sábado, 6 de mayo de 2017

CAPITULO ONCE

Es cierto, he dicho que tenía una pista

La pista que debía seguir y olvidarme de asuntos que no me concernían se llamaba Global Asesoría e Inversiones y estaba dirigida por un fulano que se llamaba Aurelio Cominges.
Aquello era lo que iba a hacer.
Aquello era lo que sabía hacer.
Lo que no sabía era salvar al mundo.
Ni siquiera a mi puto país.
Esa era una cuestión de jueces y legisladores.
Y si ellos que podían no lo hacían…
Mi teléfono móvil me cosquilleó la entrepierna.
Alguien me dijo en una ocasión que la tecnología avanzaba tan rápido que a no tardar mucho los móviles serían capaces de masturbarte.
Bueno…
La voz de Lena me informó que una señorita me esperaba en el locutorio, le había dicho que era amiga mía, que se trataba de algo muy urgente y me esperaría. Se llamaba Carmen y no tenía mal aspecto, según los parámetros de Lena para juzgar el aspecto de mis amigas. Parámetros que de un día a otro podían variar siguiendo un flujo misterioso que nunca he sabido valorar.
Me extrañaba que Carmen se presentara en el locutorio en lugar de llamarme al móvil tal como habíamos convenido. De un embarazo fulminante no creía que se tratara, de un día para el otro no acostumbra a manifestarse. Sin tener en cuenta que la noche anterior Carmen no había mostrado la menor preocupación por aquellos detalles mientras hacíamos el amor. Respecto a que se presentase con urgencias fulminantes, al día siguiente de nuestra primera noche, prefería no pensar en ello.
Sentada en la silla que tengo frente a mi pantalla de ordenador, esperaba, no mi Carmen, si no la Carmen de Paquete. Al menos con ella podía tener la absoluta seguridad de que no estaba embarazada, pero su presencia me intranquilizaba.
-Buenos días, Carmen, esta si que es una sorpresa.
-Buenos días, Atila. Y por la cara que pones no creo que mi presencia te resulte placentera. No te preocupes no voy a tratar de seducirte.
-Tú si que sabes tranquilizar a un hombre, Carmen.
-En primer lugar me gustaría disculparme por mi comportamiento de ayer noche.
Hice un gesto con la mano señalando al infinito que no comprometía a nada.
-He venido porqué quiero que me hagas un favor, se perfectamente que no te gustará hacerlo, sé que no tienes obligación de hacerlo y sé que no tengo el menor derecho a pedírtelo.
-Pues no me lo pidas.
-Si que lo voy a hacer, creo que eres la persona indicada y créeme no hay muchas personas que lo sean. De entre las pocas que conozco tú eres quien está más a mano. Créeme, estoy acostumbrada a juzgar a la gente al primer vistazo, en ocasiones me equivoco, pero en este caso estoy segura de acertar. Tal vez la desesperación me confunda pero te ruego que confíes en mi y hagas lo que te pido.
-De acuerdo doctora, si está en mi mano puedes contar con ello.
-Claro que lo está. Te dejo encargado de decirle a Paquete que me voy.
-Carmen, por Dios, que no tenemos quince años.
-Cállate, por favor y escúchame. Paquete y yo nos estamos destrozando, acabaremos mal. Y no, no tenemos quince años, pero actuamos como si los tuviésemos por mucho que las armas con que nos dañamos son de adulto. Somos niños peligrosos.
-A mi me parece sencillo, acabáis la relación y listo.
-No, no es sencillo, no podemos vivir sin hacernos daño. El otro día me hubiese ido a la cama contigo sin conocerte en absoluto, sin desearte especialmente, lo haría solo para hacerle daño a él. He hecho el amor con hombres en circunstancias que Paquete nunca hubiese llegado a sospechar y sin embargo me he encargado de que lo supiese, de una forma o de otra se lo he hecho saber.
-¿Él hace lo mismo?.
-No lo sé, si lo hace no me lo dice, supongo que es su manera de aceptar un castigo que cree merecer, pero no te apresures a sacar consecuencias, sabe como hacerme daño. Y yo lo acepto por las mismas razones, es la parte del castigo que me he ganado.
-Te lo repito, acabáis la relación y listo.
-No puedo vivir con él y no soy capaz de vivir sin él. Y es mutuo, a Paquete le pasa lo mismo.
-No le perdonas que metiese a tu marido en la cárcel.
-¿Así que te lo ha contado?.
-Si, un momento antes de que te acercases a nuestra mesa.
-Mi marido es un perfecto hijo de puta, es un asesino, si está suelto hará daño. Y no es demasiado selectivo a la hora de hacer daño. Por lo que a mi respecta se puede pudrir en la cárcel hasta el último día de su vida.
-Perfecto, no entiendo nada.
-Nosotros quizás si que lo entendemos, pero entenderlo no nos ayuda en absoluto, en nuestro caso el raciocinio está varios escalones por debajo de nuestras compulsiones Me marcho, quiero tener una temporada de reposo y poner en orden mis pensamientos. Quiero saber si puedo vivir con Paquete sin hacerle daño y quiero que él lo medite y llegue a sus propias conclusiones.
-Ya lo has hablado con Paquete.
-No.
-¿No?.
-No, si lo hago no me permitirá marchar, me convencerá para que me quede y todo seguirá igual, por eso necesito que alguien se lo explique.
-Y has pensado que yo soy la persona más adecuada.
-Sin duda. Te pido que se lo cuentes como yo te lo he contado, no hace falta que te esfuerces, repite mis palabras, él sabe que es así por mucho que no quiera reconocerlo.
-Veras, Carmen, a mi siempre me habían asegurado que los siquiatras estáis un poco locos. No me lo creía, pero empiezo a pensar que algo se os pega de vuestros pacientes.
La sonrisa de Carmen no tenía nada de alegre, era una aceptación de mi falta de entusiasmo, su mano se posó en la mía y me la apretó ligeramente. Tenía la piel suave y cálida y en los ojos un brillo de lágrimas apenas contenidas.
-Atila, él tiene pocos amigos. Todos ellos con la mentalidad de machos vocacionales, gente dura, ese tipo de gente que considera que llorar por una mujer es una muestra de debilidad imperdonable. Y tendría que dar explicaciones que le harían daño, esa es la razón por la que ninguno de ellos me sirve. A ti no hace falta que te explique gran cosa, tú viste una parte de lo que pasa entre nosotros y sin necesidad te contó algo de lo nuestro, principalmente esa es la causa que crea que tú eres la persona adecuada para esta misión. Paquete te respeta, no solo debido a que me rechazaste para no hacerle daño, si no porque tienes más de una coincidencia con su forma de ser.
-¿Todo eso has sido capaz de ver?.
-Todo eso,- de nuevo aquella sonrisa carente de alegría.
-Me estás buscando problemas, Carmen.
-No muchos, supongo que has tenido que dar muchas malas noticias a lo largo de tu vida.
-Si, es mi trabajo, pero cuando alguien me contrata, en el mejor de los casos ya sospecha que va a recibir malas noticias, yo lo único que hago es confirmarlas.
-No te alejarás mucho de ese entorno.
-¿Y donde te vas, cuando te vas?.
-Hoy, pero no te voy a decir donde voy, es un lugar donde no me va a encontrar. Ni siquiera contratando a un buen detective privado. Por eso no te lo digo.
-¿Y no se te ocurre nadie más que pueda decírselo?.
-No, nadie.
-Escríbele.
-Eso aun le haría más daño, díselo tú, eres la persona idónea. Si siente la necesidad de descargarse hablando contigo tal vez lo haga, no conozco a nadie más con quien se atreva a hacerlo. Sois muy parecidos, piensa que le haces un favor a él, no a mí.
-De acuerdo, hablaré con Paquete.
Dio la impresión de que Carmen iba a levantarse dando por terminada la conversación, pero frenó su impulso, permaneció quieta mirando el suelo, acabando de decidir algo, finalmente suspiró, hizo que su mano revolotease sobre la mia sin llegar a tocarla y dijo:-Dile que deseo poner en orden mi cabeza y que le quiero, si lo consigo volveré a buscarle. Dile que él debe hacer lo mismo.
-¿Y si llegas a la conclusión de que no tenéis solución?.
-No volveré, pero se lo haré saber para que haga con su vida lo que quiera.
-Eso puede empezar a hacerlo desde mañana mismo.
-No, Atila, no puede.
-O sea que tú decides cuando, como y donde.
-“Y tú siempre me respondes, quizás, quizás, quizás.” ¿Conoces esa vieja canción?.
-Claro, quien no.
-Mira Atila, si cargo yo con la responsabilidad de tomar la decisión del cuando y sobre todo del como, es solo porque estoy convencida de que soy más fuerte que él, pero no me gusta el papel de directora de orquesta, no en este asunto.
-Claro como el agua.
-No voy a ofenderte ofreciéndote dinero para que hables con Paquete, sé que lo harás por nosotros, por Paquete y por mí. Y quien sabe, tal vez algún día pueda devolverte el favor. Me voy Atila.
Asentí con la cabeza mientras se levantaba de la silla, pero aun tenía una cosa por decir.
-¡Ah! Y, de nuevo, gracias por no dejarte seducir el otro día, espero que no fuese porque no te gusto.
-Anda vete, no sabes las cosas que se puede llegar a hacer dentro de esas cabinas.
En esa ocasión la sonrisa de Carmen era casi sincera, aunque muy breve.
Cuando Carmen se marchó, Lena que no nos había quitado ojo de encima, vino a verme.
-¿En que lío te metiste ahora?. Y no vengás con el chiste de que es una clienta, ¿ok?.
-No, no es una clienta, pero es muy complicado contarlo, tendría que remontarme al Paraíso Terrenal, ya sabes, la manzana, la serpiente, el bikini de Eva, todo eso.
-O sea, que tu te lo buscás y tú te lo bancás, y a la pobrecita Lena ni palabra.
Le conté a la pobrecita Lena la historia completa.
En caso contrario no me hubiese dejado vivir.
-Che, viste que me cae bien la mina,-dijo Lena.
-Claro, empatía entre mujeres.
-No, boludo, falta de empatía con los hombres.
Y se alejó marcando con la mano los compases de un tango.
No fui capaz de saber cual.


Salí a la calle, era la hora del almuerzo y el restaurante donde podía estar Paquete no quedaba lejos, así que fui paseando. Si no estaba, al menos gozaría de la chica que tenía una sonrisa bonita llena de dientes feos. Y si estaba pasaría el mal rato dándole el recado de Carmen, estas cosas cuanto más rápido se hacen menos duelen. Mientras me dirigía al restaurante pensaba en lo bien que me sentiría, en aquel momento, si me hubiese negado al requerimiento de Carmen. Aunque sin ser demasiado ambicioso también podría lamentar haber escogido mi oficio. En lugar de detective podría limpiar pescado en La Boqueria rodeado de mujeres vocingleras o recolectar flores en los viveros del Maresme compitiendo en habilidad con los senegaleses que al abandonar la patera habían tenido la suerte de recalar en la costa con un trabajo decente. Pensar en los negros del Maresme llenó mi mente de imágenes: Abdoulaye, derrengado en la silla después del tratamiento al que le había sometido Ayoub, Abdoulaye degollado en su cama. Abdoulaye canturreando tonadas mágicas para impresionarme.
Las imágenes dejaron paso a un pensamiento imbécil: ¿pensaba Abdoulaye en lo bien que estaría recolectando rosas mientras Ayoub le castigaba o el dolor excesivo te impide cualquier clase de pensamiento?.
Seguí caminando, al fin y al cabo lo mío no era tan malo.
Paquete estaba sentado en una de las mesas del fondo comiendo una empanada, parecía moderadamente feliz. La chica de la sonrisa bonita, al verme me hizo una completa exhibición de sus dientes. Paquete ladeó la cabeza y me interrogó con la mirada. Me senté frente a él.
-¿Me añorabas, Atila?, -todo rastro de felicidad moderada había desaparecido del rostro de Paquete, imagino que estar acostumbrado a recibir malas noticias tiene esas cosas, desarrollas un sexto sentido que te pone en guardia.
Otra cosa es que ese sexto sentido te sirva para algo.
-No exactamente, aunque creo que podría acostumbrarme a tu compañía, siempre claro esta que entre visita y visita dejase pasar un lapso de tiempo considerable, un par de quinquenios, por decir algo. Tengo un recado para ti.
-¿Un recado?.
-De Carmen.
-¿Que coño…?.
-Te quiere mucho, se larga, tiene que pensar en vuestra relación, quiere encontrar la manera de convertirla en algo valioso o acumular las fuerzas necesarias para no verte más, no la busques, no la encontraras, cuando llegue el momento ella se pondrá en contacto contigo.
Se lo dije todo de corrido antes de que explotase, acababa de borrar cualquier mal pensamiento que se le hubiese ocurrido al saber que la mujer de su vida me daba recados para él. Denle a un tipo que desconfía de ti una buena razón para sentirse desgraciado y dejará de desconfiar. Al menos por un rato.
En ocasiones un rato es suficiente para largarte y que no te pille en la primera subida de adrenalina.
Y mientras te busca se le va pasando el cabreo. (Primer capitulo del manual de supervivencia en tierra hostil).
-Dime donde ha ido, -las facciones de Paquete se habían convertido en una mascara de piedra que no mostraban ninguna emoción.
-No me lo ha dicho, supongo que ha pensado que de esta manera aunque me pongas la pistola en la boca no podré decírtelo.
-No creas que no siento deseos de hacerlo, ¿porqué ha venido a verte a ti precisamente?.
La ausencia de desconfianza dura poco en casa del dolido.
-Dice que como soy tan impresentable como tú, tal vez sepa hacerte menos daño.
-¿Menos daño?.
-Si. Al parecer confía en mi capacidad para transmitir malas noticias. Y por esa corriente invisible de simpatía que se establece entre dos tipos impresentables, cosas así, ya sabes. Lo dice ella, yo mantengo serias dudas al respecto.
-¿Y como sabía donde encontrarte?.
A juzgar por el tono de voz se lo estaba creyendo, estaba más cerca de dejarse consolar por mí que de ponerme la pistola en la boca.
-Imagino que tu mismo le dirías algo que la ha ayudado.-el ex policía durante unos segundos meditó mis últimas palabras, luego asintió levemente con la cabeza.
La camarera, con todos sus dientes vino a preguntarme que quería para comer, hice un movimiento negativo con la cabeza y empecé a levantarme.
-Tráele una ración de tortilla de calabacín y una cerveza… y dos empanadas,-dijo Paquete sin mirarme.
Me senté de nuevo, para Paquete aquello era una petición de consuelo. Tan poco sensible como quieran, pero una petición de consuelo al fin y al cabo. Además, yo no he dicho nunca que ese fulano fuera un tipo sensible.
Paquete empezó a hablar fijando su mirada en mí, aunque yo estaba seguro de que no me veía.
-En el fondo tiene razón, la nuestra es una de esas relaciones que te parten las piernas del corazón, no te hace feliz pero te incapacita para correr detrás de nuevos amores. En ocasiones miro a Carmen y veo cincuenta kilos de dolor con forma de mujer, y me imagino que mi aspecto no es mucho mejor. Y sin embargo tengo el convencimiento de que esa mujer es mi salvación.
-Eso mismo piensa ella, por eso se larga y espera que algo, creo que tampoco sabe muy bien el qué, os ayude a reencontraros.
-Ahora me gustaría que me dejaras solo, Atila.
-Hombre, ahora que ya me había ilusionado con la tortilla de calabacín…
-Anda, lárgate. Y gracias, creo que podemos acabar siendo amigos si antes no te he pegado un tiro.
Cuando cruzaba el local camino de la puerta casi tropiezo con la camarera, quien toda ella dientes y sonrisas, transportaba un plato con una ración de tortilla de calabacín y dos empanadas argentinas. Le cogí una del plato, le guiñé un ojo y seguí caminando.
Era una empanada salteña, estaba buena.



La sede de Global, Asesoría e Inversiones, no estaba rodeada por gitanos rumanos ni por sus alrededores circulaban pistoleros kazajos, tampoco repartidores de pizzas armados con metralletas. Era una zona soleada y tranquila de la parte alta de Barcelona, jóvenes mamás paseaban carritos de bebés rubicundos y los coches que aparcaban por los alrededores tenían asientos de piel y cosido al parachoques el pedigrí de fábrica. Así que entré, a ver si dentro tenía más suerte y además de lujo pacifico encontraba mafiosos.
Sobre la mesa de recepción, en una pared pintada de un relajante color amarillo pálido, seis relojes mostraban la hora de distintas ciudades del mundo: New York, Tokyo, Pekín, Camberra, Sao Paulo y Nueva Delhi. Imaginé el cabreo que podía coger un natural de Buenos Aires que entrase en Global Asesoría e Inversiones al ver que no tenían en cuenta a su ciudad. Me prometí no contárselo a Lena, lleva lo de su porteñeidad a la intemperie y cualquier cosa la hiere.
Imagino que a Ángela Merkel no ver Berlín colgado de la pared también la heriría. Pero es distinto, a ella no la veo cada día.
En la mesa de recepción, justo debajo de Pekín y Sao Paulo dos bellezas competían por ganar el concurso de Miss Piernas Largas 2011. Me dirigí a la que me pareció más modosita.
-Buenos días señorita, quisiera hablar con el señor Aurelio Cominges.
-¿Tiene usted cita concertada con el señor Cominges?, -la chica me sonreía con la mueca ausente con que se cubre cada lunes a las nueve de la mañana y no se quita hasta el viernes a la hora de abandonar la oficina, en cada ciudad del mundo una hora distinta..
-No.
Imaginé que Miss Piernas Largas, (había decidido que el premio sería para ella) me miraría de arriba abajo y ordenaría a un ejercito de eunucos musculosos que me azotasen.
No lo hizo.
-Permítame un segundo, mirare si le puede atender ¿de parte de quien?.
-Atila.
Asintió sin componer la expresión de asombro burlón acostumbrada cuando digo mi nombre. Debía estar acostumbrada a nombres más curiosos. Tomó unos pequeños auriculares, se los acomodó delicadamente en la cabeza de forma que ni uno solo de sus bien peinados cabellos pudiera sentirse molesto, pulsó una zona de una pantalla táctil y le habló a los auriculares.
-Aurelio, ¿puedes atender al señor Atila?, -una sonrisa apenas perceptible le curvó delicadamente los labios.
Ni me inmuté, el chiste lo conocía desde mi época escolar.
-El señor Cominges le atenderá dentro de un momento, tome asiento, por favor.
Demasiado fácil, Atila, demasiada suerte. O aquel tipo no era el baranda que yo imaginaba o aquel era el “Día Mundial de la Amabilidad Para Con Quien No Se La Merece”.
También podía ser que el hombre que tenía mala suerte con los coches caros le hubiese hablado de mí en lugar de largarse corriendo a otro continente, tal como yo le había aconsejado. También podía ser que estuviese viviendo mi día de suerte.
Si era eso, antes de marchar le tiraría los tejos a Miss Piernas Largas.
Un tipo elegante de alrededor de cuarenta años, salió por una puerta, se frotaba las manos desde los dedos a la muñeca, las olisqueó y pareció satisfecho. Fue un gesto innecesario, todo él despedía un fuerte aroma de colonia cara. Se dirigió a mi chica con la confianza que proporcionan a los hombres maduros y elegantes según que aromas.
Me peine con los dedos por si el tipo era Aurelio Comínges.
La colonia me la había dejado en casa.
-Sara, cuando lleguen los señores que estoy esperando pásalos a la sala VIP y avisa al jefe que paso a buscarle, por favor.
-De acuerdo, Santiago.
¿De acuerdo, Santiago? ¿Avisa al jefe que pasaré a buscarlo?. ¿Entonces quien coño era Aurelio Cominges, el botones que servía los cafés?.
Aurelio Cominges era el tipo que acababa de aparecer y sonreía servilmente a Santiago al cruzarse con él. Aparentaba menos edad que su antiguo compañero de colegio, daba la impresión de acabar de pasar la treintena. Se plantó frente a mí y me tendió la mano.
-Señor Atila, si es tan amable de acompañarme.
En aquel momento tuve la certeza de que no iríamos a la sala VIP.
Una pena, porqué cuando te acostumbras a la sala VIP ya nada es lo mismo.
La sala adonde me condujo Aurelio Cominges cubría la misma superficie de mi casa, aunque no tenía cañerías en el techo. Los dos sillones frente a una mesita baja con un sobre de vidrio sostenido por dos tallas de madera simulando cabezas de elefantes, felices antes de conocer al Rey de España, daban la impresión de haber sido diseñados para que los ocupase gente de mayor calibre económico que el mío, pero no me quejé.
Si me portaba bien, tal vez me permitiesen trasladarme a vivir a aquella sala.
Haría una grabación de los ruidos de las cañerías que surcan el techo de mi vivienda y la escucharía cuando me embargase la soledad.
Ya me veía instalado en aquella sala.
Yo soy un tipo modesto, pensándolo bien, no necesito para nada la sala VIP.
-¿Desea tomar un café o cualquier otra cosa?,- Aurelio Cominges me sonreía servil.
Pensé que otra cosa le podía pedir a Cominges, pero no se me ocurrió nada.
-No, gracias.
-Bien, pues dígame en que le podemos servir.
Recordé que Miss Piernas Largas no le dijo que había preguntado por él directamente, y reacondicioné mi discurso, que en principio pasaba por hacer referencia al tipo que me había dado su nombre. No quería tener otro muerto sobre mi conciencia, con Abdoulaye tenía suficiente para una buena temporada.
-Vera, señor Cominges, el año pasado Hacienda me castigó con cierta dureza y gente de mi confianza me ha comentado que hay empresas especializadas en tratar esa clase de problemas con discreción.
-Efectivamente, es nuestro trabajo.
-Claro, por eso estoy aquí.
-Y dígame señor…
-Atila, llámeme Atila, por favor.
-Bien, le preguntaba ¿de que clase de negocio estamos hablando, o prefiere de momento no mencionar según que clase de detalles?.
-No, no hay razón para ocultar nada, soy el propietario de una empresa de lampistería, ya sabe arreglos en el hogar, instalaciones de gas, agua, sanitarios, esas cosas.
Por los ojos de Aurelio Cominges pasó una sombra entre divertida e indignada.
-Ya, ¿y a través de la empresa de lampistería o paralelamente a ella hacen incursiones en otra clase de negocios?.
-¿Incursiones?. No, vera somos una empresa pequeña pero con buenos clientes en el barrio. De hecho mi padre fundó la empresa y tenemos clientes que vienen de muchos años y nos proporcionan un buen ritmo de trabajo, a mi y a mi ayudante.
-Señor Atila, permítame que le haga una pregunta.
-Claro, por supuesto.
-¿Cuánto le tuvo que pagar a Hacienda, el año pasado?.
-¡Óh!, salió positiva, en mucho, casi llegamos a los mil euros, y eso arriesgándome a hacer alguna trampilla.
-Me parece que no somos la empresa adecuada para ocuparnos de sus finanzas señor Atila, tal vez alguno de los gestores de su barrio. Pero permítame una pregunta, ¿quién le ha dirigido a nosotros?.
-¿Dirigido?. ¡Ah, ya entiendo!. No, nadie, pasaba por aquí y al leer la placa con el nombre de su empresa y dado que hoy voy sin prisas, he pensado que tal vez…
-Bien, no se preocupe señor Atila, pero me reafirmo, con toda probabilidad un gestor de su barrio podrá atender sus problemas mucho mejor que nosotros,-mientras lo decía desplegaba su cuerpo del sillón para indicarme que ni él ni su empresa estaban dispuestos a perder ni un segundo más con un ciudadano tan vulgar como yo.
Aurelio Cominges me acompañó con amabilidad profesional a recepción. Justo en aquel momento los visitantes importantes eran conducidos a lo que imaginé sería la sala VIP por un atento y elegante Santiago. En la puerta de la sala VIP les esperaba un sonriente caballero tendiéndoles la mano. Su sonrisa demostraba el convencimiento de que, en ningún caso su mano sufriría maltrato. Alcance a escuchar a Santiago hacer la primera presentación.
“Les presento a Marco Santillana, nuestro Gerente”.
No alcancé a escuchar los nombres de ninguno de los visitantes, Aurelio me empujaba amable pero firmemente hacia la salida. De ellos solo puedo decir que eran tres, dos hombres y una mujer, los tres de media edad, bien vestidos. Y si algo me llamó la atención fue la impresión de que la mujer pertenecía a la raza eslava mientras los hombres eran típicamente mediterráneos.
Mi favorita para el titulo de Miss Piernas Largas ni siquiera se dio cuenta de que perdía la oportunidad de iniciar un romance con un detective marginal.
He conocido más de una mujer como ella. Con seguridad aquella misma noche estaría profundamente arrepentida de haber dejado pasar la ocasión. Pero en aquel preciso momento su atención estaba prendida en la mujer de apariencia eslava que entraba en la sala VIP, comparaba la longitud de sus piernas con las propias.
Le di un empate técnico.
Las dos estaban fuera de mi alcance.
En la calle, sentado al volante de un Jaguar aerodinámico aparcado en doble fila, esperaba un tipo al que le sentaría mejor un fusil de asalto que una corbata de lazo.
Repasé la situación mientras el tipo que añoraba el fusil de asalto me miraba mal, protegido por unas gafas de sol más caras que el traje que mi ex mujer me hizo comprar para que no hiciese el ridículo el día de nuestra boda.
Yo había entrado en Global con la seguridad de encontrar en Aurelio Cominges a un mafioso de alto nivel y la realidad era mucho más prosaica: Aurelio en aquella organización era poco más que el chico que se encarga de surtir a sus jefes del protocolario café, y de paso de atender a alguien como yo. En la organización había, al menos, dos personajes de mayor calado, Santiago y Marco Santillana. En otro sentido, la clientela si parecía adaptarse a lo que había imaginado encontrar allí. Y si tenía alguna duda solo debía fijarme en la catadura del tipo que se sentaba al volante del Jaguar, quien por cierto seguía vigilándome a través del retrovisor.
Tenía olfato el fulano.
Me apetece caminar, decido hacerlo hasta llegar a mis barrios, desde la montaña hasta el mar. Parece una heroicidad pero no lo es, no en Barcelona, una ciudad encorsetada por la geografía.
Además hace bajada.
Mientras camino veo pasar gente joven, todo el mundo en la zona parece joven, sana y jovial. Jóvenes mamás, niños jóvenes y atractivos ya desde su cochecito de bebé, jóvenes bulliciosos de ambos sexos con sus mochilas escolares cargadas a la espalda, jóvenes ejecutivos que si perseveran un día dirigirán una empresa llena de jóvenes secretarias que sueñan con optar al Premio de Miss Piernas largas. También hay jóvenes ancianos, sentados en parques de setos pulcramente recortados, otros luciendo chándales atractivos mientras deciden si corren para mantener la forma o se caen y esperan a que una diligente ambulancia les recoja.
Yo trato de aferrarme a mis recuerdos para no sentirme desplazado, sin embargo no es fácil. Mis recuerdos de infancia, los pocos que tengo son como esas viejas fotografías de colores desvaídos, imperfectos. Como un fogonazo recuerdo una época en que pensaba que tanto podía ser astronauta como medico, fue una época corta. Los colores de las fotografías de toda esa gente son brillantes, aun lo son, algunos de ellos poseen recuerdos de infancia que son fotografías retocadas con PhotoShop.
Por supuesto no trato de aferrarme a mi futuro.
Aurelio Cominges es apenas un bebé y según mi opinión ya ejerce de aprendiz de mafioso. Lo hace en la parte soleada, la menos truculenta del oficio si quieren, pero no es menos mafioso que el malogrado Abdoulayé.
Claro que él y sus jefes no pensaran lo mismo, ellos se definirían como hombres de negocios, pero a mi no me cabe duda de Global Asesorías e Inversiones esconde niños muertos en el armario del fondo, el que está lado de la Sala VIP.
Empiezo a ponerme de mala uva. No me conviene repasar pasados ni futuros, en mi caso sería una imbecilidad. Mi vida ha sido siempre presente, el pasado apenas existe y el futuro solo aparece cuando veo acercarse la vejez. El pasado es un paisaje borroso. El futuro es temor e indignación. Nada bueno en cualquier caso.
Voy a joder a Aurelio Cominges.
¿Y a Santiago y Marco Santillana?.
Dos perfectos hijos de puta con cara de buena gente. Y corbata de doscientos euros.
También voy a joderlos.
En este momento no me acuerdo de que yo trabajo por cuenta de Fausto Baliarda.
Algo que no me conviene olvidar.
Hace un día soleado, precioso.
Por cierto ¿dónde cojones se ha metido la gente desgraciada de la zona?, ¿los matan para que no desentonen, los incineran en cuanto se muestran infelices?.
Tal vez no, probablemente están cómodamente cuidados por encantadoras enfermeras que un día soñaron con llegar a secretarias con opciones de presentarse al concurso de Miss Piernas Largas, pero descubrieron que en el ordenador no se teclea con las piernas, por preciosas que sean.


TELETEXTO DE TVE-
NOTICIA A PARECIDA EL 17/11/2012
DESARTICULADA RED DE TRATA DE BLANCAS EN ESPAÑA.

La Policía Nacional y el Servicio de Seguridad Ruso han desarticulado una organización criminal que trasladó a ocho mil mujeres rusas para su explotación sexual en España desde el año 2005 con falsas ofertas de trabajo.
La trama que enviaba un promedio de veinte mujeres por semana es responsable del traslado del setenta por ciento de las mujeres rusas traídas a España para su explotación sexual.
En la operación han sido detenidas dieciocho personas, entre ellas el cabecilla de la trama y se han efectuado doce registros en diferentes locales y viviendas particulares. Se han intervenido sesenta y cinco mil euros en efectivo.