar en su casa, un ático con vistas al mar. Siempre les imagino en un ático con vistas al mar a la asmujeres que sé que no me van a invitar a su casa.

Para que conformarse con menos.

En ocasiones me da por bromear conmigo mismo.

Antes de cenar en casa pasé por el supermercado del paki para comprar insecticida. Aquella mañana, al encender la luz, un par de manchas negras que había sobre la cocina se pusieron a corretear alocadamente en dirección al sumidero.

No es habitual, pero son las cosas que tienen las casas viejas.

El paki al verme me rogó con la mirada que no hiciese preguntas indiscretas.

-Moharra, ¿tú has ido ya a La Meca?, -le pregunté con la mejor de mis intenciones.

Negó tímidamente con la cabeza, no veía claro adonde nos iba a llevar la conversación.

-Pues te veo en el infierno de los infieles comiendo cerdo por toda la eternidad, muchacho.

Su sonrisa triste al cobrarme el insecticida mostraba que mi broma no le había hecho feliz.

Le compré también dos paquetes de leche pasteurizada que no necesitaba, era lo que tenía más a mano. En realidad Mohamed es un tipo que me cae bien.





















NOTAS DE PRENSA



El País.com 16/06/2010



Seis capos de la mafia rusa y Ucrania han sido detenidos en Cataluña. El más significado de los detenidos ha sido detenido en el aeropuerto del Prat en Barcelona, al desembarcar de un vuelo procedente de Dubai, y es considerado el responsable de dirigir la “osback”, o fondo común que se nutre de las aportaciones económicas que realizan las diferentes organizaciones criminales enlazadas por intereses y estrategias comunes.

La mayoría de las detenciones se han producido en Tarragona, Salou y Cambrils. También en Barcelona ciudad y relacionado con estas detenciones se ha producido el registro de un lujoso edificio de viviendas situado en el Paseo García Faría.

Los arrestados son de hasta cinco nacionalidades distintas: ucrania, rusa, armenia, kazaja y uzbeka. Regentaban dos hoteles, un prostíbulo y un restaurante.

A raíz de estos arrestos han aflorado también asesorías jurídicas y distintas sociedades, cuyos créditos y participaciones han sido embargadas junto a treinta vehículos registrados a nombre de las distintas sociedades.

Se hace cargo de la investigación el juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande Marlasca.





El País.com 18/06/2010



El juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande Marlasca decretó ayer libertad provisional bajo fianza de cinco de los capos de la mafia rusa detenidos ayer en Cataluña.

Los importes de las respectivas finanzas ascienden a 100.000 Euros para Takhirzham Baratov, 40.000 euros para Ladusk Unanyan, Gagik eloyan y 20.000 para Konstantin Unanyan y Yurity Zakharyan . Los seis deberán comparecer ante el juzgado cada quince días y tienen prohibido abandonar el país.



QUINTO

Ilustración Rosa Romaguera


Fue a la mañana siguiente que me llamó Ámbar para declararme su amor.

En realidad su declaración de amor fue corta.

-El señor Baliarda quiere hablar con usted, espérese un segundo, ahora mismo le paso.

Aunque yo en aquel momento aun no lo sabía, Fausto Baliarda no sería el único en querer hablar conmigo aquel día.

La voz de mi empleador, mostraba la misma complacencia amigable que siempre había mostrado conmigo. Supongo que fue ese mismo tono el usado para ordenarle a Ayoub que me rompiese el alma en pedazos recomponibles con cierta facilidad.

-¿Como se encuentra señor Atila, aun le duele?.

-Poco en realidad, le puede decir a su amigo el moro que hizo un buen trabajo.

-No sea rencoroso, él no le guarda a usted el menor resentimiento.

-Me alegra saberlo, me molestaría haber estropeado de alguna manera el bate de nuestro querido amigo.

-Así me gusta. Le llamo con el único propósito de confirmar que está dispuesto a trabajar en nuestro pequeño problema.

-Estoy trabajando en ello, ayer le pagué a una puta tres mil euros de los que usted me dio para gastos, -se lo lancé a la cara con la intención de sobresaltarlo.

Fue un intento lamentable, el tipo gozaba de una capacidad de encaje sorprendente.

-No sabía que tenía usted gustos tan caros, pero vaya, si la puta los vale…

-Ella quizás no, pero la información que normalmente es capaz de conseguir puede valer mucho dinero, espero que en este caso lo valga.

-De acuerdo, sabe que tiene toda mi confianza…

Y una mierda tengo toda tu confianza, pensé mientras me palpaba las costillas.

… no querría que tomase mi llamada por un intento de darle prisa, simplemente quería asegurarme de que goza de buena salud, también transmitirle de nuevo mi disposición a facilitarle cualquier cosa que necesite y esté en mis manos.

-No por el momento. Si hubiese algo que merezca la pena comentar se lo haré llegar con el primer informe.

-Conforme, pero si es urgente use el teléfono, no es necesario formalismos si de ellos depende la perdida de agilidad. La morosidad en la toma de decisiones es el único pecado que un hombre de negocios no se puede permitir. No lo olvide.

-No lo olvidaré. Transmítale mis saludos a su señora.

Me respondió la suave risa de Fausto Baliarda. Realmente la capacidad de encaje del tipo merecía un respeto. Claro que también podía ser que se las estuviese guardando todas para cuando llegara el momento del moro y su mini bate de béisbol.

Lena se acercaba tarareando “La Cumparsita”.

Normalmente La Cumparsita son buenas noticias, o al menos buen rollo en el locutorio. Otra cosa es cuando tararea “Adiós Muchachos” o “Cambalache”, esas son pronóstico de marejada.

-Mientras hablabas te ha llamado tu cliente de la compañía de seguros, ¿querés que te ponga?.,-Lena me tendía la pipa de la paz en forma de bolsita del Corte Ingles y una sonrisa amable. Dentro de la bolsita estaba la botella de Lagavulin dieciséis años que Samuel me había comprado.

En aquel momento amé a Lena con esa clase de amor que cantan los poetas y que difícilmente encuentras en otro lugar que no sea en un libro de poesía.

Cielos azules, corazones sangrantes, cosas así.

Llamé a la compañía de seguros.

-Acabamos de recibir el parte de siniestros, -dijo la voz del gerente de la compañía de seguros que no se fiaba del hombre de la mala suerte con los coches de gama alta.

-¿Incendio?,-pregunté.

-Si, ¿cómo lo sabe?, acabo de poner el parte en manos de nuestro servicio jurídico.

-Ya se lo contaré, de momento deje su servicio jurídico en paz, creo que puedo solventarlo yo de una forma rápida y limpia de manera que se libren de pagar un solo euro.

-¿Le podremos enviar a la cárcel?, -el tipo se había levantado vengativo aquella mañana. Normalmente cuando a un gerente de compañía de seguros le dices que se va a ahorrar el pago de un siniestro puedes escuchar con total claridad como caen sobre sus pantalones gruesas lágrimas de agradecimiento, en ocasiones suspiros orgásmicos, todo depende de la magnitud del ahorro.

Y tardan en pensar en otra cosa.

Al menos hasta que los pantalones se les secan por completo.

Pero aquel hombre quería enviarle a la cárcel.

Probablemente su esposa había sufrido un ataque de jaqueca la noche anterior.

-No creo que resulte sencillo enviarle a la cárcel, sería muy difícil demostrar que se trata de una estafa. Déjelo en mis manos, estoy convencido de que no tendrán que pagar, luego ya veremos.

-Bien, de acuerdo, hágalo a su manera pero manténgame informado. Y no involucre a la Compañía en algún acto fuera de la ley.

No dijo que no cometiese un delito, solo que mantuviese a la Compañía limpia.

¿Dice algo la Biblia acerca de sentarse a la diestra de Satanás, en el capitulo dedicado a los ejecutivos de las compañías de seguros?.

Me puse en marcha

El taller de reparación de automóviles al que había ido el día anterior el tipo que tenía mala suerte con los coches de gama alta, estaba en la calle Valencia y se llamaba “Motor y Confort”, un nombre estúpido lo mirase como lo mirase. La única justificación al nombrecito era que el dueño tuviese vocación de poeta.

Claro que llamarse Atila tampoco es el colmo de la coherencia, así que procuré que el detalle no me condicionara.

El hombre que se limpiaba las manos en un manojo de hilos de colores seguía en lo mismo, aunque el trapo sería otro ya que parecía más limpio que en la ocasión anterior.

La chica del calendario me miró con simpatía.

Le conté al tipo del trapo que había decidido que repasara mi coche y tomara las decisiones más oportunas. Si no había venido en él era debido a que mi esposa tenía compromisos fuera de la ciudad y se lo había llevado. Le pedí hora para dejárselo. El hombre se mostró satisfecho de mi decisión, en su mente ya se dibujaba una factura con muchos números.

Probablemente junto con la factura me entregarían un calendario tamaño bolsillo con la fotografía de la chica del bikini diminuto.

Mientras hablábamos me fui moviendo de forma que pude repasar visualmente la totalidad del taller.

El Mercedes SLK de aspecto vulnerable no estaba, en el lugar que ocupaba el día anterior ahora se aposentaba un Citroen 2CV exhalando sus últimas bocanadas de aire.

Bingo.

Alguien me debía una explicación.





A la hora del almuerzo el tipo que tenía mala suerte con los coches de gama alta no se presentó en su lugar habitual de almuerzo, pero a las cuatro de la tarde estaba en su casa. Le vi por la ventana, miraba la televisión y sonreía. Era una casa adosada de una sola planta en una calle de la parte alta de Barcelona. Llamé a la puerta, cuando me abrió le dije que tenía que hacer una revisión de la instalación de gas.

No debo tener aspecto de empleado de Gas Natural porque el tipo quiso cerrarme la puerta en las narices. Tuve que poner el pie para impedirlo, empujarle y entrar sin el menor respeto hacia su intimidad. El tipo se puso bravo, así que peleamos un poco.

Fue una pelea breve, aquel fulano había aprendido a pelear en el patio de la escuela de los Maristas de Sarria y yo en algunos callejones cercanos a Las Ramblas, eso se nota. Probablemente también había ido a algún gimnasio a aprender artes marciales porque se plantó delante de mi en la posición de “mira chaval que soy una maquina de matar que te cagas”.

Le di una hostia en la boca y se fue al suelo maldiciendo el tiempo y dinero que había gastado en el gimnasio tratando de convertirse en el Bruce Lee catalán.

-Veras colega, no he venido con malas intenciones, así que invítame a pasar, ofréceme asiento y charlaremos un rato, ya verás como al final hasta me lo agradeces.

El tipo me miró como si acabase de descubrir que los locos existen y pueden aparecer por tu casa en el momento menos previsible. Estuvo a apunto de soltar alguna frase ofensiva, pero la boca le dolía y decidió dejarlo para otra ocasión. Se levantó y con la mano me indicó que podía pasar. Su expresión decía que si los ingleses tienen razón con lo de que el hogar de un hombre es su castillo, a él le habían vendido un castillo defectuoso.

No te puedes fiar de los ingleses, recuerden Trafalgar.

Pasamos al interior. Señaló un sofá de piel que hacía juego con el sillón que enfrentaba al televisor. Se sentó en el sillón y su mirada se prendió de un punto situado entre mis ojos y mi barbilla. Me senté y moví la cabeza para obligarle a seguirme con la mirada.

-¿Quién coño eres?,-dijo tratando de ubicar algún lugar donde su mirada hallase confort. A mis ojos les debía encontrar algún defecto.

-Es una buena pregunta, colega. En realidad puedo ser el fulano que te libre de la cárcel o tu peor pesadilla, depende de cómo vaya la conversación que vamos a tener.

La frase de la pesadilla la copié de una película de Bruce Willys, les tengo mucho respeto a los guionistas de Hollywood. Y en aquella ocasión, al igual que en la película, también funcionó porque mi amigo se puso muy nervioso. Era un tipo de unos treinta y muchos años, bien vividos, con aspecto de haber nacido en el lado soleado de la ciudad, haber recibido una educación esmerada y practicado profusamente el besamanos con señoras, que pensaban que aquel chico tan encantador sería un yerno muy adecuado para la nena, quien por cierto ya iba teniendo edad para situarse y dejar de hacer locuras con gamberros de futuro poco claro.

A las señoras, cuando piensan en posibles yernos adecuados para sus nenas acostumbra a nublárseles el entendimiento.

-Donde está tu coche?,-pregunté.

En sus ojos apareció una señal de comprensión y alarma.

-Algún hijo de puta me lo ha quemado esta noche.

-Y una mierda, el hijo de puta al que te refieres, -que tal vez has sido tú mismo-, el coche que ha quemado esta noche es el SLK al que han cambiado el número de bastidor y le han puesto las matriculas del tuyo en el taller de la calle Valencia.

-No sé de que me hablas.

-¿Sabes lo poco que aguantaría cualquiera de los operarios en decirnos cuando entró el SLK que has quemado, cuando salió y quien lo trajo?. ¿Te imaginas lo poco que aguantaría el tipo gordo o el encargado del taller en soltar todo lo que sabe o se imagina, con tal de no acabar metido en un follón de tres pares de cojones?.

-Ya veo, eres de la compañía de seguros y te han enviado para intimidarme. Pues os va a salir el tiro por la culata porque ahora mismo voy a llamar a la policía.

-Toma hijo, no gastes energías que las vas a necesitar, -le tendí mi teléfono móvil y esperé.

Dudó y miró a mi teléfono como si tuviese lepra. A pesar de todo hizo un intento para cogerlo, pero a mitad de movimiento dejó caer el brazo a lo largo de su cuerpo con desánimo y dijo: -De acuerdo, de acuerdo, hablemos.

- Así me gusta, que seas razonable, ya verás como acabamos siendo amigos. ¿Dónde está tu coche?.

-No lo sé, -el tipo me miró con desconfianza, no acababa de ver claro lo de que íbamos a acabar siendo amigos.

Algo de razón tenía, si alguien se presenta en tu casa, te pega, te amenaza y te pregunta como has cometido el delito que acabas de cometer, lo normal es que no termines de decidirte a ser su amigo.

-Vamos mal, colega, vamos muy mal.

-Pero si es verdad, no lo sé.

-Veras, la compañía de seguros no te va a pagar ni un euro, eso supongo que ya lo tienes claro. Pero es que esta estafa ya la has hecho con tres compañía, pobre imbécil, y ahora las compañías de seguros tienen una base de datos informatizada donde controlan a los listos como tú. Hasta me sorprende que la segunda te saliese bien. Y claro, como en lugar de romperle la hucha a tu madre has tratado de clavarles la tercera banderilla a ellos, pues se han enfadado contigo, son tan desconfiados que están convencidos de que eres un delincuente. Por eso lo que quieren es meterte en la cárcel para que dejes de tocar las pelotas al personal. Y resulta que yo soy el único que te puede librar de que te enchironen, ¿me vas entendiendo?. Di que si para que yo me quede tranquilo.

-Si,-dijo con cara de pena.

-Bien, hijo, bien, así me gusta. Ahora escucha que te voy a contar un cuento: en la cárcel están encantados cuando llega un pipiolo como tu, carne joven y culito tierno, si además descubren que eres virgen, -pero que digo, hombre, por supuesto que lo descubrirán- te van a tratar como en un cuento de las Mil y una noche. Los degenerados que llevan allí años y todavía les quedan unos cuantos, acostumbran a ser los más hijos de puta, se pirran por nenes como tú…

La cara del hombre se iba descomponiendo conforme yo hablaba.

--- en tres semanas te habrán dejado el culo como un bebedero de patos. Y reza para que quien te haya pillado, los más malos son los que escogen primero, se enamoré de ti y te proteja, porque en caso contrario cuando se canse de ti, aunque no es estrictamente necesario, te venderá como puta a otros como él. En este mismo momento no sé cual es el precio de una puta de mediana edad en la trena, estoy algo desconectado, pero he escuchado que por una mamada en las duchas tu dueño recibe un cartón de Winston. Aunque si alguien puede pagar en droga se muestra bastante más exigente y quiere el servicio completo, hasta puede conseguir que pases la noche en su celda, hay algunos que les va el porno duro y si pagan bien lo consiguen…

-Para, por favor.

… lo que con toda seguridad si que va a hacer tu amo es evitar que los sádicos te estropeen la cara, pierdes valor, entonces ya solo sirves para los más pobres. ¡Ah y disculpa!, aun no hemos hablado del sida, claro que actualmente ya no es tan mortal como antes, pero…

-Para de una vez, ya te he entendido,.la cara del hombre tenía un color ceniza precioso..

-¿Dónde está tu coche?.

-Yo eso no lo sé, pero ya no está en España.

-Donde ha ido a parar.

-De verdad que no lo sé, creo que en ocasiones van, o al menos pasan por Rumania, aunque no creo que se queden. Yo cobro mi tanto por ciento y ya no sé más.

-Tu tanto por ciento y la indemnización de la compañía.

-Bueno, si…

-Explícame ese bueno.

-No puedo.

-Si, si puedes. He hecho un trato con las compañías: les garantizo que no tendrán que pagar, les libro de ti para próximas ocasiones, así viven tranquilos, ellos renuncian a denunciarte y te libro de mayores males. Pero para que el cuadro quede así de bonito yo también quiero algo: cuando pregunto tú respondes, sin vacilar y por supuesto sin mentir. Esa es la primera alternativa, la segunda es: no me dejas satisfecho con tu explicación y te jodo, mejor dicho, me desconecto y te dejo en sus manos, son ellos los que te joden. Y si estás pensando que por esta mierda de delito solo vas a estar en la cárcel tres años, tienes toda la razón, pero piensa en como los vas a pasar, van a ser los tres años más largos de tu vida.

-Yo solo voy a comisión, una parte del dinero de la operación va a parar a la gente que me introdujo en esto y que es quien controla el negocio.

El pobre fulano sudaba como un condenado, pero yo en aquel momento olía a mafia y le daba gracias al Señor por tanta bondad como mostraba para con un humilde siervo. Me había puesto a picar carbón y me encontraba con un diamante.

-Nombres.

-Eso si que no puedo decírtelo.

Decidí apretarle hasta el hueso.

-Voy a intentar que nos entendamos de una vez: yo no soy ni tu hermano ni tu madre, no soy tu amigo, no te debo nada, ni siquiera me resultas simpático, tu miserable vida me importa una mierda, no voy por el mundo haciendo favores, no soy una puta O.N.G.. Si te ayudo me ayudas, si no lo haces te suelto y que te recoja quien menos asco le des. ¿Por qué iba a ayudarte, por lastima?. No me jodas colega, no me das la más mínima lastima. Además, con lo que me has contado tengo suficiente para agarrarte de los huevos y arrastrarte hasta el cuartel de los Mossos de Escuadra y que te acaben de exprimir ellos. Sin embargo si contestas a mis preguntas tienes mi palabra de que no iré a la policía, lo que tú me cuentes quedará entre tú y yo. Y ya te he dicho que la compañía de seguros se conformará con no pagarte el importe de la póliza.

-Global Asesoría e Inversiones.

-¿Y esos quien son?.

-La empresa de un amigo de los tiempos de ESADE.

-Nombre.

-¡Joder!.

-Nombre.

-Aurelio Comínges.

-De acuerdo, colega. Ahora si fueses el doble de inteligente de lo que pareces, cogerías tus ahorros y te largarías a pasar una temporada a Acapulco, pero primero envía la renuncia de reclamación a la compañía. Si mañana por la mañana no lo tienen vendré a por ti, y en esta ocasión no seré tan comprensivo.

-Has dicho que no irías a la policía.

-No voy a ir a la policía. Tampoco creo que te vaya a perseguir la compañía de seguros si haces lo que te digo, pero de tu amigo no te he prometido nada y es posible que me interese hablar con él.

-Me van a matar, ¡hostia!, esa gente tiene tratos con gente mala de verdad.

En cuanto lo dijo se dio cuenta de que no debía haber abierto la boca.

-A ver, cuéntame eso de la gente mala.

-Llevan el soporte legal de gente que tiene negocios chungos.

-¿Como de chungos?.

-No lo sé, yo ahí no he entrado nunca, pero he visto salir del despacho de Aurelio a gente que te mira como si te fuese a matar solo por estar ahí. Oye estoy mal, me voy a meter una raya, ¿quieres?.

-No, ¿te han pagado alguna vez con costo?.

-No, bueno, no siempre, quiero decir que…

-¿Aurelio te paga con costo?.

-No, Aurelio no, bueno en una ocasión si lo hizo pero no es lo habitual, los rumanos si yo se lo pido si que me pagan, ¡joder! ¿me puedo meter la raya o no?.

-Te puedes meter lo que quieras, pero antes contéstame a la última.

-¡Ay Dios!.

-¿Qué sabes de putas?.

-Qué yo no pago si voy a según que locales y que me tratan mejor que a los clientes normales.

-¿Tú no eres un cliente normal?.

-No, yo voy de parte de Aurelio y de los rumanos, ahora ya me conocen.

-¿Aurelio frecuenta a las mismas putas?.

-Si.

-¿Qué mas?.

-Nada más

-Hazme una lista.

-¿De las putas?.

-De los locales, cretino.

-Me van a matar.

-Si te largas donde no te encuentren no podrán matarte.

-Me voy a meter una raya.

-Antes la lista.

-Me voy a meter una raya, ¡joder!, estoy muy nervioso.

-Hazlo aquí, delante de mí, no quiero que vayas solo a ningún sitio.

-¿Tienes miedo de que coja una pistola?.

-¿Un chico tan bueno como tú?, nooooo.

-La tengo aquí, en este cajón, -su mano señalaba el lugar.

-Ya voy yo.

Era cierto, en una cajita lacada con motivos japoneses había media docena de papelinas de cocaína. Le di lo que pedía, Con manos temblorosas se preparó una raya gruesa como el canuto de un jamaicano ebrio. Al cabo de un momento garabateó unas pocas líneas en un papel y me la tendió.

-Me mataran, -dijo mientras me levantaba para marchar.

Asentí con la cabeza,- No le digas nada a Aurelio Cominges, no te acerques por Global, tienes un par de días para hacer la maleta y largarte donde no puedan encontrarte. Te sobra tiempo.

El pobre tipo, desconcertado, reseguía con la punta del zapato el dibujo del parquet, en un par de minutos su placida vida se había convertido en un montón de problemas que olían a desastre.

Son los problemas que comporta tener un SLK como herramienta de trabajo.

Junto a la puerta me paré para dejarle un último consejo.

-Recuerda los deberes para mañana: carta de renuncia a la compañía de seguros y pasarse por la agencia de viajes a comprar un billete de avión para Alaska, hay más renos que putas, pero ya te iras apañando, la ventaja es que allí aun no han llegado los rumanos según creo.

Lo de la carta de renuncia era absolutamente innecesario, pero según empezaba a comprender el billete de avión para Alaska le podría resultar de mucha utilidad.

Me largué dejándole solo con sus miedos.

Los mismos que tendría yo de estar en su lugar

Dejé la casa de aquel tipo con la agradable sensación de que empezaba a merecer el buen dinero que Fausto Baliarda me pagaba. Y por otra parte la compañía de seguros me pagaría una prima extra por la gestión. Mis finanzas sin llegar a las cifras de la fortuna de Bill Gates me permitían soñar con cenas sofisticadas en habitaciones lujosas acompañado de rubias espectaculares.

Solo soñarlas, por supuesto.





Aquel día cené en un Wok de especialidades japonesas regentado por una cantidad de chinos proporcional, atendiendo a los metros cuadrados del local, a la población de su país. Voy allí con cierta frecuencia y me siento confortable, pero aquel día elucubrando acerca de mafias no pude dejar de pensar que tal vez el lugar pertenecía a la mafia china. Ya les he dicho que la mía es una profesión jodida, te vuelves desconfiado, cualquier persona te da la impresión de que se desplaza por la calle con la intención de cometer adulterio, a cualquier dependiente de comercio le adivinas la intención de meter mano a la caja, en el metro a cualquiera que ves con la mano dentro del bolsillo del vecino le tomas por un ladrón. Y ahora ya empezaba a ver en mi restaurante favorito a la mafia china.

Lo que les digo: una profesión jodida.

Estaba esperando turno en la plancha, donde un chino disfrazado de japonés repartía furiosos leñazos con una espátula entre gambas y espárragos trigueros, cuando sonó mi teléfono móvil.

-Atila, soy tu chica,-la voz ronca, sensual, de La Desdentá prometía placeres exóticos que me harían soñar despierto.

Pagando, por supuesto.

-Tengo a tu hombre, la información que te puede dar él no te la dará nadie más. Te recibirá, no lo hace con nadie. Contigo lo hará, me debe algunos favores y le he convencido para que hable contigo.

-¿Quién es esa maravilla?.

-Un ex policía nacional.

-¿Ya no es policía?.

-No, le retiraron prematuramente, algunos de sus métodos no acababan de casar con los nuevos tiempos.

-¿Qué hizo?.

-Bueno, digamos que en alguna ocasión se mostró demasiado vehemente en el cumplimiento de su deber.

-Anda, se buena chica y cuéntale a tu amigo Atila alguna de las gracias del muchacho, al fin y al cabo si no me vas a dar información de las mafias me la puedes dar acerca de su persona. Podrías empezar por decirme como se llama, si tengo que hablar con él es un dato interesante.

-No sé como se llama. Todo le mundo, incluyéndome, le llama Paquete, y no es porque se llame Francisco, eso me consta, También me consta que no le gusta que le pregunten por su verdadero nombre, ni porque le llaman Paquete, pero tu verás.

-Bien, ¿y que hizo Paquete?.

-En una ocasión, vestido de paisano, persiguió a un limpiacoches que le insultó y le pegó una patada en la puerta del coche, al negarse él a darle propina por haberle ensuciado el parabrisas. No se molestó en bajar del coche, arremetió contra él saltándose el semáforo. Le persiguió, le acorraló contra el parterre de un parque público y dejó las rosas bastante mal paradas.

-Solo las rosas.

-No, el limpiacoches había caído en el parterre, en realidad quien se llevó la peor parte fue el chaval del trapo sucio.

-Y presentó denuncia.

-Claro, esos pringosos pretenden que se respeten sus derechos, aunque solo sea para compensar que ellos no respetan los de nadie.

-Pero el chaval no murió.

-No, un par de costillas rotas, el brazo en cabestrillo y baja laboral durante un par de meses. En realidad el coche solo le fracturó la muñeca, lo de las costillas fue cosa de Paquete que bajó del coche y la emprendió a patadas con el pringoso.

-Poca cosa para que te expulsen, eso no va más allá de una sanción administrativa.

-Si, claro, pero hay bastante más.

-Sigue, me encanta la historia.

-En otra ocasión, en los juzgados antiguos, mientras esperaban entrar en sala, le metieron en la misma sala de los acusados contra los que iba a testimoniar y que él había detenido. Uno de ellos le comentó al otro que mientras Paquete estaba allí haciendo el gilipollas, declarando contra ellos, un amigo común se estaba follando a su mujer en su propia cama, que lo hacía con regularidad, que su esposa tenía fama entre todos los chorizos de la ciudad, que él también se la había follado y se la presentaría, que no había problema, se lo hacía con quien se lo pidiera con tal de joder al desgraciado de su marido.

-Supongo que todo ello falso.

-Claro, se trataba de sacarle de sus casillas.

-Unos chicos encantadores, vaya.

-Paquete aguantó estoicamente, testimonió en el juicio y abandonó la sala con la mayor dignidad posible. Cuando los chorizos salieron, Paquete les estaba esperando. Sabía que ni siquiera iban a llegar a la cárcel por muy culpables que les declararan, se trataba de un delito sin sangre. Tenía razón, a la cárcel no llegaron, fueron directos al hospital, en ambulancia. Cuando salieron sonrientes se dirigió hacia ellos, los tipos dudaron un momento pero sabían que un policía no les podía agredir en plena calle, especialmente si ellos no mostraban una actitud agresiva, pero estamos hablando de Paquete. Cuando llegó a su altura, -se habían acercado de forma intuitiva el uno al otro para dar una sensación de mayor poder- y sin dirigirles la palabra hizo chocar con violencia ambas cabezas, repitió la operación y dejó que los dos tipos resbalaran semi inconscientes hasta el suelo, allí les pateó los huevos. Antes de que saliesen los policías de guardia ya se había alejado dejando a los dos fulanos en el suelo. Desconectó el móvil, fue a buscar a su mujer y la llevó a un buen restaurante. Al salir le dijo que iba a pasar por comisaría y que era probable que tardase algo más de lo acostumbrado, solo entonces volvió a conectar el teléfono móvil. En cuanto lo hizo empezaron a llegar las señales de llamadas y mensajes pendientes de responder. Todos ellos de sus superiores reclamando su presencia inmediata.

-Eso ya es más serio, más que nada por el escenario, no se puede dar mala fama a las instituciones, pero tampoco es suficiente para que te expulsen del cuerpo.

-De acuerdo, ahí va la última, el acto que causó su expulsión del cuerpo. Aunque nunca se probó nadie duda de la auditoría de los hechos. Paquete estuvo entre la vida y la muerte a causa de una herida de bala que le disparó un delincuente especialmente peligroso al que estaba persiguiendo. Por esas cosas de la vida se escapó de la cárcel pocos días antes de que a Paquete le diesen de alta en el hospital donde había estado ingresado. Un par de semanas más tarde, el delincuente fue encontrado muerto de un balazo en un sendero solitario de la montaña de Montjuich. Le dispararon de cara y desde poca distancia, tenía en la mano una pistola que no llegó a disparar.

-No se probó que lo hiciera él.

-No, no se probó, nunca. Pero le conozco, si se lo preguntaron y seguro que lo hicieron, de puertas a dentro dudo que lo negara. La muerte del delincuente se achacó a un ajuste de cuentas, pero a los dos meses le dieron la baja del cuerpo alegando motivos de salud. Y a los pocos días su mujer pidió el divorcio cansada de tantas emociones fuertes.

-O sea que si le hago enfadar me arriesgo a la segunda paliza de la semana.

-¿Quién te ha dado la primera, rey mío?.

-Un moro grande con un bate de béisbol y a traición.

-Deberías cambiar de trabajo. Opérate, ponte un buen par de tetas y te ofreceré trabajo en el topless, serías la atracción exótica del local.

-No, para eso hace falta nacer puta, ¿Cuánto dinero quiere el policía?.

-Nada, ya te he dicho que me debe algunos favores, el dinero lo quiero yo.

-De acuerdo, te llamo en una hora, me toca el turno en la plancha.

-¿Qué plancha?.

-La del wok.

-¿Qué vas a comer?.

-Déjalo estar, te llamo en una hora.

En pocas horas la mujer de mi vida y una puta me aconsejaban que cambiase de trabajo, era un tema para meditarlo.

Aunque lo de las tetas era una novedad.

¿Y que coño iba a hacer yo trabajando de contable si cambiaba de trabajo?.

Nada, lo mismo que con las tetas en el topless.










NOTA DE PRENSA.-



Reuters 19/02/2010



La policía española en colaboración con la italiana ha detenido en Roda de Bara (Tarragona) a un presunto mafioso italiano reclamado por las autoridades de su país.

El detenido, de 57 años de edad, fue localizado en las inmediaciones de su casa e intentó huir cuando detectó la presencia policial.

El hermano del detenido fue arrestado por la policía italiana el pasado 31/12 en Milan, tras viajar desde Cataluña donde reside, para pasar en familia las fiestas navideñas. Ambos hermanos están considerados miembros destacados de la organización criminal siciliana y cumplían condenas de más de treinta años de cárcel por un delito de tráfico de drogas en su país, cuando se escaparon aprovechando un permiso penitenciario.


































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