viernes, 6 de marzo de 2015

EL TIESTO

EL TIESTO (LA REALIDAD VISTA DESDE DOS ANGULOS DISTINTOS.-

El bajo porcentaje de probabilidades de que un tiesto impacte en tu cabeza al salir del portal de tu casa y te descerebre, no impide que al salir del portal de tu casa un tiesto impacte en tu cabeza y te descerebre.
Si el tiesto lo ha lanzado tu esposa, esperando pacientemente en el balcón con el tiesto en la mano y apuntando cuidadosamente al sombrero, que ella misma te regaló por tu cumpleaños cuando aun os hablabais, el porcentaje de probabilidades de ser descerebrado por un tiesto volador en la puerta de tu casa, aumenta de una forma preocupante.
Así que lo más adecuado para tu salud es no entrar en polémicas con tu mujer.
¿Y si ya estáis a matar?.
Diversas posibilidades.
  1. No permitas que tu esposa te regale un sombrero el día de tu cumpleaños con la excusa de que el regalo cancela vuestras diferencias.
  2. Dispárale a tu esposa antes de que ella te vuele la cabeza de un tiestazo.
  3. Prueba que tal te sienta un casco del ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial, es bien conocida la fiabilidad de las manufacturas del acero teutón.
  4. Confiésate y toma los santos oleos en cada ocasión en que salgas por la puerta de tu casa. Al sacerdote le puedes instalar en el cuarto de invitados. Sale algo caro pero es práctico.
  5. Espera en el portal hasta que aparezca un vecino, agárrate a él y reza para que el tiesto caiga en su cabeza y no en la tuya.
  6. Los efectos del impacto están directamente relacionados con el trayecto recorrido por el tiesto. A mayor trayecto más potencia de impacto. Múdate a una planta baja. Preferiblemente sin balcón al exterior.
  7. Confiésale a tu esposa, aunque no sea verdad, que te beneficias a su mejor amiga. Tal vez primero la mate a ella. Desde la cárcel es difícil que te alcance con el tiesto.
  8. Regálale a una asociación feminista las obras completas de Charles Bukowski encuadernadas en tapa dura. Después de lo que te harán ellas lo del tiesto te parecerá una bendición.
  9. Sal siempre del portal a la carrera.
  10. Sal siempre del portal corriendo en círculos.
  11. Sal del portal amagando y volviendo a entrar. Vuelve a salir cuando escuches el impacto del tiesto contra el suelo. Apresúrate, es de esperar que tu esposa no sea tan rápida como para coger un nuevo tiesto, apuntar a una figura borrosa (confiamos en tu agilidad) y encima acertar.
  12. Llama a la policía municipal, avísales que del portal de tu casa un hombre está a punto de salir desnudo. Cuando escuches la sirena del coche patrulla, desnúdate y hazles gestos obscenos. Ya puedes salir, es muy improbable que tu esposa te lance el tiesto estando la policía aporreándote en el suelo.
  13. Si mientras estás convaleciente en el hospital tu esposa te visita con un tiesto en la mano, aúlla pidiendo auxilio.
  14. Trata de restablecer relaciones amistosas con tu esposa. Evita para ello el jardín botánico, no sea que una concatenación desgraciada de pensamientos circunstanciales provoque que tu esposa decida apuñalarte.
  15. Asegúrale a tu esposa que adoras a su madre. No te creerá pero tal vez le des pena y te indulte.
  16. Cede tu cuerpo a la ciencia, al menos de esta manera tu muerte no será en vano. Un tiestazo en el cerebro no afecta al resto de tus órganos.
  17. Sal siempre del portal de tu casa corriendo en zigzag.
  18. Sal siempre del portal de tu casa andando sobre las manos, en la pose clásica de “hacer el pino” .Pero procura tener las piernas bien cerradas.
  19. Cuéntale a tu esposa que tu hermano, que jamás permitiría te causen daño, es un experto karateka misógino. En caso de ser hijo único debes valorar la posibilidad de colar a un antiguo compañero de estudios en lugar del hermano.
  20. Cuéntale a tu mujer que “estás” de cinco meses. Ella con seguridad siente un profundo respeto por la natalidad.
  21. Ata a tu esposa al armario ropero antes de salir de casa.
  22. Anonada a tu mujer bailándole la danza sioux de la fertilidad y escapa antes de que reaccione y coja el tiesto.
  23. Trata de enganchar a tu mujer a los Sudokus y regálale un tomo de los “Cien mejores Sudokus de todos los tiempos”.
  24. Regálale a tu mujer el último éxito en juegos de ordenador “El conejo Stinky Rabbit y las tres llaves del poder en la Tierra de Absolón el Mentecato”.
  25. Reza hijo mío, reza y confía en que el Señor jamás deja sin protección a Sus siervos.
  26. Cuéntanos de una puta vez porqué tu mujer está deseosa de descerebrarte de un tiestazo. No tengas reparo en hacerlo, quien más quien menos ha pasado por el trance.
EL PORQUÉ LA ESPOSA DE ESTE POBRE TIPO ESTÁ DESEOSA DE DESCEREBRARLE DE UN TIESTAZO, CONTADO POR ÉL MISMO. (VERSIÓN SIN CENSURA CON LOS COMENTARIOS DEL DIRECTOR Y TODAS LAS TOMAS FALSAS, AUN LAS FALSAMENTE FALSAS).

Bueno, en realidad yo no estoy muy acostumbrado a hablar en público, así que les ruego que me excusen si cometo alguna incorrección.
Ahí vamos.
La cosa tiene que ver con la imposibilidad física de fingir una erección una vez te has bajado los pantalones. Aunque si se lo preguntan a mi esposa les dirá que por ahí no van los tiros.
El día que empezó todo ya había tenido un día especialmente perverso. En mi trabajo esos días abundan.
Soy sexador de pollos.
Bueno, en realidad eso es una tontería, pero ya saben que por allí los años noventa cuando querías decir que tu trabajo era una mierda decías eso, que eras sexador de pollos, también que capabas monos.
La gente ya te entendía y te dejaba llorar en su hombro.
Luego le contaban a todo dios que eras un desgraciado.
Llegaban a calificarte de oligofrénico.
Perturbado mental era lo mínimo que te llevabas a casa.
En realidad yo trabajo para una compañía importante de electricidad. Mi trabajo consiste en convencer a la gente de que se deje facturar el consumo de agua y gas por la compañía de electricidad. Antes había trabajado para una compañía de gas. Mi trabajo consistía en convencer a la gente de que permitiese a la compañía de gas facturarle su consumo de electricidad. Actualmente estoy valorando una oferta de una compañía de suministro de agua para trabajar con ellos. Mi trabajo consistirá en convencer a la gente de que permita a la compañía de agua facturarle el gas y la electricidad.
O sea, sexo pollos.
Y capo monos.
Pero no se crean, mi trabajo también tiene sus recompensas.
Llamas a la puerta rezando para que te atienda un anciano o una anciana. Si sucede loas al Señor tal como te han recomendado que hagas. Los ancianos tienen ventajas indiscutibles, una de ellas es que si tienen perro, es una miseria de animal que no muerde, y si lo intenta siempre le puedes apartar de una patada. En ocasiones te puedes encontrar con un perro grande y malvado que tratará de hacerse un collar con tu tibia, (para estos casos la compañía, siempre atenta a las necesidades de sus empleados está estudiando que el departamento jurídico presente una demanda por daños y perjuicios y repartirá el dinero obtenido con el empleado a razón de un 85% para la compañía y un 15% para el empleado una vez deducidos los impuestos).
Normalmente escogemos horarios que garanticen que en casa solo esté el personal geriátrico. El procedimiento a seguir, cuidadosamente estudiado por el departamento de análisis de mercado y técnicas de venta, consiste en los siguientes pasos:
Llamar a la puerta con energía.
Saludar cortésmente.
Sonreír amistosamente mientras sacas la chapa acreditativa de pertenencia a la empresa.
Plantar la placa acreditativa frente a la cara de la victima. Aconsejable hacerlo a una distancia que por buena vista que tenga el anciano solo vea una mancha borrosa.
Asegurarle que vienes a ahorrarle dinero.
Ordenarle con tono imperioso que vaya a buscar un recibo de la luz/agua/gas.
Con el recibo en la mano soltarle una explicación llena de medias verdades e imprecisiones.
En el momento en que veas que el anciano está al borde del colapso dendrinal, hacerle firmar un compromiso de aquiescencia con tu propuesta.
No es descartable, por parte de la empresa, acciones imaginativas por parte del empleado, lo que podríamos llamar “personalización del proceso de consecución de firma, o métodos contundentes de acoso y derribo”. Mi método preferido es, en caso de resistencia activa por parte del anciano, intimidarle con una frase del tipo: “¿Qué pasa, le sobra el dinero que no tiene intención de ahorrar?, porqué si es así me lo regala a mi que lo necesito”. El método no es mío, en realidad es el que emplean los vendedores de tripa de cerdo por teléfono. Luego, directores comerciales gilipollas que lo adoptan los hay a patadas.
Yo introduzco algunas variantes, que si bien la empresa no aconseja, rellenan vacíos de mi personalidad, carencias afectivas, o lapsus provocados por inclinaciones idolatras.
Pongamos por caso, aunque juraré ante un juez que estas palabras no han salido de mi boca, que si el anciano de turno, a pesar de poner su mejor voluntad, no es capaz de encontrar el recibo de la luz/gas/ o agua solicitado, le pido permiso para acompañarle y una vez frente al cajón donde debe o debería estar el recibo, sustraigo alguno de los documento que llenan el cajón (el momento de meterlo en la carpeta con que nos dota la empresa es realmente emocionante). La naturaleza del documento es aleatoria, cualquier documento puede llegar a ser valioso. Nunca sabes cuando necesitarás extorsionar a alguien con una declaración de renta, un contrato, la garantía del televisor, la fotografía de un par de nietos mamones etc. Cuanto gozarás publicando en Internet una antigua carta de amor del año treinta y cinco llena de frases cursis.
Lo importante es tener los medios, el resto es cuestión de tu propia imaginación.
En otras ocasiones, una vez firmado el contrato, con el anciano sentado en el sofá, rendido de agotamiento a causa de tus explicaciones, le pides amablemente que no se moleste en acompañarte a la puerta. Por el camino sustraes un jarrón de falsa porcelana, unas flores marchitas o un calendario de un paisaje nevado.
Mientras bajas en el ascensor decides si lo vas a tirar al contenedor de basura de la esquina o te lo quedas. Lo primero es lo más adecuado.
Bien, creo que ya se han hecho una idea de la tensión nerviosa, del estrés que genera mi trabajo.
Si, vale, colega, reconozco que estoy moderadamente loco y no me importa confesarlo, somos muchos. Pero mi locura no tiene nada que ver con el tiesto que mi esposa quiere estamparme en la cabeza cada vez que salgo por el portal de casa.
Aquel día, una vez acabadas las visitas reglamentarias, con éxito apreciable, si me permiten la inmodestia, ya que había firmado dos contratos de traspaso. Además llevaba en mi carpeta un cuadernillo con poesías cursis que le había sustraído a una anciana que aun se ruborizaba cuando le decías que el peinado le sentaba de maravilla (guedejas de pelo medio sueltas que mostraban una calva nada despreciable).
El caso es que tenía una reunión con mi jefe de grupo: un fracasado permanente, al que sin embargo se le tenía que reconocer que en algo tenía éxito: todo el mundo se ponía de acuerdo en que era un puto asqueroso.
Mi jefe se llama Wolkswagen. Bueno, en realidad se llama Valerio Vázquez, al principio le llamábamos doble V, fue él mismo quien medio en broma, medio en serio dijo que le podíamos llamar Wolkswagen, y a todos nos pareció bien.
Aquel día, a la salida de una reunión del departamento, y después de trajinar tres whiskeys de garrafón en el bar de la esquina, Wolkswagen me confesó que últimamente tenía un cierto problema con sus erecciones. Al parecer conforme se hacían más dificultosas crecía su interés en forrar a hostias a la puta que le aceptase. Me dijo que en realidad era una buena acción, contribuía a un reparto de riqueza satisfactorio entre partes. A la puta el dinero le llegaba para tiritas, a su chulo para un traje Armani nuevo.
El único problema era que le salía caro.
Me dio pena y le regalé el librito de poemas cursis.
Le dije que eran de una prima lejana.
Si había suerte se suicidaría.
En el metro había leído un par de ellos. Estaba absurdamente llenos de soles radiantes, nubes blancas, gatos ronroneantes ante una estufa de butano e introspección personal poco gratificante.
La vieja a quien se lo había robado probablemente ya estaba menopáusica a los trece años.
Un suicidio no era descartable después de leer tanta sensiblería.
Si Wolkswagen se pegaba un tiro sus putas me lo agradecerían.
Agradecido por el regalo de las poesías cutres me invitó al cuarto whisky.
Luego siguieron dos más.
Llegué a casa cocido.
Mi esposa había preparado una cena con mantel de hilo blanco y velas.
El preludio de una noche romántica.
Testeé el estado de mi libido y el resultado fue estremecedor.
Durante la cena, mi esposa, no paró de mover la cabeza como esas modelos que salen por la tele y casi no les ves la cara de tanto pasarse la mano por delante de la cara para arreglarse el peinado.
Tendrían que inventar un fijador de pelo con base de cemento.
No pude disfrutar la cena, solo pensaba en el estado cataléptico de mi polla.
En el dormitorio no pude dejar de reconocer que lo del estado cataléptico había sido una valoración optimista.
Mi esposa Elisa hacía ya rato que ponía cara de “me las pagaras, impotente de mierda”.
Hice un intento que fue un fracaso.
Al día siguiente comenzó lo del tiesto.


LA ESPOSA DEL POBRE TIPO CUENTA SU VERSIÓN, NOS ABRE SU CORAZÓN Y SE SOMETE VALEROSAMENTE AL JUICIO DEL LECTOR (VERSIÓN SIN CORTES PARA PUBLICIDAD). EXISTE UNA VERSIÓN POETIZADA QUE SE LEERA EN BREVE EN CLUBES DE LECTURA ESPECIALIZADOS.

Aquella tarde había ido a la peluquería. Había decidido seguir los consejos de mi estilista, en el sentido de un cambio de look que diese a mi expresión un aspecto soñador que exteriorizase mi potencial interno. Mi melena larga de un color castaño dorado, en ocasiones recogida en una cola de caballo, y en otras, lujuriosamente suelta hasta alcanzar mi cintura había pasado a la historia. Una decisión valiente, arriesgada (no sabía yo entonces hasta que punto) y sin la menor duda un pasar pagina en mi vida.
Sandretto, mi estilista había añadido unos reflejos de un discreto color rubio “arenas doradas del desierto” que una vez contemplados ante el espejo, no pude dejar de reconocer que eran un amor.
Mi esposo llegó a casa moderadamente cocido, algo que no sucede con frecuencia y que yo admito al tiempo que reconozco las dificultades que presentan su trabajo. Al cruzar el beso de bienvenida en la mejilla, procure que mi pelo asedado rozase una buena parte de su cara.
La reacción de mi esposo resultó un tanto fría, algo que me molestó, aunque sin embargo contextualicé generosamente.
Había preparado una cena sugerente adornada con el mantel de hilo blanco y unos candelabros que dotasen a la estancia de un ambiente apropiado, aunque lo suficientemente iluminado para que mi nuevo peinado resaltase con los movimientos adecuados y que nosotras sabemos administrar para que resulten naturales.
Durante la cena mi esposo se mostró preocupado y a la vez desconcertado. Me recordó la cara que puso mientras en una ocasión pasamos la tarde viendo por tercera vez, esa maravillosa película que es “Pretty Woman”.
Cuando llegamos al dormitorio, mi esposo hizo un lamentable intento de seducción, que si su falta de sensibilidad ya me tenía controladamente histérica, me llevó hasta un paroxismo de irritación –y ansias vengativas, debo reconocerlo- que a pesar de encerrarme en la toilettes durante quince minutos me costó controlar. Finalmente ya dueña de mis emociones y con un control férreo de mi deseo de venganza, rechacé su nuevo intento de aproximación, permitiéndome solo un comentario que en ningún caso pretendí fuera una expresión insultante.
Reproduzco la frase para que el propio lector juzgue: “resultas tan varonil como un catalogo de lencería fina de Victoria Secret”.
Bueno, tal vez algún lector macho se pregunte: ¿por qué demonios no le dijiste que te habías cambiado el peinado?.
En fin, no creo que merezca la pena el menor comentario.
Aunque mi sentido de la ética quedará más conforme si confieso algo, para que nadie dude de mis razones: ahí va.
Cuando mi marido y yo decidimos unir nuestras vidas, le hice prometer que siempre seríamos francos el uno con el otro, que cualquier cosa, cualquier detalle que nos preocupase en el comportamiento del otro sería inmediatamente puesto sobre la mesa para así evitar que una tontería sin importancia se corrompiera en nuestro interior y acabara siendo un problema de difícil resolución.
Voy por tanto a dar una explicación, para lo que en principio pueda parecer un contrasentido o una falta de lealtad por mi parte.
Verán, cuando se hace esta tipo de promesas, hombres y mujeres cumplimos, ellos le cuentan todas sus “travesuras” para demostrarle que no es un soso y aburrido si no un hombre con una historia a cuestas. Nosotras por nuestra parte le contamos todas nuestras “travesuras”, al menos hasta los dieciocho años, a partir de ahí es necesario andarse con cuidado con lo que cuentas, no es bueno que un hombre sepa que llevas una historia a cuestas. En ocasiones bastan un par de lagunas de memoria, en otras un embalse. Sea como fuere en toda buena narración aparece nuestra mejor amiga y de ella, si es conveniente entrar en detalle se entra, la narración puede ser obsesivamente prolija para que él vea que no tenemos inconveniente en abrir nuestra alma para él.
A partir de este punto son las nuevas “travesuras” las que se deben contar antes de que dañen a la relación. Las pautas ya están marcadas, ellos por cada nueva omisión cargaran con un peso de culpabilidad que nos permite leer en su rostro, en el balbuceo de su explicación, la mentira. Por nuestra parte cualquier omisión la trasladamos a la primera versión de nuestra sincera confesión de adolescentes.
Si le hubiese contado a Juanpe, mi marido se llama Juanpe, que había ido a la peluquería, me había cambiado el peinado, me había pasado la noche restregándole mis nuevos reflejos “rubio arenas doradas del desierto” sin que se diese cuenta, obligándole a una abyecta petición de perdón, no me quedaría más remedio que perdonarle.
Poco castigo para su pecado, cada día tenía que romperse la cabeza pensando que pecado habría cometido para tenerme tan enfadada. El tiesto no es más que un símbolo de mi justa indignación.
En realidad, cuando le lanzaba el tiesto ni siquiera apuntaba con la intención de acertarle.
Aunque asumía que un accidente no era descartable.
Bien, ya les abierto mi alma. Supongo estarán de acuerdo conmigo en que obro bien.
Mis queridas criaturas, os prometí que os regalaría una novela publicando un par de capitulos cada quince días. Y comencé a hacerlo, pero hete aqui que la vida es corta pero no sencilla. Una editorial ha leido la novela y quiere publicarla en Internet. Y si ella quiere yo también quiero, sin embargo la editorial, lógicamente me recomienda que no la siga publicando en el blog. Y yo obedezco. Pero un enorme sentimiento de culpabilidad me corroe el alma al dejaros con la miel en los labios, ya sabeis que os quiero, así que al objeto de merecer vuestro perdón, os regalaré de momento un cuento muy divertido que se llama "El tiesto, o la realidad vista desde dos angulos distintos". Posteriormente veré que novela os regalo, solos no os dejaré.
Besos