miércoles, 16 de noviembre de 2016

Normalmente de mi pluma sale mucha guasa, pues hoy no, hoy me vais a acompañar en eso que algunos llaman la angustia del creador (en minúscula, no vayamos a topar con la iglesia). Voy a compartir mis temores con todo aquel que quiera solidarizarse (no es necesario hacerlo, sin embargo). Me lanzo: barrunto que mi novela "Meuble" va a seguir el camino de otras novelas mías, o sea excelente opinión de los escasos lectores que accedan a ella.
Y un amigo que me quiere me consuela, me cuenta que Van Gogh murió pobre y ahora no veas, que John Kennedy Toole se suicidó aquejado del mismo mal que me aqueja a mi, y ahora no veas. Bueno, en primer lugar me siento avergonzado al ser comparado con semejantes genios, yo no llego ni a duende del bosque de las letras, de la pintura ni te cuento.  Y en segundo lugar, a mi triunfar post mortem me la suda. Mirad, cuando me muera que me incineren y esparzan mis cenizas sobre una reunión de académicos de la lengua y les coja a todos tremenda tos, y si también hay por allí algún editor tosiendo poco me voy a quejar.

En fin como dice el acervo popular "que triste es la vida de la cupletista que enseña las cachas en mitad de la pista". Pues eso, que los escritores no vamos mucho mejor en este nuestro querido país.

Por cierto: que nadie se confunda, esto no es una nota de suicidio, es un indignado "zapateao". A mi las ganas de vivir se me comen por los pies, que nadie llame al teléfono de la esperanza.