martes, 25 de abril de 2017

CAPITULO DIEZ

La noticia me la dio Lena, al día siguiente: Elisabeth había pasado por casa de Abdoulayé con la intención de tener un meritorio refrote con la exagerada pinga del negro, y algo más tarde ver palidecer de envidia al resto de Adoradoras del Vallenato cuando les contase los detalles. La puerta del piso estaba entreabierta y había entrado canturreando “¿Donde está mi amorcito, mi negro lindo, donde está mi negro macho?”.
El amorcito de Elisabeth estaba tumbado en la cama.
Alguien había degollado al negro lindo de la pobre Elisabeth.
La pinga del negro seguía en su sitio, pero en aquel momento se mostraba marchita y poco expresiva.
La chica salió dando unos alaridos que pusieron en pie de guerra a todo el Raval. Según la opinión de algunos testigos presenciales, las ambulancias del Ayuntamiento no hacen tanto ruido ni siquiera cuando están al servicio directo del señor alcalde.
Evidentemente una afirmación mal intencionada, ya que según todos los indicios el señor alcalde goza de una excelente salud y no hace un uso frecuente de ambulancias.
Según me contó Lena, que fue quien llamó a los Mossos de Escuadra y denunció el crimen, hasta que la policía llegó para recogerla, Elisabeth se había parapetado en un rincón del locutorio e iba repitiendo: “Si se entera mi papito me mata, el tajo del cuello del negro se va a quedar en nada al lado del que me va a hacer mi marido, mi amor me va a hacer la corbata colombiana, Virgen de la Anunciación Gloriosa ilumíname, concédeme una buena excusa para contarle al padre de mis hijos, Santo Cristo de la Sierra, protégeme. Que mi papito me mata, Virgen mía, me mata, Ay que enamoramiento más loco que tenía yo por mi negro y ahora por culpa de su pinga mi papito me mata, seguro como que estás en el cielo Virgen de la Misericordia”.
Una de las Adoradoras, de nombre Janeth, -que le tenía una envidia mortal a Elisabeth porqué andaba como medio enamorada del negro y sus medidas corporales, aun sin haberlas visto, pero gracias a las explicaciones detalladas de Elisabeth si que las había soñado en alguna de esas noches calurosas, en que el marido no para de roncar y el bebíto de llorar-, para consolarla, le dijo que no se preocupase por su papito, que España es un país serio y que si la mataba la justicia se iba a encargar de él. Que se consolara pensando en los ratos en que Abdoulayé la había hecho feliz.
Casi llegan a las manos, justo en el momento en que llegaron los Mossos de Escuadra, para recoger el cuerpo tembloroso de rabia de Elisabeth, que acababa de llamar a Janeth “pastusa de mierda” y “culo de negra” y se dirigía hacia su permanente con las peores intenciones.
Una permanente, por cierto, de la que Janeth se mostraba particularmente orgullosa.
Por razones distintas mi estado de ánimo se asemejaba al de Elisabeth: por un lado estaba tan asustado como ella, mis huellas dactilares en algún lugar debían haber quedado impresas a pesar de lo poco que había merodeado por la vivienda. Si la policía, como era de esperar, llegaba hasta mí, en el cuartelillo de los Mossos de Escuadra me iba a hacer tan famoso como un pavo en Navidad y con toda probabilidad acabaría igual de trinchado.
En otro sentido no se me ocurría a nadie más que a Ayoub para cargarle con la responsabilidad del crimen. Y si era cierto que por alguna razón que en aquel momento se me escapaba, el moro había regresado para rematar la faena, yo tenía una responsabilidad nada despreciable en la muerte de Abdoulayé, -algo que por muy mala bestia que fuese el mafioso nigeriano me hacía sentir como uno de esos trapos de colores en los que la gente que trabaja con grasa se limpia las manos.
A lo largo de mi carrera he sufrido esa sensación de descontento conmigo mismo: despiden a alguien por un informe tuyo en el que denuncias una falta de mierda, un conyugue machaca al otro por unas fotografías tomadas por mi en las que uno de los dos trata de ahuyentar su desconcierto con otra persona, cosas así.
Soy consciente de que una de las partes no es mejor ni más honesta que la otra, si no más listo, más beligerante o simplemente tiene más tiempo para dedicarle a sus rencores. Son momentos en los que querría estar en una playa de las Islas Maldivas, frotando bronceador en las caderas a una de esas maravillosas criaturas, que anuncian por televisión bebidas refrescantes mientras componen la expresión de una niña traviesa sonriéndole a mamá, cuando llega tarde a casa con las bragas en la mano y el pintalabios corrido.
Aunque el problema mayor residía en no entender los motivos de Fausto Baliarda para ordenar la muerte del negro, mucho menos los motivos de Ayoub para tomarse la molestia de regresar y cargárselo por su cuenta, sin tener en cuenta el riesgo que corría. Tanto el uno como el otro son gente profesional, Baliarda se mueve por objetivos, como un gerente de banco, Ayoub se mueve por ordenes, concretamente las de Baliarda.

La cara de Ámbar cuando me abrió la puerta mostraba una moderada sorpresa.
-No le esperábamos hoy, señor Atila, ¿o estoy equivocada?.
-Quiero ver a Baliarda, -le dije sin tener en cuenta la educación que un maestro cansado trató de inculcarme en mi infancia. Él nunca pensó que acabaría trabajando de detective privado ni que debería tratar con gente de la categoría de Ambar y Baliarda.
Mi maestro más bien apostaba por la cárcel.
En algún momento he lamentado que yo empezara a enderezar el rumbo cuando él ya no estaba allí para verlo. El pobre hombre se hubiese sentido gratificado.
-No sé si el señor Baliarda le podrá recibir,-remarcó el señor casi con amor para que yo me diese cuenta de la mala educación de que había hecho gala..
-Creo que si, señorita, dígale que Abadoulaye Bassara Bassara ha sido asesinado,-remarqué “señorita” con toda la mala leche de que fui capaz.
O bien Ámbar desconocía el significado de la palabra “asesinato” o su capacidad para asimilar noticias truculentas era digna de medalla olímpica. Solo asintió muy seria y se marchó pasillo adelante, algo si debía haberla afectado ya que sus pasos no tenían aquella cadencia que dotaba a sus nalgas de la capacidad de provocar la clase de sueños que te llevan a la gloria o al martirio.
Cuando regresó me pidió que me sentara un momento. Intentó una sonrisa poco convincente y se parapeto detrás de su mesa.
Fausto Baliarda me recibió al cabo de diez minutos.
Ámbar me acompañó a una habitación distinta a la que me había recibido en la primera ocasión. Era una habitación acristalada, luminosa, el suelo era una alfombra verde de césped sintético simulando un campo de golf. Todo el mobiliario consistía en un mueble bar en un extremo de la sala, dos sillones de cuero verde y lo necesario para mejorar el hándicap sin moverse de casa.
-Buenos días señor Atila, le acompaño el sentimiento. Supongo que habrá sido para usted una pérdida sensible, aunque espero que eso no le impida continuar con el excelente trabajo que está haciendo para mí.
-¿Qué dice?,-si seguíamos por aquel camino antes de que pudiese llegar Ayoub le rompería la cara a aquel hijo de puta que no satisfecho con hacer asesinar a un hombre, -asesinato del que podía ser inculpado yo-, se permitía hacer broma acerca de ello.
-Qué le acompaño el sentimiento, veo que está usted muy alterado por la muerte de ese, ese… ¿cómo ha dicho que se llama?.
-Abdoulaye,-di un paso en su dirección, algo que no alteró su compostura, Ayoub debía andar muy cerca o aquel tipo, además de millonario, era cinturón negro de cualquiera de esas disciplinas tan útiles para forrar a hostias a un prójimo dando saltos de mono a su alrededor.
-Abdoulaye, un nombre curioso, y ¿quién es Abdoulayé?, si me permite la pregunta.
Primera duda: una cosa era que Ayoub estuviese cerca y se sintiera protegido, otra bien distinta es que aquel tipo fuese el primo napolitano de Robert de Niro, el que le había enseñado a actuar, ya que daba la impresión de ser absolutamente sincero.
-Abdoulayé es el nombre del nigeriano que ayer fue “tratado” por Ayoub.
-Ya veo, y usted cree que he dado la orden de que le mataran. La cabeza de Baliarda asentía comprensivamente.
Segunda duda: el tipo no se andaba por las ramas, aceptaba mis dudas con la tranquilidad que da la inocencia. Sin aspavientos, sin falsas muestras de inocencia, sin sentir el menor atisbo de culpa o responsabilidad.
Con lo cómodo que me sentía yo rodeado de adúlteros sedientos de algo de alegría en su vida y gilipollas que le robaban horas de trabajo a su empresa.
Baliarda me observaba con perfecta comprensión de la situación.
-No sé si la orden la dio usted o Ayoub actuó por su cuenta.
-Amigo mío, usted serviría como guionista de series truculentas de televisión, creo que le voy a decepcionar.
-Hágalo, por favor.
Pues bien, puede usted quedarse tranquilo. Yo no fui. Y respecto a Ayoub, él solo hace aquello que yo le ordeno. O si prefiere decirlo de otro modo, él solo hace aquello que yo le permito hacer. Ahora hablaremos con el amigo Ayoub, pero antes permítame que le haga una pregunta ¿por qué demonios tendría yo querer muerto a ese desgraciado?. Usted me hizo ver que ese pobre diablo podía tener información valiosa. De hecho la tenía, usted no se equivocó. Mi decisión fue hacerme con esa información. Como es lógico, en esos casos, la información se consigue por las buenas si se puede o empleando métodos más contundentes. La gente no responde a las necesidades del prójimo con el debido espíritu de colaboración, no hace falta que se lo explique. Usted trató de conseguir la información por las buenas, no funcionó e hizo muy bien en pedir la colaboración de Ayoub. Ya sabemos que él la consigue por las malas.
O por las peores, pensé yo.
-La información ya la tengo. Asunto acabado, por tanto. Le agradezco a usted su eficiencia, le agradezco a Ayoub la suya y del nigeriano me olvido, es así de sencillo. Ahora usted viene a contarme que le han matado. Y yo repito: ¿por qué demonios querría yo ver muerto a ese pobre diablo?.
-No lo sé.
Era verdad, no lo sabía.
-Bien, me sigue gustando usted, es sincero. Ahora hablaremos con Ayoub.
Dio un par de palmadas, no demasiado fuertes, y el moro apareció como la representación de un mal sueño. Su cara mostraba la misma placidez imbécil de siempre. Debía estar pegado a la puerta de la habitación, con toda probabilidad había escuchado nuestra conversación, sin embargo no dijo nada, esperó que Fausto Baliarda hablara.
Hasta aquel momento habíamos permanecido de pie. El amo de todos nosotros me señaló uno de los sillones, él se sentó en el otro.
A Ayoub le dejó de pie.
Algo que me hizo feliz, me sentí dueño de una mínima parte de todo aquel poder, incluido el moro.
Ayoub seguía mostrando su mejor expresión de placidez imbécil, estar de pie mientras nosotros nos sentábamos no parecía incomodarle en absoluto. Pensé que si Baliarda le pedía que nos hiciese una mamada simplemente preguntaría quien iba primero.
La idea me pareció de muy mal gusto.
Fausto Baliarda, con la mano extendida y la palma hacia arriba me señaló al moro, dándome permiso para interrogarle. Evidentemente el prefería seguir pensando en la mejora de su hándicap.
-Ayoub, ¿aparte de interrogarle le causaste otro daño al nigeriano?.
-¿Qué daño?
-Si te lo cargaste, ¡joder!.
-No paisa, no lo hice, no tenía orden de hacerlo.
-¿Y sabes que puedes estar metido en un lío?. Mejor dicho, estamos metidos en un lío todos nosotros.
Aquello a Fausto Baliarda pareció alejarlo momentáneamente de su hándicap ya que giró lentamente la cabeza y miró a Ayoub.
Ayoub giró lentamente la suya y me miró a mí, -¿por qué?,-preguntó.
Tus huellas y las mías deben estar por allí y la policía no son una panda de tarados.
-No hay huellas, paisa, ni las tuyas ni las mías, las borré yo, fue lo que me llevó más tiempo, el resto fue sencillo.
-¿Entonces quien lo mató?.
-Y yo que sé, paisa.
-¿Se te ocurre alguien que pudiera querer matarlo?,-la voz de Baliarda al dirigirse al moro era tan educada y amable como siempre, la amabilidad de quien está convencido de que le van a obedecer.
-Claro que se me ocurre alguien.
-¿Quién lo hizo, según tú?,-aquel hombre me llenaba de estupor.
-Los suyos, lo que me contó no tenía porqué hacerlo. A ti no quiso decírtelo de ninguna de las maneras, era información peligrosa para sus jefes, le apretaste poco. Si que me lo dijo a mí. Cuando nos marchamos probablemente cometió el error de llamar a alguien para que le ayudara, o tuvo la mala suerte de que alguno de los suyos se presentó y algo se vio obligado a contarle, o el otro se lo imaginó. Y ese alguien decidió que si contó aquello podía contar cualquier otra cosa. De ahí a tomar el camino del medio para asegurarse de que ya había hablado bastante no hay mucho trecho. Así funcionan las cosas en el tipo de negocios que estaba metido el negro.
Si, al parecer así funcionan las cosas, era una explicación razonable.
-¿Qué te contó, aparte de lo que me diste a mí?.
Ayoub miró a Baliarda.
-No se preocupe por eso, señor Atila, dé esta línea dé investigación por concluida, la de los nigerianos quiero decir. Usted ya no es responsable de ella, a no ser que por este lado surja algo totalmente novedoso, en ese caso sea tan amable de consultarme. Ha hecho un trabajo magnífico y le queda mucho trabajo por hacer, siga con ello, no se arrepentirá.
-Tengo mis límites.
-Nadie pide que los traspase, lo único que se le pide es información acerca de una serie de elementos asociales, no que actúe contra ellos. Con su trabajo me beneficia a mi y me atrevería a decir que al conjunto de sus conciudadanos. Mire señor Atila, si yo fuese un escritor y estuviese escribiendo un estudio o una novela acerca de las mafias que imperan en Barcelona, le pediría exactamente lo mismo que le estoy pidiendo y usted no tendría el menor remordimiento en hacer el trabajo. Me atrevo a decir que por el sueldo y por el magnífico trato que recibe por nuestra parte, dejando aparte el lamentable inicio de nuestras relaciones, estaría usted más que satisfecho. ¿Me equivoco?.
-Visto desde ángulo, no, no se equivoca. Pero ha muerto un ser humano.
-Ha muerto un delincuente a manos de sus propios compinches. De acuerdo, no dejaba de ser un ser humano. Sin embargo cada día mueren seres humanos, la mayoría de ellos decentes, y alguno de ellos, bastantes de ellos en realidad, perjudicados de una forma u otra por alguien del mismo pelaje de su Abdoulayé o como demonios se llamara este mafioso. Siga con su trabajo, se lo ruego. Es del todo libre de abandonar si así lo desea, ni siquiera es necesario hacer una liquidación del dinero que se ha manejado. A mi entender lo conseguido hasta el momento justifica lo invertido, pero yo le pido con el máximo interés que siga con su trabajo. En caso contrario simplemente dígame que no va a continuar y nuestra relación quedará cancelada muy a mi pesar.
No lo dije.
Al abandonar la casa, Ámbar me acompañó hasta la puerta. En el momento de salir me tendió la mano, un gesto que no había hecho hasta el momento. Se la estreché, ella la retuvo hasta que nuestras miradas se encontraron, entonces me dijo: -Siga con su trabajo, señor Atila, no se arrepentirá.
-¿Nos estaba escuchando?.
-Por Dios, que cosas de imaginar, señor Atila.
-Claro, cómo iba a hacerlo una chica tan recatada como usted.
No me dio tiempo ni siquiera a sonreírle, ya había cerrado la puerta.
Estuve caminando durante un rato. El camino era de bajada, resultaba confortable caminar, el apiñamiento de la ciudad se veía más cercano con cada paso que daba, mi vida cotidiana, mi habitat natural estaba cada vez más cerca y no me gustaba.
Acostumbra a pasar cuando tu vida cotidiana es una mierda.
Al doblar la esquina una ráfaga de aire fresco me hizo olvidar la comodidad del sillón de Fausto Baliarda, la sensación de poder y la satisfacción de ver a Ayoub de pie mientras yo estaba sentado. Pensé que sería una excelente idea volver sobre mis pasos, llamar a la puerta, ver la sonrisa de Ámbar por última vez y decirle a Baliarda que dimitía.
Y, a continuación, empezar a pensar en la mejor manera de matar al hijo de puta de Ayoub.
Lo que no estaba nada claro era si Baliarda seguiría dándome gruesos sobres con dinero dentro, si yo hacía lo que estaba pensando.
Seguramente no.
Me paré frente a un semáforo que mostraba el rojo para los peatones. Un Mercedes, negro, grande y lujoso conducido por un chino que charlaba con el copiloto, tan chino como él mismo, ambos con esa expresión llena de seguridad que da el poder, cruzó frente a mí. Aquel modelo de Mercedes yo no le conocía, era muy largo, más parecido a una limusina americana que a un coche europeo, lo que teniendo en cuenta lo poco que entiendo de coches de lujo quería decir que, o bien era muy caro y habían pocos en la ciudad, o bien entendía de Mercedes aun menos de lo que pensaba y acababa de agrandarlo por mi cuenta un buen puñado de centímetros. Era tan largo que por unos instantes tapó el edificio que tenía enfrente: una construcción paranoica de piedra oscura, lo que no contribuía a mejorar su aspecto.
Quizás todo fue causado por el viento que había dejado de soplar y no me gusto sentirme distinto, pero de repente lo comprendí. Al Mercedes con aspecto de limusina americana, y a los chinos que iban dentro, les podían dar porculo. A los italianos que se reorganizaban en España porque era más fácil esconderse que en Italia exactamente igual. A los negros que vendían por cuatro euros a sus mujeres como carnaza para braguetas histéricas se los podían fumigar los cocodrilos. A los rumanos que venían a cometer sus delitos en nuestro país debido a que aquí, tal como les cogíamos les soltábamos y les pedíamos perdón por las molestias causadas, les podían montar una fiesta y envenenarlos a todos o si lo preferían nombrarlos diputados de algún partido de nuevo cuño, o de uno antiguo en plena fase de renovación, aquí nuestros políticos son maestros de la renovación, en cuanto los que hay se enriquecen le ceden el paso durante un tiempo a los que están haciendo cola, hay muchos. A los rumanos, búlgaros o lo que coño fueran que se refugiaban en el calor y se presentaban en el juicio acompañados de doce abogados proclamando que eran pobres sin techo vendedores de La Farola les podían apuñalar en una esquina o casarlos con vírgenes feministas que les hiciesen la vida imposible.
A mi me daba igual.
Alguien enterraría a Abdoulaye y a su polla desmesurada.
Por mi se la podían enrollar en el cuello.
Elisabeth le recordaría alguna noche escuchando roncar a su papito, si es que este no le había hecho la corbata colombiana al enterarse de que su amorcito gozaba de mingas más grandes que la suya, y además iba contándolo por ahí. Lo cual es una putada ya que si a un tipo pobre le añades que tiene una pinga del montón le acabas de reducir el mercado. Esas cosas una esposa no debería contarlas nunca.
Y volviendo a lo mío: a mi me habían contratado para hacer el trabajo que hago siempre y me pagaban como no lo hacían nunca.
Estaba claro, lo que haría sería trabajar y cobrar.
Y yo tenía una pista.



























EL PAIS.COM. 17/10/2012

EL SUPUESTO CABECILLA DE LA MAFIA CHINA ES UN CONOCIDO GALERISTA DE ARTE MODERNO.
Gao Ping, una celebridad en la comunidad china de Madrid y en su país, es el supuesto dirigente de la trama de blanqueo de dinero. Las galerías de arte y comercios cercanos a la Galeria Gao Magee en Madrid dicen que al dueño y a los trabajadores se les veía poco. Que a veces abrían y a veces no. Que a veces llegaban muchos Audis y coches de lujo a su puerta. Y algún vecino reconoce que más de una vez pensó, que por el tipo de gente que llegaba y que porqué a veces salían de allí con bolsas llenas, todo era bastante raro.
El dueño era Gao Ping, uno de los detenidos en la Operación Emperador y presunto cabecilla de la Red, o redes, de crimen organizado que ha blanqueado centenares de millones de euros en los últimos años. Gao no solo poseía esa galería. Era un conocidísimo promotor del arte chino en España y del arte español en China, con todas las puertas abiertas en ambos países.
Gao de cuarenta y cinco años, casado y con tres hijos lleva viviendo en España desde 1989. En la pagina web de su fundación Arte y Cultura se define a si mismo de la forma siguiente: “Con la entrada del presente siglo Gao Ping comenzó a mostrar gran interés por la cultura, el arte, las publicaciones, los deportes y demás asuntos filantrópicos y empezó a coleccionar obras de arte contemporáneo”.
Abrió en 2010 la galería madrileña Gao Magee, pero en Pekín tiene otros negocios relacionados con el arte, como “Iberia”, un centro de difusión del arte español por el que han pasado artistas como Ouka Leele o José Manuel Ballesteros. Este último recuerda que dejó de trabajar con él porque le parecía un personaje poco claro.
El presunto jefe de la trama de corrupción ha colaborado también con el Centro Tomás y Valiente de Fuenlabrada, con el que en 2008 imauguró una exposición llamada “Realismo Poético” que el municipio definió como “un gran proyecto de colaboración internacional”. El concejal de Seguridad Ciudadana de este municipio, el socialista José Borras fue uno de los detenidos en la Operación Emperador.
El Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) dirigido por Consuelo Ciscar también colaboró con Gao en el menos dos exposiciones en el año 2008.
La revista Descubrir el Arte lo premió en Marzo del 2011 “por la promoción del arte español en el exterior.
La policía registró el domicilio de Gao, un chalé de varios pisos con columnata en la entrada en la lujosa urbanización de Somosaguas donde encontraron cantidades ingentes de dinero.




UN ERROR JUDICIAL PONE EN LIBERTAD A GAO PING.
Cadena Ser.com
Miguel Ángel Campos 22/11/2012

La Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, presidida por el magistrado Felix Alonso Guevara ha ordenado la excarcelación del imputado Kay Yang porqué el Juzgado número Cuatro que instruye la causa prorrogó más de setenta y dos horas su detención sin tomarle declaración ni acordar su ingreso en prisión, lo que hubiera permitido al juez disponer de un nuevo plazo de setenta y dos horas de detención.
La Sala de lo Penal dice que el juzgado instructor hizo una interpretación “errónea y contraria de la doctrina del Tribunal Constitucional”.
Las detenciones se produjeron el dieciséis de Octubre y el juez Fernando Andreu emitió un acto por el que los detenidos pasaban a su disposición y decretó su ingreso en prisión el día veinte de Octubre. La Sala de lo Penal dice que las detenciones fueron efectuadas por vía judicial y no policiales. El plazo que tiene el juez para decidir sobre los imputados comenzó a contar desde el mismo momento en que fueron detenidos y no dos días después como interpretaba Andreu. La Sala recalca que “nadie puede ser privado de libertad salvo en los casos y en las formas previstas por la ley” por lo que decreta “la nulidad absoluta e insubsanable” del auto de prisión para Kay Yang y su inmediata puesta en libertad. La Sala recuerda al juez instructor que puede tomar las medidas cautelares que entienda adecuadas para evitar su fuga.
Este auto es de aplicación para el acusado Kay Yang, pero también al principal imputado Gao Ping y al resto de cabecillas de la supuesta organización criminal ya que todos ellos fueron detenidos el día dieciséis del diez y la orden de prisión llegó sobrepasado este plazo de setenta y dos horas sin que el juez hubiera utilizado todos los mecanismos necesarios para utilizar la prorroga.

OTRAS ENTRADAS PRESENTES EN LA MISMA WEB RELACIONADAS CON EL CASO.

-Gao Ping fotografiaba a las victimas de sus palizas para atemorizar a la comunidad china.
-Fiscalía advierte riesgo fuga Gao Ping.
-El juez Andreu pide perdón.
-Los empresarios españoles que colaboraban con la trama china prefieren el dinero en Suiza.

ALGUNOS COMENTARIOS DE LECTORES EN LA MISMA WEB.

Carlos.
Error, una poya. ¿Kien hay detrás de todo esto?

Robespierre
Los brazos de las mafias son muy largos. ¡Ah, no, que ha sido un error!-

José C. Ortiz
¿Error?. ¿Despiste?. ¡Por favor!. Eso no se lo cree nadie. Un juez con experiencia no comete errores de este tipo. Lo siento pero no me lo creo. No sé lo que hay detrás pero no me lo creo.

Miguel
¡¡Con dos cojones!! Esto mismo pasa con un delincuente habitual y carece de interés. Lo armonioso es que no pasa. Lo siento no pasa nunca.

Pedro.-
Es vergonzoso e indignante leer estas noticias, pero ya se sabe, el que tiene dinero tiene una justicia diferente.

Rober.-
Una mierda un error. Algo habrá por ahí

martes, 11 de abril de 2017

CAPÍTULO NOVENO DE "UNA CIUDAD CON QUINIENTAS MAFIAS"

CAPITULO NOVENO


Paquete y yo nos internamos en la noche del Raval.
La noche del Raval, en según que calles, se te mete en el alma y sientes deseos de remeter las manos en los bolsillos, agachar la cabeza y andar deprisa hacia lugares menos ominosos, escapar de esas calles donde la oscuridad les roba, sin el menor esfuerzo, la belleza nostálgica que lucen de día.
Pero Paquete parecía inmune a según que intimidaciones y seguía hablando.
¿Quieres saber lo que decimos en el cuerpo respecto a que cualidades debe tener un policía sobre todas las cosas?.
-Claro, como no, aun me queda espacio para ampliar horizontes.
-Toma nota: “Vista larga para verlos desde lejos, pasos cortos para ver si antes de llegar se matan entre si y así te libras de intervenir, y mala leche para dar una hostia antes que te la den a ti”.
Sonreí.
Poco, pero sonreí.
Entiéndanme, la parrafada de Paquete me había hecho gracia, pero con esa clase de fulanos tienes que medir hasta las sonrisas.
Deje que Paquete siguiera hablando.
Nos quedaban aun muchas mafias por repasar.
A Paquete ya no hacía falta pedirle que hablara, estaba enchufado.
-Tenemos la rusa, la china, la de la antigua Yugoslavia y cualquier otra que se te ocurra, -dijo Paquete mientras miraba a un tipo que pateaba una persiana metálica acribillada con grafitos de colores, y gritaba que tenía hambre, que no había comido suficiente. La puerta pertenecía a una asociación benéfica que facilitaba comida a indigentes y a sin techo. Un cartel informaba que hacía más de una hora que había terminado su horario de servicio.
-Abre la puta puerta, me cago en Dios, te crees que con esa mierda que me habéis dado de comer tengo suficiente. Ya hace más de tres horas que no como, joder, que ya me he cagado en todos vosotros y en vuestros muertos, panda de cabrones.
El hombre tendría alrededor de sesenta años, o quizás cuarenta y se había dado mucha prisa por ir quemando etapas hacia la destrucción. Todas y cada una de las prendas que cubrían su cuerpo estaban arrugadas como si durmiese con ellas puestas, -probablemente lo hacía-. Bajo una melena de color gris que le llegaba hasta los hombros tenía los ojos inyectados en sangre y lanzaba furiosas miradas a su alrededor buscando alguien que le ayudara a patear la puerta y se uniera a sus gritos. Estábamos en la calle Robadors, entre putas y sus potenciales clientes que acababan de convertirse en espectadores del espectáculo gratuito que ofrecía aquel hombre.
El tipo que tenía hambre, y se había enfadado con la puerta grafiteada, había reunido a un buen número de personas, aunque ninguna de ellas parecía demasiado dispuesta a unirse a sus protestas, más bien daban un paso atrás para evitar ser victimas de la furia del hombre, quien a juzgar por las miradas que le dirigían los espectadores, era allí tan apreciado como un fiscal en una cárcel de máxima seguridad.
Un chaval, que al empezar los gritos, estaba observando la puerta pintarrajeada por si aun quedaba un espacio libre y podía desenfundar el spray, se había arrinconado voluntariamente en un portal que tenía la puerta abierta y meditaba acerca de la falta de respeto que la sociedad muestra con el espíritu artístico.
Si Van Gogh levantara la cabeza podrían intercambiar información.
Y ahora que lo pensaba… ¿que no hubiese hecho Van Gogh con un juego de sprays?.
El tipo que gritaba miró a su alrededor y comprobó que aquella cruzada la iba a tener que luchar en solitario o retirarse a sus cuarteles de invierno. Lanzó una nueva patada a la puerta tratando de hundirla con la planta del pie en alto y la reacción al impulso exagerado unido a un equilibrio precario le lanzó contra nosotros.
Olía a coñac barato y a orines.
-¿Te has meado encima, verdad basura?,-le preguntó con dulzura Paquete.
El hombre dio un paso atrás y clavó la mirada en el suelo.
Paquete le dio la espalda y empezó a andar.
Yo no, no le doy la espalda a nadie a quien haya insultado o maltratado, soy demasiado cobarde para pegar a alguien y ofrecerle la espalda. Prefiero verle venir de cara.
El cuchillo que sacó el borracho probablemente provenía del comedor de beneficencia, pero lo había afilado y convertido en un arma que bien usada podía ser mortal. Son las cosas que se aprenden en la trena y aquel fulano debía ser cliente habitual. Lo cogió por el mango, en la posición de clavar y rasgar y se dirigió a la espalda de Paquete.
Yo había quedado dos pasos rezagado respecto al policía. Cuando aquel elemento me adelantó, y antes de que llegase a clavarle el cuchillo, tuve tiempo de agarrarle por la melena y tirar de ella para hacerle perder el equilibrio. La grasa y la suciedad del pelo provocó que mi mano resbalara y a punto estuve de fracasar en mi intento de frenarle.
El cuchillo emitió una corta melodía al rebotar en el suelo. La gente que antes miraba al borracho mientras pateaba la persiana metálica ahora nos miraba al borracho y a mí. El borracho gemía y sangraba por un corte en la ceja que se había hecho al golpear la cara contra el pavimento.
Paquete se acercó y dijo sin mirar a nadie en particular: -tengo que acostumbrarme, ya no llevo el uniforme y gilipollas como este se creen con licencia para matarme - luego se agachó al lado del borracho y le propinó una patada en la cara. No demasiado fuerte, pero también empezó a sangrar por la boca.
La gente seguía mirando.
Para ver a Clint Eastwood te hacían pagar y aquella la daban gratis.
Se escucharon unos aplausos, tímidos.
Ningún abucheo, ganábamos por goleada.
Los abucheos probablemente hubiesen sustituido a los aplausos en caso de que Paquete llevase uniforme, por la calle Robadors el aprecio por la policía no es precisamente el sentimiento que se lleva con mayor intensidad.
Una puta empujó a un tipo, que trataba de sacarle partido al lío metiéndole mano, y dijo algo que ponía en duda la honorabilidad de su madre.
El artista del spray se rascaba la entrepierna con dedicación. Aquello no había dios que lo pintase a spray, y los pinceles no se le acababan de dar bien. En realidad el chaval suspendía la asignatura de dibujo un curso detrás de otro.
Por la otra punta de la calle Robadors se acercaban sin excesiva prisa dos Mossos de Escuadra.
Paquete recogió el cuchillo me miró y dijo:,-ahora regreso, si esta basura intenta moverse del suelo, le pateas los riñones. Se dirigió en línea recta a los policías que se acercaban, sacó el billetero del bolsillo trasero del pantalón, lo abrió y se lo enseñó a los Mossos. Con una farola cerca se hubiese visto relucir la placa del cuerpo de policía.
Se pararon los tres y mantuvieron una breve conversación de no más de cuatro minutos. Paquete, sin girar el cuerpo, señalaba por encima de su hombro en nuestra dirección y los Mossos asentían.
El borracho al ver como se encapotaba el cielo sacó el manual de buenas maneras y me dijo:-Me duele mucho colega, deja que vaya a que me curen.
-Si tratas de levantarte te patearé el culo, así que tranquilito, no me gusta la gente que juega con cuchillos afilados.
El Mosso de Escuadra que acababa de llegar me dijo:-ya se puede marchar, no se preocupe, nosotros nos hacemos cargo.
Cuando me marchaba, el borracho me llamó: -me acabo de follar a tu madre, capitalista de mierda.
-Márchese, -repitió el Mosso.
-Por el culo,-apostilló el tipo sin intentar levantarse.
El otro Mosso sacó las esposas y se acercó al borracho que murmuraba acerca del culo de la madre de todos nosotros. Casi sin moverse le plantó el pie sobre la mano al tipo que se creía con el derecho de usufructuar el culo de la madre de todos los capitalistas de mierda.
El borracho aulló de dolor. El pie del Mosso visto desde una prudente distancia debía ser un cuarenta y seis y soportaba como ochenta kilos de peso.
Eso duele.
La gente seguía mirando.
Una mujer de apariencia gastada se recostó en la pared, encendió un cigarrillo que acababa de gorrear de uno de los curiosos, miró al tipo al que estaban esposando y murmuró:-que te jodan hijo de puta.
Parecía hablar con conocimiento de causa.
Tal vez era la que había aplaudido antes.
O su esposa.
Algo me molestaba en la mano: tenía un colgajo de pelo sucio pegado a ella, sacudí la mano con fuerza hasta que se desprendió.
En cuanto pudiese me lavaría.
Al tipo era probable que le quedase una clapa.
Me encogí de hombros, que fuera por lo de mi madre.
Paquete se acercó, traía la palabra “gracias” cosida a la boca, pero debía haberla cosido con demasiada fuerza ya que no se le soltaba.
-¿En que mafia estábamos?,-preguntó.
Me encogí de hombros.
-Los rusos,-dijo, luego se quedó mirando al suelo y cambió el discurso.
-Son veinte años en el cuerpo y aquel uniforme se te queda pegado a la piel, tengo que acostumbrarme a no dar la espalda a los mal nacidos como el que acabamos de conocer, son basura pero pueden resultar peligrosos. Tengo que acostumbrarme a no dar la espalda a la gente, ahora no soy más que un fulano con una cazadora deportiva. A un policía antes de apuñalarle por la espalda te lo piensas dos veces. En fin, los rusos, pero es mejor que vayamos a algún local elegante a tomar una copa y te lo contaré allí, la amiga que espero encontrar estará allí.
El local elegante se llamaba “El Miedo”.
Hay gente con gracia para bautizar locales.
Cuanto más elegante el local más se esmeran buscándole un nombre apropiado.
De una boca de alcantarilla salía ruido y un vaho húmedo. Tal vez allí debajo había una discoteca de ratas, no estábamos muy lejos del Mercado de la Boquería, en esa zona las ratas están muy bien alimentadas, son gordas y lustrosas. No existe el peligro de que, como sucede en New York, donde la gente, al regreso de sus vacaciones en Florida suelta las crías de caimanes en el alcantarillado público, estos se reproduzcan y lleguen a representar un peligro. Aquí no existe ese riesgo, las ratas de la Boquería se los comerían.
La puerta de “El Miedo” no desmerecería a la de un club privado de cualquier calle digna y respetable de una ciudad respetable y digna, como la nuestra pongamos por caso. Para entrar se debía llamar a un timbre rojo hundido en un alveolo circular, al lado lucía una placa con los diez primeros números, un botón verde y otro rojo. Paquete marcó cuatro números y el botón verde.
Me pregunté que utilidad tendría el timbre rojo.
Paquete, sin necesidad de preguntarlo, dijo:-el timbre es para los que no son socios, alguien viene a abrir y decide si te deja entrar, poniendo el código no es necesario..
La puerta se abrió con un leve zumbido.
Tal vez si pulsabas el botón verde y no dabas con el código correcto, la misma puerta te gaseaba.
Nunca juegues con la tecnología.
Entramos, el local olía a avaricia y a pasiones desmesuradas, a lágrimas derramadas inútilmente y a lamentos que nadie se ha tomado la molestia de escuchar. Paquete me miró de una forma curiosa, se rascó la frente con la punta del dedo índice, se mordisqueó el labio inferior morosamente y finalmente dijo: -Si aquí dentro alguien intenta joderte te sacaré del apuro, te debo una, aunque por lo que he visto antes te defiendes bastante bien solo.
El cabrón lo había conseguido, me lo había agradecido sin darme las gracias.
La clientela del local se adaptaba bien a la categoría de escoria a juzgar por la forma en que te miraban simulando que no lo hacían. Simplemente con un vistazo rápido pude comprobar algo que siempre me hace pensar: la belleza hace soñar a las mujeres y esos sueños las convierten en bellas y deseables, las mujeres de aquel local serían escoria, pero una escoria bella. A los hombres la belleza nos obliga a desear, muchas veces sin esperanza, y eso nos afea, los hombres de aquel local eran escoria, simplemente eso. Toda la capacidad de generar deseo se la habían quedado ellas.
Ni ellos ni ellas pertenecían a la clase de escoria que acaba en la cárcel.
En cuestión de escoria hay clases, colores, grados, precios y hasta variedades exóticas.
Aquella era de la variedad “respetable escoria ciudadana”
El camarero que presidía la barra iluminada como un jukebox de los años sesenta era la nota discordante, se trataba de un efebo homosexual, de elegancia caprichosa. Su apariencia era la de acabar de estrenar la mayoría de edad y mostraba los modales dignos del encargado de bar de un hotel de cinco estrellas. Cuando vio a Paquete le saludó con un ligero movimiento de cabeza y sin pronunciar palabra le puso delante un vaso con algo parecido a lo que habíamos tomado en el antro donde nos conocimos, luego me miró hizo revolotear graciosamente las pestañas cargadas de rimel y preguntó. -¿El señor?.
-Whisky, -le dije.
Asintió con un movimiento elegante y se deslizó hacia la estantería, se movía dando la impresión que el suelo que pisaba era hielo sobre el que podía patinar gracilmente. Cogió una botella de Canadian Club, me la enseñó y esperó que asintiera, cuando lo hice me sirvió.
-¿Qué hace en este local un chaval como ese?.
-Ese chaval tan encantador, es el “Ama dómina” más cabrona que te puedas imaginar, le gusta hacer daño y si le pagan aun le gusta más, no te dejes engañar por las apariencias. Ven, vamos a aquella mesa, -me señaló una mesa vacía en una zona de penumbra-, y te contaré acerca de los rusos, de los chinos y de la madre que los ha parido a todos ellos.
-¿Aun tienes ganas de hablar, no está la amiga a quien querías ver?.
-Si, si está, ya vendrá ella.
Me encogí de hombros. Es un gesto que no compromete ni satisface, se hace para justificarte ante ti mismo, el momento para hacerlo parecía adecuado.
Antes de que yo acabara de sentarme Paquete ya estaba hablando.
-Los rusos son unos fantásticos generadores de mafias. En nuestro país parece que la más arraigada es la Tambovskaya. Sus jefes los “vor v zakone” acostumbran a fijar su residencia en lugares lujosos, la Costa Brava, la Costa del Sol, Baleares, sitios donde gozan de sol y comodidades, la sordidez no les interesan. Al Raval si vienen es a trabajar, luego se largan, aunque normalmente quien viene es la clase de tropa.
Mientras Paquete comenzaba su explicación di una ojeada al local. Mis ojos se habían acostumbrado a la semipenumbra en la que estaban sumergidas todas las mesas y podía distinguir detalles que al entrar me resultaron poco evidentes. Había rincones oscuros ideales para llevar a cabo oscuras actividades, aunque no fue ese detalle lo que más me llamó la atención. Desde más de una mesa capté la atención que mostraban hacia mí sus ocupantes. Se lo dije a Paquete.
-Te están valorando, -respondió.
Hice un gesto de incomprensión.
-Tratan de adivinar el daño que les puedes hacer o el que te pueden hacer ellos a ti, quieren saber si puedes ser dueño de su dolor o ellos del tuyo.
-¿A que viene aquí la gente?.
-A sufrir, aquí todo el mundo viene a por su ración de dolor, de una manera o de otra, todos vienen a eso.
-¿Sadomasoquismo?.
-No necesariamente, para mucha de esa gente el dolor físico es vulgar, no es eso lo que desean, otros si pero este no es un antro donde se practique sexo enfermizo. Pero, tal como te he dicho, todos recibimos nuestra ración de dolor, nosotros somos los enfermos. Si vinieses habitualmente por aquí tú también tendrías tu ración, el dolor crea habito tal como puede hacerlo la heroína, el alcohol o el tabaco, cada uno el grado de dolor que necesita o es capaz de soportar. Somos una panda de gente herida por la vida y no hemos encontrado mejor lugar para reunirnos que este, probablemente el dueño lo abrió con la intención de que fuese un lugar convencional, pero los lugares los hace la gente que los frecuenta. Ya sabes que cuando mucha gente herida se reúne el único remedio que encuentra para sus males es seguir hiriéndose. Unos encuentran alivio al recibir dolor, otros en proporcionarlo, otros de ninguna de las dos maneras, o de las dos. Vete a saber, la cuestión es que este es nuestro lugar de encuentro.
-¿Cual es la tu ración de dolor?.
Paquete dudó antes de contestar.
-La mía es una mujer. Ya me ha visto, pronto vendrá, tratará de seducirte a ti y hacerme sufrir a mí.
-¿Es eso lo que quieres?.
-No, yo la quiero a ella.
-Y no la tienes.
-Nunca del todo. En ocasiones se me entrega, pero es solo para tenerme a su disposición cuando quiere hacerme sufrir.
-¿Has hablado con ella?.
-Nosotros, ahora, apenas hablamos, solo nos hacemos daño.
-¿Tú también le haces daño?.
-Yo se lo hice, metí a su hombre en la cárcel, todavía está allí y le queda una buena temporada.
-¿Se lo merecía?.
-Es un asesino, claro que se lo merecía. Más pronto o más tarde saldrá y vendrá a por mí, tal vez entonces arreglemos este asunto de una vez. Tendrá que escoger.
-¿No lo ha hecho?.
-Si, me ha escogido a mí. Sabe que su marido es un asesino, que si vuelve con él sufrirá de nuevo lo que ya sufrió.
-¿Pues cual es el problema?.
-No sé, el ser humano es extraño. Tal vez tenía la esperanza de solucionar el problema por sus propios medios, de tomar ella la decisión que la liberara y no me perdona que fuese yo quien la liberase. O quizás no me perdona que en lugar de meter en la cárcel a su marido no le matase. Mira, ya viene.
Miré en la dirección que, con un movimiento breve de cabeza, me indicaba el ex policía. Una mujer se acercaba lentamente en dirección a nuestra mesa.
La observé venir, debía rondar los cuarenta años, mostraba unas formas rotundas en un cuerpo que el tiempo aun no había conseguido vencer. Se paró frente a nuestra mesa, me miró con ligereza estudiada y sin dejar de hacerlo se dirigió a Paquete.
-Pensé que hoy no vendrías, lo haces sin avisarme y además acompañado, ¿no me vas a presentar a tu amigo?.
-Claro, como no, se llama Atila, me acaba de salvar la vida.
-Encantada Atila, yo me llamo Carmen, como la de la Opera. Así que le has salvado la vida a Paquete y él te trae aquí como muestra de agradecimiento. Su forma de mostrar agradecimiento es un tanto peculiar, si le conoces ya lo debes saber, y si no es así ya lo iras viendo.
Paquete miraba a la mujer haciendo esfuerzos para no interrumpirla. Ella aun no le había mirado, lo hizo brevemente para preguntar: -¿te importa que me siente con vosotros?.
-Siempre eres bienvenida, Carmen.
La mujer sonrió brevemente, se sentó al lado de Paquete y pareció olvidarle, toda su atención iba dirigida a mí. Era una situación absurda de tan evidente: yo era el arma que Carmen empuñaba para herir a Paquete. Si en alguna ocasión a lo largo de mi vida he sentido deseos de levantarme de una mesa y salir huyendo fue aquella noche en aquel antro. Un hombre es incapaz de llegar al nivel de corporativismo que muestra la menos corporativa de las mujeres. Por si fuera poco, en mi caso particular, padezco frecuentes ataques de humanofóbia que me hacen aun menos proclive a sentirme hermanado con los de mi genero. Pero así y todo aquella escena iba camino de tomar un sesgo que me disgustaba profundamente. Mi sentimiento oscilaba entre la incomodidad de ayudar a una mujer a herir a un hombre y la atracción que cualquier hombre siente hacia cualquier mujer, especialmente si ella se le ofrece, las valoraciones acerca de belleza, conveniencia, necesidad y deseo vienen a continuación de esa atracción instintiva. Aquella mujer desprendía una sensualidad que se te pegaba a la piel como un perfume pesado, exageradamente denso, lo que hacía aun más difícil no pensar en la posibilidad de poseerla mientras Paquete nos cuidaba las copas. Si aquella sensualidad estaba exacerbada por le dolor, tal como había dado a entender Paquete, comenzaba a comprender a aquella gente. Al menos durante un rato tus problemas, tu dolor, quedaría diluido en la locura de la posesión.
Junto a la sensualidad de Carmen, en el mismo envoltorio, iba un poso de amargura y tristeza, residentes en el fondo de su alma, que te hacía desear cuidarla mientras te clavaba las uñas en la espalda y te hacía sangrar sin dejar de mirarte a los ojos.
Me sonrió con falso recato, sus ojos decía que tenía mucho dolor para compartir y que estaba dispuesta a hacerlo, que mientras la ayudara a sobrellevarlo podría hacer con ella lo que quisiera. Un beso tierno, un azote, un desprecio cruel, una caricia intima, cualquier cosa mientras fuese para ella.
-¿Y tú que haces, Atila, has venido ha darte un baño de exotismo?.
-Es detective privado, necesita información -dijo Paquete confirmando algo que resultaba innecesario.
-¡Oh Dios, que interesante!, dijo Carmen sin dignarse mirar a Paquete quien curvaba los labios en un remedo de sonrisa que me hizo pensar que lo mejor sería no hacerle sonreír abiertamente.
-Si, necesito información,-dije por decir algo, cada vez más interesado en largarme.
-Debes tener una vida apasionante y muchas cosas para contar, pienso que hasta podríamos colaborar, quiero decir intercambiar experiencias para ampliar nuestro conocimiento del ser humano. Yo soy siquiatra.
Yo había descartado puta de alto standing, demasiado atormentada. Iba camino de descartar periodista del corazón, demasiado orgullosa a juzgar por su relación con Paquete. Tampoco la veía como medico o enfermera, con sus tendencias sería el marido quien estaría esperando que ella saliera de la cárcel. Tampoco la veía como secretaria de dirección, sus ganas de agradar no tenían que ver con el acatamiento a una jerarquía superior. Pero hasta llegar a siquiatra hubiese pasado mucho tiempo adjudicándole a Carmen modos de ganarse la vida.
-No es tan distinto, -dijo Paquete sin dejar de curvar los labios de aquella manera tan peculiar,-los dos conocéis gente que acaba en la cárcel acusado de asesinato. Claro que esto a mi también me pasa.
La expresión de Carmen osciló entre un dolor rayano en la desesperación y un desprecio de profundidad insondable y por primera vez sus ojos se dirigieron a Paquete. La mirada iba impregnada de una mezcla de sentimientos difíciles de interpretar, había en aquella mirada odio, aunque quizás también amor y con absoluta seguridad necesidad.
No me pregunten que era, lo que con exactitud necesitaba aquella pareja, el ser humano necesita tantas cosas y tan dispares que era difícil adivinarlo. Aunque si de una cosa estaba seguro era de que aquellos dos sabían como hacerse daño.
Aunque empezaba a sospechar que difícilmente podrían pasar el uno sin el otro.
Les miré. Salir de aquella mesa sin heridas iba a resultar tan sencillo como conservar bolas de nieve en un horno crematorio.
Quise cambiar el sesgo de la conversación.
-¿Siempre está así de animado el local?.
-Casi siempre, si quieres te lo puedo enseñar todo, tiene rincones interesantes, -la mujer hizo amago de levantarse.
-Déjalo Carmen, Atila ya se iba, -en el tono amenazante del ex policía iba implícito un ruego que no podía dejar de apreciar.
-Deja que decida él, -Carmen enfrentaba su dolor con el mismo ruego que lo hacía él.
Yo hacía ya un buen rato que había decidido.
-Gracias Carmen, estoy seguro que sería una visita interesante, pero Paquete tiene razón, no quiero llegar tarde a casa, hace un momento se lo estaba contando.
-Pasa a buscarme mañana por el mismo sitio de hoy, continuaremos con eso que te interesa, -dijo Paquete sin dejar de mirar a la mujer que no apartaba sus ojos de mí. Con aquella escena, hubo un tiempo en que algún director italiano cubriría media hora de película. Aquellas eran películas cómodas, podías echar una siesta y no perderte apenas argumento.
Cuando me levanté Carmen reposaba las dos manos sobre la mesa como si estuviese a punto de iniciar una sesión de espiritismo. Ahora si que miraba fijamente a Paquete. Lo último que recuerdo de aquel mal trago es la voz de Carmen: -espero verte pronto Atila.
Seguía mirando a Paquete, cuando lo dijo.
Cuando salí a la calle tragué tanto aire como me fue posible y luego lo exhalé despacio procurando que ni una sola gota del que había respirado en “El dolor” quedara dentro de mis pulmones.
De la boca de la alcantarilla, que cubría la discoteca de ratas, seguía saliendo la leve humareda de antes, sin embargo el ruido llegaba más atenuado. Quizás, a partir de determinada hora, cesaba la música para no turbar el ruido de los vecinos y solo se fumaba crack y se apostaba ilegalmente.
Necesitaba andar un buen rato para desentumecer el alma. Anduve por callejones estrechos, húmedos y poco transitados, a aquellas horas, hasta salir a la Ronda Sant Antoni, allí putas gastadas llegadas de países tan gastados como ellas mismas paseaban su miseria tratando de intuir la necesidad de los caminantes masculinos. Caminé en dirección al Paralel sin hacer caso de las diversas declaraciones de amor que iba recolectando.
En el cruce de Ronda Sant Antoni y Marques de Campo Sagrado hay uno de esos habituales parterres ciudadanos en el que subsisten, cubriendo todos los grados de salud, plantas ornamentales, junto a ellas el Ayuntamiento había plantado dos bancos de madera. En uno de los bancos dormitaba una mujer blanca, joven y de aspecto desastrado, a su lado descansaba el típico hatillo de objetos propios de los sin techo. Un negro muy alto y delgado recorría a pasos tranquilos la periferia del parterre, observándolo con atención, en ocasiones agachándose levemente para echar un vistazo cuidadoso a la rala frondosidad. Tuve la sensación de que allí se estaba produciendo un suceso, si más no, curioso, en caso contrario el tipo sufría de morriña por la selva. Me senté en el banco que quedaba libre y sin dejar de observar procuré que mi atención no se hiciera ofensiva, no quería que se sintieran incómodos, entre otras cosas para que no dejara de hacer lo que estaba haciendo. El negro parecía buen chaval y aparentemente le daba lo mismo que le mirase o que me marcara unos pasos de baile. La chica dormía sin meterse con nadie, así que ya me ven de madrugada haciendo compañía a un negro alto y delgado agachado junto a una mierda de parterre y a una colgada que dormía en los bancos de madera.
Lo de la chica parecía claro, por su aspecto había descartado que fuese una rica heredera de costumbres exóticas. Lo que me excitaba la curiosidad era el comportamiento del negro, en caso de tratarse de una danza ritual de la liturgia yoruba sería la primera vez que tenía ocasión de observarla.
Pasaron tres, tal vez cuatro minutos hasta que se desveló el misterio: el hombre negro se paró, levemente agachado frente al parterre y bisbiseó un mensaje en una lengua extraña para mi. Al cabo de pocos segundos aparecieron dos gallinas, pequeñas y con el plumaje estropeado. El hombre cabeceó asintiendo y se acercó al banco donde la mujer dormitaba, le susurró algo al oído, ella asintió sin levantar la cabeza y el hombre se dispuso a pasear de nuevo frente al parterre. Ahora que ya tenía el misterio ubicado no me costó ver el movimiento de las dos gallinas picoteando por dentro del parterre, apenas una oscilación de las plantas .
Aquel tipo tal vez fuese nigeriano, pero sin la menor duda no era ni un Guy y mucho menos un Oga. Él pastoreaba sus dos gallinas en el centro de la ciudad. Probablemente era toda la fortuna que, junto al atillo que guardaba la mujer, poseía. Por muy curioso e increíble que fuera la escena, la ciudad me acababa de mostrar que aun quedaba espacio para convivir con las viejas costumbres y que si le echas imaginación a la vida puedes sobrevivir hasta en el infierno.
Todo es cuestión de romper barreras.
Y que no te pillen.
Traté de imaginar la cara del alcalde delante de aquella escena.
No pude.
Y eso que lo intenté en varias ocasiones mientras caminaba en dirección a casa.
Lo que si se me ocurrió fue una idea para trasladarle al alcalde: con un poco de imaginación se podría promocionar entre el turismo la selva de Barcelona. De acuerdo, el parterre, por su tamaño no llegaba ni a selva bonsai, pero tenía vegetación, negro, y animales más o menos salvajes.
Y en Barcelona parterres como aquel hay muchos, en cualquier momento se podría acometer una ampliación, materia prima para ello tenemos.
No sentía el menor deseo de entrar en mi casa, tomarme un whisky y meterme en la cama fría esperando a que el sueño me venciera. Me convenía un cuerpo caliente a mi lado.
Y no me gustan las putas, conozco a demasiadas.
Nunca me han proporcionado el menor consuelo. Tienen el coño tan frío como las sabanas de un esquimal y tanta mierda en el cerebro que es mejor mantenerse a suficiente distancia para no olerlo.
No podía quitarme a Carmen de la cabeza.
Aquella noche necesitaba a una Carmen.
Tal vez al llegar a casa encontrase en mi agenda la solución a mis problemas. En ocasiones una ronda de llamadas telefónicas...
En mi agenda hay mujeres que cuando se emborrachan me consideran un tipo atractivo.
En ocasiones ni siquiera es necesario gastar demasiado licor.
Mire el reloj, demasiado tarde para la solución de la agenda.
Imagino que alguien pensará que lo que me conviene es casarme.
Pero eso ya lo hice, seguí un procedimiento de lo más convencional para hacerlo. Conocí a una mujer, en un momento de descuido me enamoré y al momento siguiente estaba casado. Poco tiempo después tenía una sentencia de divorcio y la obligación de mantener a una mujer que me importa un carajo. También tenía el convencimiento de que una noche con los pies fríos en una cama desierta no era lo peor que me podía pasar.
Pero cuando llega la cuestión es francamente incómodo.
Aquella noche necesitaba poner una Carmen en mi cama.
El bailongo al que me dirigí, una discoteca de veteranos, estaba lleno de Carmenes. Parado en la puerta me pregunté ¿por qué?.
Ni yo mismo sabía lo que preguntaba.
No necesitaba una pregunta, cualquier pregunta era innecesaria.
Necesitaba una respuesta.
La respuesta me la dio la sonrisa voluntariosa de una rubia sentada en la barra. Parecía tan desesperada como yo, acababa de rechazar las proposiciones de un tipo guapo mucho más joven que ella, quien se alejaba sin entender la razón por la que le había rechazado, sin darse cuenta de que no era importante mientras la entendiese ella.
Me acerqué para comprobar hasta donde llegaba su desespero.
Tan lejos como el mío, llegaba. Y ya había bebido lo suficiente aquella noche para comprobar que sus ilusiones y los deseos del mundo iban por sendas distintas.
Le dije algo sacado del manual de seducción para casos de urgencia. Me respondió con una respuesta del capitulo de aceptaciones sin entusiasmos excesivos.
En aquellos momentos su voz me recordó el susurro de un pañuelo de seda rozando las alas de un cisne de mármol. Es algo que me sucede con la voz de cualquier mujer a la que desee tumbar desnuda en una cama y me anime con su sonrisa.
Estuve a punto de preguntarle la razón por la que había rechazado al tipo guapo mucho más joven que ella, pero conocía la respuesta y me gustaba, así que no lo hice.
A su lado, en la barra, una mujer joven y atractiva, ataviada con mucho perfume y poca cosa más, que al entrar me había avisado, con la mirada, que si me acercaba avisaría al encargado de echar a los borrachos a la calle, ahora me miraba con afecto.
Son las cosas de la competencia.
Invite a bailar a la mujer que despedía a los tipos guapos más jóvenes que ella.
Mientras bailábamos le pregunté si le gustaría conocer una casa fea con un hombre cariñoso dentro.
-¿Tú eres el hombre?, -me preguntó venciendo su cuerpo contra el mío.
-Si.
-¿Y la casa es muy fea?.
-Mucho, pero si la tuya está mejor podríamos ir allí.
-No, a mi hija no le gustaría, creo que me conformaré con la casa fea siempre que me prometas que el hombre será cariñoso.
Se lo prometí. Acostumbro a serlo. En las relaciones cortas solo los hijos de puta se portan mal.
Cuando, abrazados, entramos en casa, vi por su cara que la fealdad de mi casa había superado sus peores temores. Imagino que fueron las cañerías que surcan el techo. Afortunadamente el concierto de cañerías empieza alrededor de las siete de la mañana.
Me apresuré a sacar la botella de Lagavulin que me había regalado Samuel y le conté el maravilloso plan que tenía pensado para aquella noche.
-Tenemos el mejor whisky, los vasos están limpios, las sabanas acabadas de cambiar y yo me muero de ganas de hacer el amor contigo.
Le pareció bien.
Alabó el whisky.
No se quejó de la limpieza de las sabanas.
Y en un momento de la noche me dijo: -si que eres cariñoso.
No esperaba respuesta porque sin darme tiempo me mordió suavemente los labios y su lengua buscó la mía una vez más.
Por cierto, se llamaba Carmen.
A la mañana siguiente intercambiamos teléfonos.
Estábamos llenos de agradecimiento.
Al empezar la noche estábamos solos, luego, durante unas cuantas horas nos ayudamos a olvidarlo.
Algo muy de agradecer, lo mires como lo mires.
Así que intercambiar teléfonos fue una buena idea. En ocasiones tienes compañía de cama que ni siquiera ha logrado hacerte olvidar que estás solo. Carmen lo logro.
¡Que coño!, un número de teléfono y la posibilidad de que lo use demasiado a menudo es un precio bajo.
Hay ocasiones en que observo mi cara, cada vez más cansada, en el espejo y le digo: Amigo mío, si al despertarte por la mañana encuentras en tu cama a una mujer que no está borracha, o solo lo está moderadamente, alégrate. Tu caché está subiendo.
Estamos hablando de una de esas mañanas.
















NOTICIA DE PRENSA.-
3/05/2011
El Pais.com
Un jefe de la organización mafiosa rusa Medvekovskaya Orekovskaya ha sido detenido en Madrid.
Al detenido se le implica en una treintena de asesinatos, entre ellos el del investigador principal de la fiscalía de Odintsovo.
Dmitry Konstantinovich Belkin, nacido en 1971 en San Petersburgo tiene un curriculum especialmente sanguinario y ha usado, al menos, una quincena de identidades falsas para moverse entre Cataluña y Madrid. Fue detenido en la calle Mercenado junto con su esposa, ella portaba una gran cantidad de dinero encima que justificó diciendo que era para “sus gastos personales”.


NOTICIA DE PRENSA.-
24/09/2011
El País.com
Ha sido detenido en Madrid Ion Clamparu, uno de los mayores traficantes del mundo. Es sospechoso de haber creado a finales de los años noventa una multinacional del crimen entre Rumania, España e Italia con la que ha movido millones de euros, no solo gracias a la prostitución, también con la clonación de tarjetas y otros negocios ilegales.
Vestía elegantemente, conducía coches caros y jamás se relacionaba con los integrantes del submundo de su imperio.